viernes 29 marzo 2024

El Estado laico en el pensamiento de Dante Alighieri

por Manuel Cifuentes Vargas

Principio

Al pensar, hablar o escribir sobre Dante Alighieri por lo general lo primero que se nos viene a la mente de manera automática es su memorable e histórica novela La divina comedia.  Ciertamente una joya de la literatura universal. Y por lo mismo, a Dante siempre lo tenemos presente y vinculado solo en el mundo de la literatura. Pero es más que eso: más que un laureado literato, logró su enorme nombre y prestigio desde muy temprano en esta esfera de las bellas artes,[1] a cuya obra maestra el tiempo se ha encargado de darle el merecido reconocimiento y categoría de obra literaria clásica de jerarquía universal.

Sin embargo, Dante no sólo incursionó en este espacio en el que ganó notoriedad, sino en otros más, como en la página de la política. Aunque es poco conocido en nuestro tiempo en esta línea, por el contexto y ambiente político que le tocó vivir hizo importantes aportaciones para su tiempo.

En efecto, estas son las dos facetas de Dante:  el poeta y literato, que viaja brillantemente con su prosa por el mundo de una de las bellas artes, y el político, experimentado en el propio terreno de la praxis política, la cual ejerció en su natal Florencia.

Como brillante escritor en los dos campos, dejó como herencia una magna y rica obra escrita: en la literatura, entre otras, su famosa y aplaudida obra cumbre, La divina comedia, y en la política, su Monarquía, condenada y proscrita por parte de la dogmática e intolerante jerarquía eclesiástica medieval de su tiempo.

Seguramente movido por sus vivencias, así como por sus inquietudes intelectuales, le surgió la idea de escribir Monarquía, publicada probablemente en 1313, en la edad temprana del siglo XIV, aún en la dilatada Edad Media,[2] periodo en el que nació en Florencia en 1265, y murió fuera de su amada tierra natal, en Ravena, en la misma Italia, en 1321.

Esta fue la suerte de luces y sombras del incomprendido Dante, que en política se adelantó, queriendo romper el statu quo eclesiástico de su tiempo, aún en pleno periodo maduro de la Edad Media.[3]

En Monarquía, Dante sueña con un orden social que estableciera la unidad (sí regionalizada territorialmente, pero jerarquizada políticamente) y la paz universal, en un mundo en el que imperaba la fragmentación y dispersión en diversos dominios territoriales y, por lo mismo, así divididos, una anarquía política en la que el papado aprovechó la coyuntura y la fomentó para su fortalecimiento y dejar sentir su recia presencia y, muchas veces jugando también a la política, su decisión en el expediente político-territorial.  Por lo menos en Italia, y de ahí hacia afuera.

Ahora bien, me parece que la tesis de la separación entre la Iglesia y el Estado y, por lo tanto, la raíz y fuente del Estado laico, parte del pensamiento y de la obra Monarquía, que surgió del intelecto y de la brillante y fina pluma de Dante Alighieri, no obstante que en su tiempo y entorno geopolítico-religioso, esta idea cardinal del pensamiento político fuera prácticamente impensable y, más aún, impronunciable.  La atmósfera político-religiosa de la época no lo permitía. A un atrevimiento de esta naturaleza casi nadie se quería exponer, pues aquel audaz que lo intentara y se arriesgara, corría consecuencias fatales.

Sin embargo, y aún como en algunos momentos fuera desterrado de su tierra natal por sus ideas y militancia política, Dante, inmerso en este ambiente teocentrista, se atrevió y dejó su obra a la posteridad, aunque el tratado, después de su aparición y con el autor ya ausente de este mundo, fuera enlistado en los libros prohibidos por la nomenclatura eclesiástica.

De esta manera, Dante transita paralelamente entre dos grandes pensamientos, y evoluciona intelectualmente del pensamiento escolástico dominante del medioevo, basado en muy buena medida en Santo Tomas de Aquino, cuyo pensamiento central lo encontramos en su obra magna denominada: “Summa Teológica” y en San Agustín de Hipona, plasmado también en su obra mayor titulada: “La Ciudad de Dios”,[4] al surgimiento de un estilo nuevo de pensar, reviviendo más plenamente a Platón y a Aristóteles, para dar paso al Renacimiento.

El autor se encuentra inmerso entre dos cosmovisiones y dos períodos: El del mundo que va envejeciendo viendo la aproximación del ocaso de la escolástica medieval,  que ya iba de salida, y el horizonte de un nuevo amanecer, cuya aurora ya anunciaba el florecimiento de un nuevo estilo de ver las cosas, y que ya estaba tocando las puertas del Renacimiento;[5] periodo en el que se gestó una nueva forma de pensar y de manifestarse.  Dante, a través de su inteligente pluma, aporta un conjunto de ideas que, contra corriente, contribuyeron a cambiar el modo de interpretar, o bien de reinterpretar al mundo. Por eso es un libre pensador que trasciende al tiempo.

Voy a retomar unas líneas de un libro singular, escasamente conocido, por la suerte oscura que corrió, al mandarlo la iglesia a la congeladora, en las que podemos ver algunas astillas del pensamiento de este prohombre de las letras; en este caso particular, sobre su visión en torno a la necesaria separación del Estado y la Iglesia, por razón y decisión divina para el mundo terrenal y para el mayor bien de ambos entes: el laico y el espiritual.

 

1.-  Separación Estado-Iglesia: el origen del Estado laico

Dante, aun siendo un acendrado católico, que eso nadie lo puede negar, dice: “…Dios hizo…a los dos regímenes, a saber, el espiritual y el temporal.”[6]

Luego entonces debemos entender que la separación es un mandamiento divino y que, por lo tanto, es una obligación que se cumpla y que se haga realidad porque así lo quiso y lo decidió Dios, como creación que todos y todo, somos de él. Con esta determinación Dios no quiso que se entremezclaran y se confundiera lo puro y exclusivo que debe ser dedicado en cuerpo y alma a él, que es la creación y fe absoluta y acendrada en él, como máxima y sublime autoridad creadora, con la organización y desarrollo del hombre organizado en sociedad, para su convivencia en la tierra.

