miércoles 27 marzo 2024

El Ponte Vecchio, la bancarrota y la trascendencia de una mosca

por Marco Levario Turcott

Hay múltiples representaciones de la relatividad del tiempo, lo mismo para signar la eternidad que, para una mosca si ésta pensara, comprende la vida del ser humano, que para signar la vida del ser humano que es como la de una mosca si la comparamos con el ciclo de vida de una estrella. El periodo de vida del insecto es holometábolo, o sea, consta de cuatro etapas y éstas se cumplen en días o, máximo, alrededor de dos meses; el ser humano promedio vive alrededor de 95 años y la mayoría de las estrellas cumplen 11 mil millones de años y existen astros con casi 14 mil millones de años.

Entre esos parámetros, el Ponte Vecchio tiene una permanencia incalculablemente mayor que la vida de una mosca, es como un insecto para el sol y, para el ser humano, tiene más o menos dos mil 150 años desde que fue construido, de madera con tres arcos sobre el río Arno, en aquel hermoso lugar del norte de la región central de Italia llamado Florencia, en las tierras de la Toscana. Sí, donde se encuentra también la Iglesia de Santa Croce, que alberga la tumba del gran mirador de estrellas, Galileo Galilei.

El turista sabe que entre las laderas del río y la vista del Ponte Vecchio está el museo que, entre otras grandes obras, ofrece a la vista “El nacimiento de Venus” de Alejandro Boticcelli, o hacía el centro la galería de la academia donde se yergue el David, de Miguel Ángel (y con un poco de suerte conoce que en esos lares nació Enrico Mazzanti, el creador de Pinocchio y sus aventuras que publicó un diario a finales del siglo XIX y que Benedetto Croce consideró que “la madera de que está tallado Pinocho es la humanidad misma”.

Es menos probable que el mismo turista conozca esta frase de una de las tiras de Pinocchio:

“Cuando el muerto llora, es señal de que está en vías de curación, dijo solemnemente el cuervo. Siento mucho contradecir a mi ilustre amigo y colega, replicó el mochuelo, yo creo que cuando el muerto llora es señal de que no le hace gracia morirse”.

La vida de un niño o la madera inerte que representa al niño es una entre varias derivaciones la existencia. El Puente Vecchio lo construyeron los romanos con madera para que por ahí pudiera pasar la vida. Con el mismo menosprecio que tenemos por ella, por la vida, ha sido varias veces destruido hasta que más o menos a mediados del siglo XIV, la pasarela fue erigida enteramente de piedra. Los lugareños cuentan que en la antigüedad por el puente se permitía comercializar sin tener que pagar impuestos, los vendedores tendían sus cosas en una mesa y, cuando, no podían pagar sus deudas los soldados rompían la mesa, por eso se dice que tal es el origen de la palabra “Bancarrota” (cuando estás imposibilitado de pagar las deudas).

Ahora mismo podríamos mirar una estrella que haya muerto porque su imagen ha transitado hasta nosotros que la vemos como era y no como es; como sea, la estrella es un rastro de la vida igual que los restos de la mosca que ahora mismo podría estar sobrevolando sobre la cabeza del lector. El Ponte Vecchio, en cambio, es el vestigio que muestra que, a diferencia del astro o el insecto, el hombre acude a la historia para intentar comprenderse. Ahí está la Luna, pero Galileo fue el primero en descubrir que tiene montañas, y el hecho forma parte del conocimiento del universo tanto como la furia de la Iglesia católica contra el astrónomo. Ocurre lo mismo al registrar que este puente fue de los muy pocos que no fueron destruidos por los bombarderos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

He caminado varias veces el Ponte Vecchio, igual que el turista antojadizo como el gelato del extremo en la ladera oeste, ando entre tiendas de relojes y collares, también de marionetas, miro las riberas pintorescas; veo a artistas que pintan el paisaje y, entre una que otra pareja de enamorados, escucho música de géneros distintos, aquí y allá, e imagino a estos jóvenes modernos como los juglares medievales. También reparo en que esta es la tierra de Bocaccio y Dante, o de Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y Rafael; la que atestigua junto con el siglo de las luces, en especial París, acaso los periodos más prolongados de la búsqueda del conocimiento del hombre y, claro, de las resistencias que esta búsqueda enfrentó desde el fanatismo. Y es en ese momento cuando frente a la Luna, vuelvo a tener claro que millones de seres humanos tenemos la trascendencia de una mosca y que, como una marioneta de madera, nos resistimos a vivir. Que el tiempo también se puede mirar desde la trascendencia.

También te puede interesar