martes 16 abril 2024

¡El felizómetro de AMLO!

por Jesús Zambrano

El candidato López Obrador fustigó reiteradamente a los “gobiernos neoliberales” que le precedieron por mantener un mediocre crecimiento económico de 2% anual como promedio durante las últimas décadas, producto de un modelo que no propicia crecimiento, ni desarrollo social, ni empleos bien remunerados y tampoco una mayor disminución de la desigualdad. Un modelo que, a la luz de los resultados del obradorismo en el gobierno, está lejos de haber sido abolido.

De llegar a la Presidencia, se comprometió, el país crecería al 6% y se acabaría con la insultante desigualdad sobre la base de combatir y erradicar la corrupción, que está en la base de todos nuestros males y que tan solo con ello dispondríamos -dijo- de más de 500 mil millones de pesos.

Más de la mitad de los votantes se lo creyó. Lo mismo aquello de que en cuanto llegara al poder acabaría con la inseguridad aplicando la novedosa estrategia de “abrazos, no balazos”. Pero nada de eso ha sucedido a la vuelta de más de 20 meses -casi dos años- de su gobierno. La economía no creció absolutamente nada en 2019, ¡cero por ciento en su primer año! Tampoco creció el empleo, ni la inversión física bruta pública y privada, ni se apoyó al campo. Todo se contrajo. En todas las áreas, menos en aquellas que siguen siendo su prioridad: las obras faraónicas y los programas sociales de carácter clientelar-electoral, manejados a través de un ejército de operadores actuando al margen de toda normatividad, los llamados “servidores de la nación”.

En medio de la pandemia la situación se ha agudizado debido a la negativa de AMLO a asumir un programa integral de emergencia sanitaria y económica que pusiera en el centro la aplicación de pruebas masivas para detectar Coronavirus y tomar las mejores medidas preventivas, como lo hubiesen sido el equipamiento indispensable para proteger a los trabajadores de la salud, así como para salvar a centenares de miles de micros, pequeñas y medianas empresas para evitar la pérdida de millones de empleos y proteger el ingreso de unas 12 millones de personas.

Ahora resulta que según distintas proyecciones, la economía decrecerá entre 10 y 20% en este 2020. Como resultado de ello, miles de empresas ya no volverán a abrir y millones de trabajadores no regresarán a ocupar sus puestos de trabajo. Todos ellos no tendrán qué llevar algo a sus casas para el sustento familiar. En suma: una tragedia social de alcances insospechados.

¿Qué responde AMLO ante el evidente incumplimiento de sus promesas? ¡Vamos bien!, contesta con sonrisa burlona, “lo que pasa es que ahora ayudamos a los de abajo, no a los de arriba, como antes lo hacían los gobiernos corruptos”. Como si los millones de nuevos pobres no fueran de “los de abajo”. Los que critican a la “4T”, dice el presidente, son los que quieren mantener el viejo régimen de privilegios. Ante su fracaso en el manejo de la economía, ahora sostiene que lo importante no es el crecimiento sino la felicidad del pueblo y eso se va a medir con nuevos parámetros, diferentes a los de los neoliberales.

La felicidad de una sociedad es algo subjetivo, pero cualesquiera que sean las percepciones sobre qué tan felices se sientan o no las personas, siempre se parte de contar con un mínimo básico, suficiente e indispensable piso de bienestar económico.

Cierto que no todo es crecimiento. México ha tenido períodos de alto crecimiento sin que la desigualdad hubiera disminuido de manera notable. De hecho, somos el décimo país más desigual del mundo. La razón es que no ha habido políticas públicas que hubieren atendido este problema. Los programas asistenciales y sociales del 2014 al 2018 lograron un efecto positivo para reducir la brecha social, como no se había visto en las últimas décadas, según se puede apreciar en la reducción que venía teniendo el coeficiente de Gini, pero eso no fue suficiente.

Lo paradójico del asunto es que con la llegada de López Obrador, con supuesta aureola de izquierda y de justiciero social que ostentaba, la desigualdad y todos los índices de bienestar social se dispararon desde el 2019 y se han agudizado durante la pandemia.

Claro que, como dice Max Kaiser en un reciente artículo periodístico, quienes reciben apoyos gubernamentales aguantan la tempestad y estarán felices con este gobierno, pero los demás padecen hambre y necesidades de todo tipo. Los primeros son la masa electoral de Morena, los demás están desesperanzados y se empiezan a desesperar.

El “felizómetro de AMLO es una farsa, un distractor más en el circo ante la falta de pan. Ya el INEGI y el CONEVAL miden todos los índices de pobreza: laboral, alimenticia , de educación, vivienda y vestido. ¿Para qué crear otro índice en medio de una pretendida “austeridad republicana”? Está claro que para justificar su incompetencia, su incapacidad y su incumplimiento de promesas.

Por eso hay que hacer un frente común para detener el deterioro nacional, defender el ingreso, el empleo, las libertades y la república democrática. En defensa de las instituciones de la república: ¡al diablo con el “felizómetro” de AMLO!

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