Escribe que “así como la Iglesia tiene su fundamento propio, así también el Imperio tiene el suyo. Pero el fundamento de la Iglesia es Cristo;…”. El es la piedra sobre la que ha sido edificada la Iglesia. El fundamento del Imperio, en cambio, es el derecho humano. Por tanto, digo que, así como la Iglesia no puede obrar en contra de su fundamento, si no que siempre se debe apoyar en él, …así tampoco le es licito al Imperio hacer cualquier cosa contra el derecho humano; pero obraría contra el derecho humano si se destruyera a sí mismo; luego no le es licito al Imperio destruirse sí mismo.”[7]

Y más adelante hace hincapié en que “…la facultad de autorizar al reino temporal es contraria a la naturaleza de la Iglesia.”[8] Es por ello que remata líneas después, señalando que “…la autoridad del Imperio no depende en absoluto de la Iglesia.”[9]

Pero para que quede más claro y preciso, recalca que “…la autoridad del Imperio no depende de la autoridad del Sumo Pontífice… la autoridad del Imperio depende inmediatamente de Dios.  Es, en efecto, consecuencia necesaria que si ella no depende del vicario de Dios, depende de Dios.  Por eso, para que quede perfectamente claro nuestro propósito, hay que probar palmariamente que el Emperador, o Monarca del mundo, está en relación inmediata con el príncipe del Universo, que es Dios”.[10]

Aun siendo Dante una mente profundamente cristiana, categóricamente manifiesta que “resulta, pues, evidente que la autoridad desciende sobre el Monarca temporal desde la fuente de la autoridad universal sin ningún intermedio; fuente que, única en la cumbre de su simplicidad, se derrama en múltiples cauces por la abundancia de su bondad.”[11]

Con su propia meditación, razonamiento, argumentación y justificación, retoma aquélla famosa expresión de boca de Jesús que señalaba que “lo que es del César al César y lo que es de Dios a Dios.” Ahí es donde Dante encuentra los cimientos o germen del Estadio laico.

 

 

2.- Dos gobiernos mundiales: El laico y el eclesiástico 

Basado en esta idea central, por el bien y felicidad de la humanidad, para él, solo hay dos grandes y únicos polos de envergadura mundial y/o universal.  Dos cabezas en el mundo: El civil y el espiritual o divino; y son los únicos que, a cada uno en su terreno y ámbito de competencia, les concedió la fuente primaria y única que es Dios; esto es, la que les da razón de ser y vida. En otras palabras, los dos tienen un mismo origen y principio divino.

 

También es, así me parece, el primero en hablar de la imperiosa instauración de un gobierno mundial,  según el territorio conocido de su tiempo, pues recordemos que es hasta finales del Siglo XV, que se conoce ya de una manera más formal al otro extremo macizo del globo terrestre; es decir América; el entonces llamado nuevo mundo, aunque ahora se afirme que antes ya se habían tenido visitas, pero que sin embargo estos primitivos exploradores no tenían idea, y menos la certeza de que se trataba de nuevas tierras las que estaban pisando.

Así podemos decir, que el modelo ideal de organización política superior para Dante, es “…la Monarquía temporal, llamada también Imperio, es aquél principado único que está sobre todos los demás en el tiempo o en las cosas medidas por el tiempo.”[12] Y remata afirmando que la cual “… es necesaria para el bien del mundo.”[13]

El habla de la creación de un Imperio único en el mundo, bajo cuya égida giren todos los reinos de la tierra. Cabe subrayar, que emplea la palabra-concepto “Imperio”, en una dimensión superior de organización política territorial.

 En efecto, dice que “…todas las partes…constituyen los reinos, y los reinos mismos deben estar ordenados a un solo príncipe o principado, es decir, a un Monarca o una Monarquía.”[14] Enseguida agrega que “…la misma humanidad universal se corresponde bien con el mismo universo o con su príncipe, que es Dios y Monarca, simplemente por un único principio, es decir, por un único príncipe. De lo que se concluye que la Monarquía es necesaria para que el mundo esté bien ordenado.”[15]

No obstante que todo su pensamiento está sólidamente impregnado de religiosidad, Dante de manera terminante afirma que “…es una necedad el pensar que hay un fin para una sociedad civil y otro distinto para otra, y no uno solo para todas…”.[16]

Portrait of Italian poet, politician, and author Dante Alighieri (1265 – 1321), early 14th Century. Author of ‘The Divine Comedy.’ (Photo by Stock Montage/Getty Images)

3.- La fuente de los dos reinos es Dios 

Entrando y pisando ya el circuito sobre la procedencia de los dos poderes, Dante ve que la creación de ambos regímenes, el puramente terrenal y el elevado espiritual, es divina. Dios con su excelsa omnipotencia, es el dador de los dos regímenes en la tierra, pero cada uno debe caminar por cuerdas y senderos separados. No deben mezclarse entre sí en un inapropiado maridaje teocrático, pero tampoco con la preponderancia de uno sobre el otro, sino en un claro plano de igualdad, porque los dos, aunque tengan la misma raíz primigenia, tienen fines totalmente distintos.

Pero eso sí, debe quedar más que claro, y así de manera tajante concluye Dante su obra con estas últimas palabras, que Dios “…es el único gobernador de todas las cosas espirituales y temporales.”[17] Por lo tanto, es el único manantial inmanente del que surgen y brotan los dos grandes regímenes que hay en la Tierra, a los cuales cubre y protege con su manto celestial. Entiéndase el Gobierno Civil como el Gobierno de la Iglesia.

