jueves 28 marzo 2024

El error productivo

por Juan Villoro

Para fortuna de los países complicados, la suma de los errores puede tener efectos positivos. Pongo de ejemplo la fiesta sorpresa de mi amigo Chente, que cumplía cincuenta años ofrendados al rock. Decidimos agasajarlo en casa de su padre. El problema era mantener el festejo en secreto. Quienes reciben entrenamiento en la CIA, la KGB o la Legión de Cristo conocen las virtudes del silencio y afrontan sin problemas el desafío menor de no mencionar el cumpleaños del próximo sábado. No pasa lo mismo con quienes sobrellevan sus excesos con el maravilloso bálsamo del olvido. Una de las frases más conocidas de la escena del rock es: “Si te acuerdas de los años sesenta es que no estuviste ahí”. A diferencia de las redes sociales, que conservan en su almacén de la ignominia todo lo que alguna vez pusiste ahí, el cerebro se alivia a sí mismo borrando algunas cosas (o algunos años). Las drogas son menos eficaces para esto que la voluntad; lo importante no es aniquilar recuerdos en forma indiscriminada, sino olvidar el día en que despertaste con calcetines que no hacían juego y pertenecían a dos personas diferentes.

Todo esto para decir que no es fácil organizar una fiesta sorpresa con gente que olvida de inmediato lo que debe silenciar. En el caso de los cincuenta años de Chente, un bajista y un baterista que abusan de los beneficios del olvido le anunciaron que lo verían en su fiesta sorpresa. Por suerte, también Chente cultiva la desmemoria y olvidó lo que le dijeron.

Llego al punto que quiero demostrar: la suma de defectos puede dar buenos resultados. Ofrezco otro ejemplo tomado de Diario negro de Buenos Aires, primera novela de Federico Bonasso, cantante del grupo El Juguete Rabioso. La historia trata del regreso de un argenmex a su país de origen luego de un prolongado exilio. Un elemento unificador de la vida latinoamericana es la posibilidad de que las cosas se resuelvan por error: “Me cuentan que hace poco, en la morgue de un hospital de provincia, un camillero escuchó a un bebé de siete meses llorar. Llevaba más de veinticuatro horas en la cámara frigorífica. Ya lo habían dado por muerto y de golpe el tipo escucha un leve quejido, como el de un gatito. Abre la cámara y encuentra al bebé, que mueve las manos. Sale corriendo y avisa a los doctores. Los padres del bebé reciben una llamada telefónica. La cadena es interesante: un médico que levantó el certificado de defunción, otros enfermeros que lo metieron en el frigorífico y unos técnicos que no habían reparado el frigorífico correctamente”. Esta serie de chapuzas revela que la virtud del desperfecto consiste en aparecer en el momento decisivo. La refrigeración estaba descompuesta y eso salvó una vida.

¿Podemos contar con que un error ajeno corrija el que nosotros cometimos? “Llego tarde a la redacción, pero mi jefe es distraído”, me dijo hace poco un colega periodista. La frase dice mucho del temperamento profundo de América Latina.

Llegados a este punto propongo una pausa reflexiva. Sería demasiado conformista confiar en que los defectos de los demás mitigaran los propios. El auténtico desafío consiste en aprovechar nuestras inagotables reservas para el fallo, diseñar una economía del error productivo, distinguir el tramo preciso en que el tren de los acontecimientos debe descarrilarse. Si pensáramos como Sherlock Holmes, de atrás para adelante, yendo del crimen al culpable, podríamos averiguar qué debe fallar para que todo salga bien.

Somos una especie que se equivoca; sin embargo, en vez de atesorar los errores que valen la pena, aspiramos a su imposible aniquilación. Planteamientos equivocados han llevado a hallazgos: Colón desea llegar a la India y se topa con América, un remedio para la hipertensión arterial fracasa pero saca pelo…

Una ideología de la eficiencia pretende dominar la era, a tal grado que la tecnología se ha convertido en modelo de conducta. Decir que alguien es una “máquina” no es un insulto sino un elogio. En el futbol, el videoarbitraje juzga las jugadas polémicas para evitar el desprestigiado error humano. El problema es que todavía es analizado por humanos y sólo se “perfeccionará” con la supervisión de una computadora.

La humanidad está desperdiciando sus errores. La única especie consciente de sus fallas tiene un potencial extraordinario.

Acertar es menos humano que saber equivocarse.


Este artículo fue publicado en Reforma el 4 de octubre de 2019, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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