miércoles 17 abril 2024

El futbol y la gallina de los huevos de oro

por Javier Solórzano

El futbol mexicano está metido en graves líos. Tiene un serio problema en su organización, y más con la violencia que en algunos estadios se ha presentado.

Como la memoria es efímera o de contentillo, se olvida que en muchos estadios se han presentado hechos de violencia, los cuales se han dejado pasar o se ha optado por imponer singulares multas o amenazas de veto que, al final, en la gran mayoría de los casos, han dejado todo igual.

Lo peor que le puede pasar al futbol, de hecho sucede a menudo con el país, es que terminemos en el “no pasa nada”.

Los dueños de los equipos se han puesto de “acuerdo” bajo el mando de la televisión. Quienes se han opuesto han pagado su osadía. Pocos han logrado darle un giro a la estructura del futbol en cuanto organización y resultados, como lo ha hecho el Grupo Pachuca, al cual en muchas ocasiones no le ha quedado de otra que aceptar el régimen de doña Tele.

Una de las decisiones que se han tomado a partir del sábado pasado es jugar sin público. El Necaxa decidió jugar mañana ante Querétaro en estadio vacío. El “susto” de La Corregidora ha colocado con focos rojos a los equipos, porque en buena medida saben lo que puede presentarse.

Un estadio cerrado, con todo y que no sea buena la taquilla, coloca a la televisión con mucho mayor fuerza de la que ya tiene. Doña Tele y los patrocinadores se han encargado y apoderado del futbol desde hace mucho tiempo. Lo que por ningún motivo se debe pasar por alto es que estadio sin público le quita la esencia al juego, porque la tribuna es lo que le da el sentido de fiesta al futbol.

Se han hecho muchos intentos por evitar la violencia en los estadios, sin embargo, no se ha logrado erradicar porque las soluciones no han sido de fondo, siempre ha habido algo que impida ir a lo más profundo del problema, empezando por el papel central, rector y determinante en todos los sentidos de doña Tele; es muy probable que en estos terrenos sea donde empiezan los problemas de fondo en el futbol.

La pertenencia a las “barras” lleva a que muchos de sus integrantes encuentren alternativas en sus vidas. Es un fenómeno que ha crecido y que alcanza incluso a la Liga de Expansión, que en otro tiempo era la división de ascenso, la cual en uno de los muchos absurdos desaparecieron.

No es fácil deshacerse de las “barras”. En algún sentido es un precario equilibrio para que los estadios y los equipos tengan un relativo control. Desde que fueron importadas fue quedando claro que en su proceso de organización prevalece la idea de la defensa a toda costa del equipo, lo que incluye la defensa a ultranza de quienes pertenecen a ella.

A esto se suma el sentido de pertenencia e identidad, que crea una comunidad interna, en donde no importa lo que esté de por medio, porque de lo que se trata es de defender al equipo, pero sobre todo, defender a quienes conforman la “barra”.

Han aparecido otras circunstancias colaterales que han convertido a las “barras” en un mayor riesgo. Lo que pasó en Querétaro pone en evidencia que en algunos casos están infiltradas. La investigación hasta ahora no deja del todo claro lo que detonó la bronca, pero todos los indicios, nos lo planteó el propio presidente de la Liga, es que fue una acción concertada.

Nada fue casual, lo cual explica por qué no se pudo detener la bronca en lo inmediato.

Existe una crisis aguda en el futbol que pasa por la tribuna, la organización y también pasa por la cancha; andan matando a la gallina de los huevos de oro, por más que el futbol nuestro de cada día se vea como de medio pelo.

RESQUICIOS

A Ucrania la ha cohesionado la invasión. Las diferencias internas van pasando a segundo plano surgiendo actos de heroísmo y patriotismo dolorosos y ejemplares entre sus ciudadanos. En la medida en que avanza Rusia, la muerte y la defensa se incrementan. A todo el mundo le preguntan qué hacer, menos a los brutalmente afectados que son las y los ucranianos.


Este artículo fue publicado en La Razón el 11 de marzo de 2022. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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