Para Dante ciertamente la autoridad del Papa es universal en el reino de lo sagrado, por mandamiento de Dios, y dentro de este marco es que la nomenclatura eclesiástica haya creado el Estado Pontificio con este cariz. Pero consideramos que no por ello era válida la pretensión papal de, escudada en la doctrina de la Iglesia, querer constituirse en el único régimen en la tierra, que finalmente fuera el que gobernara al mundo en los dos terrenos: el espiritual, directamente por él, y el  civil, por interpósita persona, queriendo establecer un control y dominio absoluto sobre los propios reinos civiles o temporales, conduciendo su destino siempre con la señal papal.

“Por eso fue necesario al hombre tener un doble guía, de acuerdo con este doble fin, a saber: el Sumo Pontífice, que conduce al género humano a la vida eterna según la verdad revelada, y el Emperador, que dirige al género humano a la felicidad temporal, según las enseñanzas filosóficas.”[18]

4.- Libertad, derecho innato de la humanidad

Ahora bien, por lo que corresponde al expediente de la libertad, a Dante no le pasó por alto este punto, y al respecto asevera de manera categórica que “…hay que tener en cuenta que el primer principio de nuestra libertad es el libre albedrío, que muchos tienen en su boca, pero pocos en su entendimiento, pues llegan incluso a decir que el libre albedrío es un juicio libre de la voluntad.”[19] Y acorde con su formación, sin titubeos afirma “… que esta libertad o este principio de toda nuestra libertad es el mayor don hecho por Dios a la humana naturaleza,…”[20]

Y en líneas siguientes se pregunta “¿quién se atreverá a decir que el género humano no vivirá tanto mejor cuanto más pueda gozar de este principio de la libertad.”[21]

De esta manera, tomando en consideración el valor de la libertad que trae de forma intrínseca el hombre, concluye que “… el género humano vivirá tanto mejor cuanto más libre sea.”[22]

5.- Unidad social, patriotismo y deberes   

El fin último y supremo de toda sociedad es la felicidad, como bien lo dice Aristóteles; pero para alcanzar ´ésta, es necesario que haya paz, y para que haya paz debe haber bienestar; pero todo esto se logra en la medida que haya concordia y armonía en la sociedad; y esto es posible, siempre y cuando exista unidad en las sociedades. Por eso el primer deber y obligación, como requisito sine qua non e ineludible,  de un gobernante, es mantener y cementar la unidad de la sociedad. Solo a partir de esto se puede lograr el progreso y el desarrollo, para dar paso a los anteriores estadios político-sociales.

Por eso no se equivoca Dante cuando dice que “…toda concordia depende de la unidad que haya en las voluntades; ahora bien, el género humano es una especia de concordia cuando se encuentra perfectamente, porque así como un solo hombre cuando se encuentra en perfectas disposiciones de alma y de cuerpo es una forma de concordia, y lo mismo una casa y una ciudad y un reino, así también lo es todo el género humano; luego el mejor estado del género humano depende de la unidad que se da en las voluntades. Pero ésta no puede darse sino hay una voluntad única, dueña y directriz de todas las demás en orden a la unidad, ya que las voluntades de los mortales…necesitan dirección,…”,[23] escribe Dante, interpretando a Aristóteles en su lectura de la Etica Nicomaquea.

Y más adelante, cuando entra al renglón del amor a la patria que deben tener todos los integrantes de las sociedades, traza el sendero que todos están obligados a seguir en casos de extrema necesidad, en el sentido de que “…el hombre debe exponer su vida por la salvación de la patria pues, si la parte debe exponerse por salvar el todo, siendo el hombre una parte de la ciudad, como queda claro por lo que dice el filósofo en la política, el hombre debe exponerse a sí mismo por la patria,…”[24]

Todo político que se precie de serlo, tiene el deber ineludible de siempre poner en juego toda su inteligencia y habilidad al servicio del bienestar del país. Debe entregarse completamente a cumplir debidamente con sus  deberes y obligaciones, pues se debe entender perfectamente que es un verdadero honor y privilegio ciudadano, servir para bien del país y servir a la sociedad. Máxime cuando a instancia propia él le pide al ciudadano que le dé la oportunidad de servir, al postularse como candidato, por lo que está obligado a no defraudarlo en la confianza que deposita en él, sino por el contrario, a enaltecerla cumpliendo fielmente con sus deberes. Su capacidad debe estar al servicio del bien del país entero y no solo de partes o sectores que lo componen. Este es el primer mandamiento de la sociedad.

Ese talento debe aprovecharlo para engrandecer a su país, no para estancarlo en su progreso y menos para que retroceda en su desarrollo. De lo contrario será un político que falta a su deber e irremediablemente se constituirá en un mal político, dañino para su país, y así lo tendrá considerado la gente al faltar al primer mandamiento de la ley político-social, condenándolo prácticamente a la muerte política, y en un caso extremo, a borrarlo y, por ende, a la desaparición e inexistencia en los registros de la historia del país de que se trate, a la manera de los romanos.

Por eso, Dante dogmatiza que “…quien instruido en la doctrina política no se preocupa de contribuir al bien de la república, no dude de que se halla lejos del cumplimiento de su deber…”[25]

“La escuela de Atenas”

6.- Etica política   

Para referirse a la línea de la honestidad, Dante cita textualmente a  Aristóteles en su Etica a Nicómaco, para hacer suyas sus palabras, cuando asegura que “…es amable, en efecto, lo que a uno pertenece; pero mejor y más divino es lo que pertenece al pueblo y a la ciudad…”[26]

Con esto, Dante nos manda el mensaje de que el servidor público siempre debe conducirse  con rectitud en el ejercicio de sus funciones y no caer en las tentaciones materiales, de aprovechar el cargo para apropiarse de lo que le corresponde y es propiedad del pueblo. Es lo que mejor se debe cuidar y resguardar con el mayor celo y, en su caso, ampliarlo con la mayor responsabilidad y con todo profesionalismo para que sirva como detonador  del desarrollo tendiente al progreso y y el bienestar de la sociedad.

