viernes 29 marzo 2024

El escándalo de los pezones

por Luis de la Barreda Solórzano

Salvo en unos cuantos espacios —templos, restaurantes y teatros, por ejemplo—, un hombre puede andar en lugares públicos con el torso totalmente descubierto sin que nadie le llame siquiera la atención, mientras que una mujer tiene que cubrirse el pecho o, mejor dicho, la parte del pecho en la que se sitúan los pezones: se vale el escote más generoso siempre y cuando esa parte central, prominente y eréctil de las tetas esté resguardada.

El traje de baño masculino sólo es la parte de abajo, la que abarca los genitales, en tanto que el femenino también ha de taparlos, pero igualmente, si no la totalidad del pecho, al menos ha de ocultar los pezones. Abundan los bikinis que dejan al descubierto casi totalmente las nalgas y los senos, pero deben esconder la cima de estas prominencias.

No hay problema en que un hombre exhiba ante todo el mundo las tetillas. Es escandaloso, en cambio, y hasta puede dar lugar a que sea detenida, que una mujer muestre íntegramente el busto, excepto en pocos sitios de determinadas ciudades. Un gran escándalo se suscitó cuando, en el espectáculo de medio tiempo del Superbowl de 2004, se asomó por un segundo, un solo segundo, por descuido o coquetería desafiante, el pezón izquierdo de Janet Jackson. La publicación USA Sports abrió una investigación al respecto. Descubrirse un pezón es una impudicia imperdonable.

Instagram reconoce que algunas personas desean compartir imágenes de desnudos de carácter artístico o creativo, pero no permite nada de fotos, videos y determinado contenido digital que muestren actos sexuales, genitales o primeros planos de glúteos totalmente al descubierto. Pero no sólo: tampoco admite “fotos de pezones femeninos al descubierto”, excepto “en el contexto de la lactancia, un parto o los momentos posteriores, situaciones relacionadas con la salud (por ejemplo, después de una mastectomía, para concienciar sobre el cáncer de mama o en relación con cirugías de confirmación de género) o como acto de protesta”.

Entre las mujeres musulmanas, algunas encubren su cabeza y su cabello con un pañuelo, y otras también su rostro con el burka. Las judías ortodoxas casadas se rapan y recubren la cabeza con una peluca o una pañoleta. Las monjas católicas encierran su cabellera. Todas ellas ocultan totalmente su cuerpo. Se supone que de esa manera simbolizan su pureza y evitan los pensamientos pecaminosos de quienes las miran. Pero incluso la visión sólo de los ojos o de las manos de una mujer es capaz de despertar ensoñaciones eróticas. En realidad, esos códigos de vestimenta han sido dictados abusivamente por los hombres, que no tienen que sujetarse a restricciones similares. Es una de las muchas formas de opresión machista.

No hay semejantes directrices de atavío para las mujeres que no pertenecen a esos subconjuntos femeniles o a ciertas sectas religiosas… salvo en lo que toca a los pezones. En diarios, revistas y videos musicales de la tele se pueden admirar mujeres casi totalmente desnudas pero, cómo no, con esos pináculos desvanecidos o cubiertos por unas ridículas estrellitas que semejan curitas en forma de cruz. ¿Por qué el resto del cuerpo se puede contemplar y esa minúscula porción está vedada? No existía ese ocultamiento en las tribus prehistóricas, en el Egipto faraónico, en la Grecia culta, en la Roma prejustiniana, ni siquiera en el cristianismo primitivo.

El puritanismo ha dictado que los pezones no deben ser vistos, pero nadie con gusto y mente abierta consideraría inmorales, por ejemplo, a la Venus de Milo, la Venus de Botticelli o la Virgen de la Leche. La obscenidad está en la mente de quienes, por su turbiedad mental, condenan la belleza al enclaustramiento. El tabú de los pezones es una más de las múltiples manifestaciones de la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 10 de febrero de 2022. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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