viernes 29 marzo 2024

El hombre que no sabía perderse

por Ricardo Becerra Laguna

¿Qué les parece más asombroso? ¿Cómo, después de haber resultado herido y lesionado para siempre, el portugués Magallanes supo encantar al Rey de España, Carlos V, para financiar la expedición más asombrosa e incierta de todos los tiempos? ¿La imaginación y el conocimiento que se requerían al mismo tiempo y en el mismo cerebro para encontrar las rutas donde nunca nadie las había trazado ni cruzado? ¿La fuerza, el carácter y la responsabilidad para gobernar durante tres años a 239 hombres -muchos de ellos forajidos- ambicioso aventureros que no tenían ni la más remota idea del sufrimiento al que se habían inscrito voluntariamente? ¿El increíble episodio en el cual el capitán supo encontrar la salida -de un océano a otro- en un estrecho imposible que por eso hoy lleva su nombre? ¿La resistencia física para aguantar todos los climas, todas las temperaturas, el hambre, la comida putrefacta, la ingesta del orín de ratas y por otro lado, los suculentos manjares ofrecidos por aquellos insospechados pueblos que el grupo marinero descubrió en sus mil ciento veintidós días de camino? ¿la suerte que lo acompañó durante casi todo el viaje hasta su muerte en Filipinas? ¿O la fortuna póstuma, esa que le sobrevivió, bajo la forma de un relato detallado que llega hasta nosotros gracias a la pluma del caballero Pigafetta?

El 10 de agosto de 1519 partió la primera expedición que dio la vuelta al mundo (desde el muelle de las Mulas) en Sevilla. Una escuadra de cinco naves: Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago, navegaron primero río abajo, por el Guadálquivir, hacia el puerto de Sanlúcar de Barrameda, para zarpar hacia el Atlántico un mes después.

Estrecho de Magallanes -Mapa de Jodocus Hondius

La hazaña de Magallanes sobrepasa en todos los aspectos –moral, intelectual, físico o histórico- a las de Vasco da Gama, Colón o Vespucio. Porque se enfrentó con mares más borrascosos, consiguió atravesar pasos más traicioneros y halló su camino en un océano mucho mayor. Magallanes comandó una tripulación mucho más rebelde y sin embargo lo hizo de un modo firme y al mismo tiempo, considerado. Tuvo que soportar penurias del paladar y del estómago infinitamente más duras. Pigafetta, el veneciano que se enroló en aquella expedición, observa que entre las muchas virtudes que poseía el capitán estaba “su gran constancia frente a la mayor adversidad, soportaba el hambre mejor que todos los demás y entendía más precisamente que cualquier otro hombre en el mundo, la navegación celeste y la necesidad de estima entre los humanos”.

Como preguntamos al principio, cada aspecto de ese viaje merece un capítulo, un subrayado épico, pero detengámonos solamente en el paso de un océano al otro. Cruzar por los canales de la Patagonia exige aún hoy, con todo el instrumental moderno, una pericia extrema. Es preciso sortear miles de islas y pequeños islotes que presentan un paisaje aburrido, monótono, pero repleto de peligros al acecho. Lluvias, vientos huracanados, fuertes corrientes, profundidades variables, bancos de arena, arrecifes, témpanos a la deriva. Si observan el mapa del mundo, verán que se encuentran ante un auténtico laberinto helado y caudaloso.

Porque el estrecho de Magallanes es el más tortuoso, el más indirecto, el más lleno de peligros de todos los estrechos del planeta, y en magnífica ironía náutica, es la deriva continental que comunica las dos masas de agua más grandes de toda la tierra.

Enfoquen su mirada en ese pasadizo austral y verán el desorden de pequeñas islas, de numerosos canales de agua que invitan –traicioneramente- a cruzar en un paisaje repetido y grisáceo. Ahora estamos en condiciones de comprender cabalmente la maestría, la persistencia, el valor y la suerte (todo junto) que Magallanes conjugó para encontrar el camino que desemboca en el más inmenso de todos los océanos: el Pacífico.

Treinta y ocho días para navegar quinientos cuarenta kilómetros. Por añadidura el viaje de Magallanes, Elcano, Pigafetta y la demás tripulación probó la redondez de la tierra, pues al llegar a Filipinas el gran portugués ya sabía con bastante aproximación en dónde estaba y antes de ser degollado por los musulmanes que dominaban aquellas islas escribió: “La ruta que nos regresa al reino de España aparecerá tan pronto veamos el Cipango (Japón) o Catigara (Malaya)”.

Este hombre nunca se perdió. A pesar de navegar por primera vez por el más ancho de los océanos, sabía donde andaba (aproximadamente). De ese modo Magallanes puede considerarse el gran descubridor del planeta, el más grande de todos los tiempos. Anteayer, hace 500 años.

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