7.- Leyes acordes al pueblo

La mejor ley, dice Aristóteles, es aquélla que mejor le acomoda a cada pueblo; esto es. a su idiosincrasia, a su propia conformación y forma de ser, por lo que para que no choque con elementos ajenos a su modo de vida, no deben importarse esquemas o instituciones para incorporarlas tal cuales al formularse las leyes, ya que si bien es cierto que las mismas podrán ser muy buenas y eficaces en el país de las que se quieran traer, no del todo pueden ser aplicables al el país que se pretendan instaurar, sin hacerle en todo caso las adecuaciones apropiadas con la forma y estilo de vida de cada pueblo.

De ahí que parafraseando a Aristóteles, en sus recomendaciones a Nicómaco, Dante igualmente exponga que “…las naciones, los reinos y las ciudades tienen caracteres propios, que conviene regular por leyes diferentes, pues la ley es una regla directiva de la vida…”.[27]

8.- Los gobernantes son servidores del pueblo

Apoyándose de igual manera en Aristóteles, él también piensa que en las sociedades organizadas, los gobiernos no están por encima de los gobernados, sino todo lo contrario,  que los gobiernos se deben y están  al servicio de los pueblos. Dante explica: “…no son los ciudadanos para los cónsules, ni los pueblos para el rey, sino al contrario, los cónsules para los ciudadanos y el rey para su pueblo; porque, del mismo modo que no se hace el gobierno para las leyes, sino más bien éstas para aquél, así también los que viven de acuerdo con la ley no se ordenan al legislador, sino que más bien es éste el que está en función de aquéllos,…”[28]

“Con esto queda claro…que, aunque el cónsul o el rey sean señores de los demás en razón de los medios, son sus servidores en razón del fin; y sobre todo el Monarca, que, sin lugar a duda, ha de ser tenido por servidor de todos.”[29] En resumen, interpretando sus palabras,  debemos entender y tener muy claro lo siguiente: El servicio público, al servicio del pueblo.

Pero como gobernar a un pueblo no es cualquier cosa ni un juego de suertes, sino todo un compromiso y toda una responsabilidad, los servidores públicos deben conducirse con profesionalismo, verticalidad, entrega y ejemplaridad. Por eso apunta de manera categórica que  “… quien quiera conducir óptimamente a los demás se conduzca él de la mejor manera posible…”[30]

De ahí que disponga que quienes aspiren a gobernar, deben tener una debida preparación y formación para ello, y cumplir con una serie de requisitos, ya que solo de esta manera, “…quien está más capacitado para gobernar es el que mejor puede disponer a los otros, …”,[31] ya que tendrá la autoridad para ello, al cumplir con estas cualidades.

Y sin señalar expresamente que está entrando al círculo de la demagogia, pero sí lo da a entender tácitamente, indica que es un “…error de quienes piensan orientar la vida y costumbres de los demás con buenas palabras pero malos hechos,…”[32]

Para darle mayor fuerza y contundencia a su afirmación, cita textualmente al mismo Aristóteles, quien en la Etica a Nicómaco, le comenta a éste que “…las palabras son menos creíbles que los hechos…”.[33] Con esto nos quiere decir que en el gobernante debe haber congruencia entre las palabras y los hechos. De no ser así, estaremos cayendo en sofismas y solo será pura demagogia.

9.- Gobierno de los más capacitados

Retomando la idea expresada por los griegos del periodo clásico, sobre todo de la triada: Sócrates, Platón y Aristóteles en su propuesta de la creación de un Estado ideal, en cuya concepción consideran que los más preparados son los que deberían ser los que gobernaran, Dante escribe que en la política, “los que poseen una inteligencia vigorosa deben, por exigencia de la misma, ejercer su autoridad sobre los demás”;[34]  es decir, éstos son los que verdaderamente deben estar llamados a gobernar.

Si bien es cierto que en el mundo de la Iglesia, la elección del Papa proviene  de una inspiración divina, en el civil debería ser, además de los méritos, de los mejor preparados y de los más capacitados para gobernar.

10.- Derecho y justicia

Ahora bien, por lo que se refiere a estos rubros, Dante les da  un importante lugar, peso y virtud, al expresar que “…el derecho, puesto que es una cosa buena, está en primer lugar en la mente de Dios.”[35]

Asimismo afirma que “…todo el que busca el bien de la República, busca el derecho como fin”.[36] “…y siendo el fin de la sociedad el bien común de todos sus miembros, necesariamente el fin de cualquier derecho es el bien común; y es imposible, a su vez, que exista ningún derecho que no se proponga el bien común.”[37]

Por otra parte piensa, y lo pone en blanco y negro, que “…no puede guardarse el orden natural en las cosas si no es conforme a derecho, puesto que el fundamento del derecho está unido inseparablemente al orden. Es necesario, por consiguiente, que se mantenga el orden de acuerdo con el derecho”.[38] Esto es lo que más tarde se bautizará como “Estado de Derecho”.

Y para reforzar su argumentación sobre la construcción de su teoría en la que armónicamente concatena el derecho, el orden y la justicia, cita a Marco Tulio Cicerón, “… quien en el Libro I de la Retórica, dijo: “las leyes siempre han de ser interpretadas en beneficio de la República”[39] y a Séneca, quien afirmaba en su libro De las cuatro virtudes, que “la ley es el vínculo de la sociedad humana”[40]

Pero también Dante sostiene que para que las leyes sean plenamente vigentes, aplicables y observadas, éstas tienen que reflejar en su contenido la realidad de la sociedad y que además sean justas, pues de lo contrario solo serán un simple papel.  En sus propias palabras, dice que “…si las leyes no se orientan directamente al bien común de los que están sometidos a ellas, serán leyes sólo de nombre, pero no de hecho, ya que es necesario que las leyes unan a los hombres entre sí para la utilidad común…”[41]  Esta es la tesis de las leyes justas, de las que después, ya en el Siglo XX, hablará el filósofo del Derecho, de origen alemán, Gustav Radbruch.[42]

 

Nuestro autor igualmente puntualiza que “la justicia alcanza su plenitud en el mundo cuando la imparte un sujeto de voluntad sin trabas y de sumo poder; ahora bien, tal sujeto es sólo el Monarca; luego sólo el Monarca tiene en el mundo la justicia en su plenitud.”[43]

 

Es cierto que “…la justicia encuentra a veces oposición en la voluntad, pues cuando ésta no se despoja de todo apetito, aunque haya justicia, no aparecerá con el esplendor en toda su pureza, ya que el sujeto la resiste en cierto grado, si bien mínimamente; por esta razón hay que rechazar a los que intentan influir en los jueces”; y enseguida dice que “… la justicia encuentra oposición en el poder, pues siendo ésta una virtud que dice alteridad, sin poder para dar a cada uno lo suyo…”[44]

Enseguida escribe que “de donde claramente resulta que cuanto más poderoso es el justo, tanto más se extenderá la acción de la justicia…”[45] Sin embargo, agrega que “…lo que más se opone a la justicia son los apetitos,…”[46] del poder, por lo que “eliminados los apetitos, nada queda que se oponga a la justicia.”[47] De ahí que recargándose en el pensamiento de Aristóteles, señala que lo correcto y saludable es que “…se deje al arbitrio del juez lo que puede ser determinado por la ley…”[48]

Sin embargo advierte y sentencia a la vez, que “…si los que se equivocan lo hacen con astucia, han de ser tratados como los tiranos, que siguen el derecho público no para el bien común, sino desviándolo para su propio provecho. ¡Oh crimen supremo, aun cuando se cometa en sueños…”[49]

Por ello, es de entenderse muy claramente, que el Poder Judicial debe ser totalmente independiente de los otros poderes, pues solo así, gozando plenamente de su libertad y autonomía, podrá realmente estar en posibilidades de cumplir con su auténtica razón y misión de impartir verdaderamente justicia al no estar influenciado ni maniatado por los otros poderes, y mucho menos poniéndose a su servicio por complacencia o temor.

11.- La paz: motor de la felicidad

Seguramente como observador de tantas y permanentes luchas entre los diversos pueblos por el poder y dominio, entre los cuales también se vió envuelto  sufriendo las consecuencias, tales como el destierro, a lo cual, por cierto, no era ajena la Iglesia, sino por el contrario, una protagonista y actora central, lo que generaba sufrimiento y, por ende, infelicidad entre el grueso de la gente y de poblaciones enteras que no comulgaban o que tenían diferencias con la doctrina cristiana, Dante consideraba que ya era llegado el momento de poner fin a estas pugnas, de tal suerte que llegara un anhelado estado de paz en la tierra, que hiciera felices a sus habitantes.

De ahí que Dante retome aquél relato de Lucas, en el sentido de que el día que nació Jesús, bajaron los ángeles a la tierra con el mensaje de Dios, para darles la buena nueva, anunciándoles el nacimiento del Salvador, al expresarles: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.”[50] Y en efecto, podemos decir que cuando haya buena voluntad en los gobiernos, en los políticos, en los religiosos que son los más obligados por su natural misión en la tierra  y en los empresarios, habrá paz en el mundo. Y cuando también la haya en toda la población de este planeta, también la habrá con la Tierra. La Tierra merece paz.

Por eso, para él “…está claro que el género humano se encuentra en mayor libertad y felicidad en el sosiego y tranquilidad de la paz, para realizar su propia obra, que es casi divina,…”[51] Líneas más adelante agrega que “…la paz universal es el mejor medio para nuestra felicidad.”[52] Luego entonces, “…el medio más perfecto para que el género humano realice su propia obra”,[53] es la paz universal.

Es por todo lo anterior que Dante afirma de manera concluyente, que “…el género humano, en las cosas comunes que competen a todos, sea gobernado por el Monarca y por una ley común que conduzca a la paz…”[54]

Fin

Como se podrá ver, en todos estos destellos de talento que hemos entresacado del pensamiento de Dante, permanentemente tiene presente la idea de la separación Estado e Iglesia, que es la razón de esta su obra; pero también, en esta misma concepción, siempre está patente el concepto de la “universalidad” de ambos entes, así como de sus propios ingredientes y fines.

Dante no se circunscribió a su medio y a su tiempo. Siempre fue más allá de las fronteras que tenía a la vista con su preclara mente abierta al tiempo y a su espacio, caminando y explorando con paso firme y sin temores, hacia un horizonte universal. Por eso Dante es un hombre intemporal; en otras palabras, que no fenece ni se muere con el tiempo, sino que está vivo, vigente y fresco, porque de su obra escrita constantemente emanan nuevas aristas de reflexión y aprendizaje, en la medida que lo leemos y lo releemos. Por eso, es un clásico del pensamiento universal atemporal.

Hay que resaltar que en su tiempo había una fuerte disputa por el poder mundial único, con una lucha fratricida entre el Papa y el Emperador, así como con los reyes de las respectivas regiones. Las conspiraciones estaban al día y muchas veces los papas envueltos en éstas, si no es que propiciadas por ellos mismos,  para debilitar o quitar y poner a reyes y príncipes. A este propósito y en un tono de omnipotencia, el papa Nicolás I[55] llegó a expresar: “El mundo es una ecclesia.”[56]

Solo por citar otro ejemplo de sumo poderío, también está el caso del Papa Inocencio III,[57] que a decir de Paul Johnson, fue “…el más formidable de todos los Papas-abogados medievales…”, pues “…Inocencio III puso al papado en el centro de los movimientos mundiales.”[58] “La Iglesia universal, escribió en su Deliberatio, ejercía plenos poderes en todos los aspectos del gobierno, pues las cuestiones temporales necesariamente se subordinaban a las espirituales.” En un momento de suma soberbia sentenció: “Por mí los reyes reinan y los príncipes imparten justicia.”[59]

Fue tal el crecimiento del poder de la Iglesia Católica, sobre todo en este periodo intermedio de la Edad Media, y en particular de Inocencio III, que el mismo Johnson agrega que “el Papa tenía no solo el derecho sino la obligación de examinar a la persona elegida como rey de los romanos y emperador electo.”[60]

Y líneas más adelante establece que “la autoridad del gobierno central de Roma se extendía sobre toda la Societas Christiana, cuyos  gobernantes subordinados, en los conflictos que mantenían unos con otros, deben someterse a los juicios del Papa.”[61]

Como bien registra Johnson, esta fue la época de la “teoría del poder papal plenario”;[62] esto es,  el periodo del “pontificado triunfalista” o “papado triunfalista”,[63] como él lo llama. Fue el auge y esplendor del Estado teocrático cristiano.

Ciertamente en los tiempos remotos, allá en la lejana aparición del hombre, y después con el surgimiento de las sociedades primitivas, gobierno y religión nacieron juntos. Y en el caso del cristianismo no fue la excepción cuando éste surgió, pues si bien es cierto que durante su alumbramiento y en sus primeras andanzas lo hizo de manera separada y por su propio camino, así como sucedió con otras religiones, finalmente se juntó lo sacro con lo profano por decisión, en principio, del gobernante romano en turno, al hacerla Constantino religión de Estado.

Como siempre sucede, el problema no son las instituciones, sino las personas que llegan a estar al frente de ellas, a quienes los tienta el diablo y quienes por sus apetitos de poder las degradan, las distorsionan y las hacen virar hacia otras direcciones distintas para las que fueron pensadas y creadas.

Dicen  los que de esto saben, que en la antigüedad estaban estrechamente ligados los temas del gobierno con los espirituales; esto es, que había una “…intima unión del Estado y la religión…” Este fue el estatus que dominó en la Edad Antigua.[64] Y esto todavía prevaleció ya entrada la Edad Media, pues aún en pleno periodo macizo del Imperio Romano, mientras “el Emperador junta Estado y religión; el cristianismo separa lo que es de Dios de lo que es del Cesar.”[65] Esto lo dice Leopoldo von Ranke.

En efecto, “Flavio Valerio Aurelio Constantino, Emperador romano en el Siglo IV, se convirtió al cristianismo y sentó las bases para convertir el cristianismo en la religión del Imperio romano, es decir,  el cristianismo se convirtió en religión de Estado. Muchos exégetas e historiadores aseveran que éste perdió su veta profética para convertirse en una religión de cristiandad, es decir,  secular y política.”[66]

Ranke afirma, por su parte, que la “separación de la Iglesia y el Estado,… representa,  el acontecimiento mayor y de mayores consecuencias de los tiempos cristianos.”[67] Y consideramos que así debe continuar por todos los tiempos, por la salud de ambos en el cumplimiento pleno y fiel de los sublimes y superiores fines que estas instituciones tienen.

Si nos asomamos al nacimiento de la Iglesia católica, podemos observar que en el tronco mismo del cristianismo, que es el propio Cristo, él con su propia voz, señaló la necesaria separación del Estado y la de la Iglesia que estaba edificando, porque esa era la determinación de Dios, como fiel y genuino intérprete que era de su Padre, cuando expresó que “lo que es del César al César y lo que es de Dios a Dios.”[68]

De esta manera, el hijo de Dios, aquí mismo, en esta célebre y trascendente frase, estableció con toda nitidez la separación que debe existir entre el Estado y la Iglesia, haciendo énfasis en el sentido de que las cosas mundanas o de la tierra, no se debían combinar ni enredar con las divinas o del cielo.

Reitero, desde ahí, en las propias palabras de Jesús,  está la creación del Estado laico desde el pensamiento y voz más autorizada que cualquier otra, que fue Jesús; es decir, desde la propia óptica puramente divina.

Ahora bien, ya desde una perspectiva interpretativa puramente humana, Dante como fiel intérprete de la doctrina cristiana y partiendo de ese pensamiento de Jesús señalado líneas arriba, expone y da a conocer su tesis de la separación Estado-Iglesia, encontrando en esa expresión la raíz del Estado laico.

Me parece que justificadamente la Iglesia católica ha sido la mayor protagonista de la historia en este terreno de la lucha por la primacía del poder, toda vez que, a diferencia de otras religiones, ésta es la que ha tenido una mayor expansión y extensión territorial. Las otras me parece que no tanto, o por lo menos su  cobertura se ha quedado anclada fundamentalmente en países de determinadas regiones. Y precisamente por la recia presencia que  ha tenido, es la que tradicionalmente le ha disputado más fuertemente el poder al Estado. Todo indica que la lucha prácticamente siempre ha sido entre estos dos entes.

Es por ello que podemos anotar que las visiones e interpretaciones pluriteístas y monoteístas que han existido amalgamadas con los asuntos civiles, que dieron origen a los estados teocráticos, ya es un asunto superado, pues con la declinación y ocaso del Estado teocrático cristiano, se ha dado paso al firme establecimiento y consolidación del Estado laico.

Por eso, bien podemos concluir este comentario sobre la obra de Dante, diciendo que después del periodo de ostracismo que padeció la idea de la separación Estado-Iglesia durante la Edad Media, y que a partir de la Edad Moderna y de la Contemporánea, ha sido el hilo conductor de estos dos entes, y aunque todavía se dan por ahí algunos casos teocráticos donde se juntan los renglones civiles con los de las Iglesias, considero que por decisión divina, como por razones y razonamientos políticos, que éstos ya pertenecen a la página terrenal o mundana, así como por salud de ambos universos: el profano y el religioso, ni una esfera ni la otra deben caer en la tentación de invadir el poder que cada una tiene por su propia naturaleza, es por lo que ya no debe haber ni en el tiempo ni en el espacio en este mundo, ni Estado de Iglesias ni Iglesias de Estado.

23 – diciembre – 2019.

 

Posdata. Las notas de pie de página no tienen otro propósito, y menos culterano porque no lo hay, de no ser únicamente el de coadyuvar a contextualizar al lector que se tome la molestia de leer este comentario, sobre algunos datos de personajes, lugares y tiempo en que se escribió el libro de Dante.

[1].- Las artes que clásicamente se han catalogada como bellas son seis, a saber: arquitectura, danza, escultura, música, pintura y literatura; y en los tiempos modernos se ha agregado otra, dándole también la categoría de clásica: el cine o cinematografía; de ahí la expresión de “séptimo arte”, para referirse a éste.

[2].- La “Edad Media”, llamada también medioevo, es un periodo histórico de tiempo que va del Siglo V al XV.  Con excepción de la prehistoria y la Edad Antigua, ésta es una de las etapas de la civilización humana más largas, pues comprende 1000 años de vida humana. A ésta también se le ha dado en llamar la “Edad del Oscurantismo” o “Edad de las Tinieblas”, ya que se considera que fue un periodo en que prácticamente dominó un solo pensamiento, el de la Iglesia Católica ligada con el poder civil, en el que se impusieron severas restricciones a la expansión del libre pensamiento, al crecimiento de la ciencia en todos sus sentidos, a la cultura y  en todo aquello que la nomenclatura eclesiástica no considerara conveniente, aplicando extremas y letales represiones a todos aquéllos que osaran traspasar los límites impuestos.

[3].- Edades de la historia:

Prehistoria.-  Esta etapa comprende del origen del hombre, que se dice data de unos 2 o 3 millones de años A.C., hasta la invención de la escritura, que también se dice surgió hace 4 mil años A.C.  Se caracteriza por la vida nómada y por la organización en clanes y tribus.  Tiene dos períodos: la Edad de Piedra, que a su vez se divide en los períodos paleolítico, mesolítico y neolítico, así como  la Edad del Metal, que se subdivide en los períodos del bronce y del hierro.  La Teoría del “Big Bang”, defiende la idea de que la vida apareció como resultado de una serie de reacciones físicas y químicas que se produjeron en el planeta.

Edad Antigua.- (4000 A.C. – 476 D.C.)  Este período abarca desde que se inventó la escritura hasta la caída del Imperio Romano de Occidente en el Siglo V D.C.  Durante este espacio de tiempo predominaron las religiones politeístas; esto es, que se veneraban a más de un Dios.  Se elaboraron las primeras leyes, a fin de facilitar la convivencia en aquellas sociedades antiguas, también denominadas como sociedades políticas preestatales.  Predominaron las clases sociales hereditarias; es decir, que la clase social no era flexible, heredándose de padres a hijos.

Edad Media.- Comienza en el Siglo V (año 476 A.C.) y termina en los momentos en que España descubre América en el Siglo XV; concretamente en el año de 1492. Es un período histórico de diez siglos de historia que inicia con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 D.C. y que se da por concluido a finales del Siglo XV.  Hay quienes señalan el fin de la Edad Media el año de 1453, que fue en el que cayó el Imperio Bizantino.  Por su extendida temporalidad, hay quienes la dividen en alta Edad Media que comprende del Siglo V al Siglo X y la baja Edad Media.

Edad Moderna.- (1492-1789). Inicia en el Siglo XV y concluye en los inicios de la Revolución Francesa (caída de la Bastilla el 14 de julio de 1789), en el Siglo XVIII.  Este lapso estuvo dominado por ideales de progreso de la sociedad, tales como en la comunicación, el dominio y la razón.  El intercambio cultural enriqueció el arte plástico, el literario y el escultural.

Edad Contemporánea.-  (14 de julio de 1789- a la fecha. También se le conoce como la postmodernidad) Empieza en el Siglo XIX hasta la actualidad. Se caracteriza por el apogeo de la industria, los progresos en la investigación científica, el perfeccionamiento de la tecnología y por la evolución y revolución constante de los medios de comunicación y del transporte.  Sus primeros pasos fueron marcados por la corriente filosófica iluminista o la ilustración, como también es conocido este pensamiento, que dio origen a la Revolución Francesa, en la que se destacó la importancia de la razón. También está marcada por el desarrollo y consolidación del régimen capitalista en Occidente, así como por la disputa de las grandes potencias por territorios, materias primas y mercados para los consumidores.  Fue una época de grandes revoluciones y grandes transformaciones.

[4].- Cronológicamente hay una larga distancia en el tiempo, entre la vida de San Agustín de Hipona (nació en Tagaste, en el Africa y muere en Hipona, pero se dice que fue Obispo de Hipona. De ahí que se le designe o atribuya este lugar a su nombre como se acostumbraba en la antigüedad y todavía en aquéllos tiempos, de señalar en seguida de su nombre de donde eran, a manera de identificarlos con mayor precisión a quienes se referían, a la manera de un apellido) y Santo Tomás de Aquino (nació en Roccasecca, cerca de Aquino, en Italia y murió en Fossanova, Italia), con una diferencia de casi 800 años, pues mientras San Agustín vivió del 13 de noviembre del año 354 al 28 de agosto del año 430, Santo Tomas vivió del 1225 al 7 de marzo de 1274. Sin embargo dicen los estudiosos del tema teocrático, que el pensamiento y tesis de Santo Tomás de Aquino, es mucho más fuerte. A los dos les tocó vivir la etapa de los dos imperios romanos. A San Agustín el ocaso del Imperio de Occidente y a Santo Tomás el decaimiento del Imperio de Oriente, así como el periodo dorado del empoderamiento Papal.

[5].- Florencia, Italia, fue la ciudad donde nació y se desarrolló este movimiento en los siglos XV y XVI. Fue un periodo de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, en el que se abrió la mente humana para saber y para ver la vida y las cosas desde otros ángulos, trayendo un amplio progreso en las artes y una importante renovación en las ciencias.

El Siglo de las Luces. se le llamó de esta manera, por su abierta finalidad de eliminar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad, a través de las luces del conocimiento y la razón. El Siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento de la fe en el progreso.

La ilustración fue un movimiento cultural e intelectual que surgió a mediados del Siglo XVIII y duró hasta los inicios del Siglo XIX.  Inspiró profundos cambios culturales y sociales.  Uno de los más importantes y trascedentes fue la Revolución Francesa.

[6].- Alighieri, Dante. Monarquía. Colección Clásicos del pensamiento 93. Reimpresión 2004, de la 1ª. edición de 1992. Editorial Tecnos. Colección: Clásicos del Pensamiento. España. 2004. P. 91.

[7].-Dante. Ob. Cit. PP. 109 y 110.

[8].- Ibidem. P. 122.

[9].- Idem.

[10].- Ibidem. PP. 122 y 123.

[11].- Ibidem. P. 126.

[12].- Ibidem. P.5.

[13].- Ibidem. PP. 5, 11, 13 y 15.

[14].- Ibidem. P. 14.

[15].- Ibidem. PP. 14 y 15.

[16].- Ibidem. P. 6.

[17].- Ibidem. P. 126.

[18].- Ibidem. PP. 24 y 25.

[19].- Ibidem. P. 24.

[20].- Ibidem. P. 25.

[21].- Idem.

[22].- Ibidem. P. 24.

[23].- Ibidem. PP. 34 y 35.

[24].- Ibidem. P. 63. Dante se refiere a Aristóteles.

[25].- Ibidem. P. 3.

[26].- Ibidem. P. 64.

[27].- Ibidem. 31.

[28].- Ibidem. PP. 26 y 27.

[29].- Ibidem. P. 27.

[30].- Ibidem. P. 28.

[31].- Ibidem. P. 27.

[32].- Ibidem. P. 28.

[33].- Idem.

[34].- Ibidem. P. 9.

[35].- Ibidem. P. 42.

[36].- Ibidem. PP. 52 y 58-60.

[37].- Ibidem. P. 52.

[38].- Ibidem. PP. 60 y 61.

[39].- En Dante. “Monarquía”. PP. 52 y 53.

[40].- En Dante. Ob. Cit. P. 53.

[41].- Idem.

[42].- Radbruch, Gustav. Introducción a la Filosofía del Derecho. Cuarta reimpresión, de la 1ª. Edición en español. Fondo de Cultura Económica. Colección Breviarios. No. 42. México. 1985.

[43].- Dante. Ob. Cit. P. 21.

[44]Ibidem. P. 20.

[45].- Ibidem. PP. 20 y 21.

[46].- Ibidem. P. 21.

[47].- Idem.

[48].- Idem.

[49].- Ibidem. P. 93.

[50].- Lucas. 2: 8-14. El texto completo dice: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz  buena voluntad para con los hombres!”.  Me parece que fue el Papa Juan XXIII, quien interpretando este mensaje divino, en un mensaje de fin de año al mundo, acomodó atinadamente esta frase, para quedar en estos términos: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

[51].- Dante. Ob. Cit. PP. 9 y 10.

[52].- Ibidem. P. 10.

[53].- Idem.

[54].- Ibidem. P. 31.

[55].- Nació en Roma y murió el 13 de noviembre del año 867. Fue uno de los más destacados papas de la Edad Media. Influyó notablemente en el desarrollo histórico del papado y su posición entre las iglesias cristianas de Europa Occidental. Sobresalió por su energía apostólica al reafirmar la autoridad del Romano Pontífice en toda la Iglesia.

[56].- Johnson, Paul. La Historia del Cristianismo. Javier Vergara Editor, S. A. Buenos Aires, Argentina. 1989. P. 230.

[57].- Su nombre de pila era Lotario di Segni. Nació en Anagni, Italia, en 1160 y fallece en Perugia en 1216. El periodo de su papado fue de 1198 al 1216. Su pontificado marca el apogeo del absolutismo papal. En su obra teológica De contemptu mundi, se establece la doctrina teocrática, en la cual señala que todos los monarcas debían someterse al pontífice, quien por ser vicario de Cristo  en la tierra, ostentaba la supremacía absoluta tanto en las cuestiones espirituales como en las temporales. Durante su pontificado se realizó el IV Concilio de Letrán, que representó la máxima expresión de la teocracia pontificia.

[58].- Johnson. Ob. Cit. P. 230.

[59].- Idem.

[60].- Idem.

[61].- Idem.

[62].- Ibidem. P. 231.

[63].- Ibidem. PP. 229-231.

[64].- Von Ranke, Leopold. Historia de los Papas. Tercera reimpresión. Fondo de Cultura Económica. México.1974. P. 13.

[65] .- Von Ranke. Ob. Cit. P. 15.

[66].- Barranco, Bernardo y Blancarte, Roberto. AMLO y la religión. El Estado laico bajo amenaza. Primera edición. Editorial Grijalbo. México. 2019. PP. 201 y 202.

[67].- Von Ranke. Ob, Cit. PP. 16 y 17.

[68].- Mateo 22. 15-21. Relata que los fariseos quisieron trampear a Jesús, preguntándole si debían pagar impuestos al César; respondiéndoles Jesús, que dieran al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Creemos que así surgió de manera circunstancial, la definición divina de la separación Estado-Iglesia.

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