jueves 28 marzo 2024

El diablo entre las piernas

por María Cristina Rosas

Arturo Ripstein es, para muchos, el “cineasta incómodo.” Esta calificación se podría corroborar con una revisión de su filmografía que incluye tramas y temas sórdidos, escasamente abordados en el cine mexicano -y posiblemente mundial. Para muestra basta recordar “Principio y fin” (1994), considerada como una de las mejores películas mexicanas de todos los tiempos, donde una madre de familia, al enviudar, se enfrenta al círculo de la pobreza y convence a sus hijos de apoyar los estudios de uno de ellos, en quien están depositadas las esperanzas de una vida mejor; “El lugar sin límites” (1978), la primera película en explorar al machismo mexicano desde la homosexualidad; “Profundo carmesí” (1996), que presenta a una dispar y singular pareja (él, explotador de mujeres, ella, madre desnaturalizada) devenidos en asesinos de féminas a las que despojan de sus bienes; “La tía Alejandra” (1976), donde se cuenta la historia de un matrimonio con tres hijos y de la irrupción de la siniestra tía del marido, quien llega al hogar y lo destruye a lo largo de la trama; y “El castillo de la pureza” (1972), que narra la reclusión a que un hombre sometió a su esposa e hijos por 18 años, impidiéndoles el contacto con el mundo exterior.

Fotograma “El diablo entre las piernas”

Lejos de convencionalismos, Ripstein se caracteriza por la soltura de su narrativa, recurriendo a planos secuenciales largos, el manejo de la cámara que sigue a los protagonistas y que permite al espectador literalmente “caminar con ellos”, no sólo “acompañándolos”, sino experimentando sus angustia, fobias, y miedos. Ripstein ha incursionado en una variedad de géneros, siempre con ese sello característico. El de Ripstein es un cine que provoca ceños fruncidos y que molesta a las buenas consciencias, es decir, no es para todos los gustos, pero ha logrado crear obras maestras que afortunadamente están ahí, para su disfrute por parte de los amantes del séptimo arte. En sus películas ha logrado incluir a actores, no estrellitas, lo que abona a la calidad del producto final.

Cartel promocional “El diablo entra las piernas”

En esta oportunidad Ripstein nos presenta “El diablo entre las piernas” (2019), una producción en la que el guion es elaborado una vez más por su cómplice y compañera de vida Paz Alicia Garciadiego. El tema de esta película es el sexo en la vejez. Se trata de un tópico escasamente abordado toda vez que la cultura popular se han encargado de retratar a los adultos mayores como los abuelitos que leen cuentos o cuidan de los nietos (“Las brujas”, tanto la de 1990 como la de 2020). Sara García, la abuelita del cine nacional, a veces es protagonista (“Los tres García” y “Vuelven los García”, ambas de 1946), pero mayormente es la abuela accesoria en la familia (“Mecánica nacional”, 1971). Lo más cercano al sexo en la vejez podría ser “Los puentes de Madison”, película muy comentada de 1995, pero los protagonistas, Meryl Streep y Clint Eastwood, quienes tienen escenas de sexo a sus 46 y 65 años, respectivamente, todavía se veían en pantalla lejos de la vejez como tal. En “Welcome to New York” (2014), el realizador Abel Ferrara retomó el escándalo que protagonizara el ex Director del Fondo Monetario Internacional, el francés Dominique Strauss-Kahn -interpretado por Gérard Depardieu-, al abusar sexualmente de una mucama en el hotel en Nueva York en que se hospedada: en el momento del suceso, el protagonista tenía 60 años. Pero esta trama se orienta más a la narrativa de “poder = abuso sexual.” Una trama recurrente, por supuesto, es la enfermedad en la vejez, en particular de padecimientos como la demencia o la enfermedad de Alzheimer, temas abordados en “Amour” (2012) de Michel Haneke y de manera más reciente en “The father” (2020) de Florian Zeller que le valió un premio Oscar a Anthony Hopkins por su interpretación.

Como se ve, la vejez en el cine ha sido presentada como accesoria y a los adultos mayores se les ve idealmente como en aquella canción de Cri Cri “El ropero” (“Toma el llavero abuelita y enséñame tu ropero”), donde la sexualidad en ellos parece haber desaparecido o cuando figura, provoca que algo malo suceda. Para el cine, en general, la vejez es para contar cuentos a los nietos; para abusar sexualmente de alguien; o bien para perder la memoria y ser llevado a un asilo. Ahora que el SARSCoV2 ha puesto en evidencia el abandono al que los adultos mayores han estado confinados, al ser ellos los primeros en morir ante esta nueva enfermedad en diversas partes del mundo, destaca la importancia de conocer y entender más lo que es la vida para las personas en esa recta final a la que se espera llegaremos todos. El cine, con esa enorme ascendencia que tiene en las audiencias, estaría llamado a presentar narrativas más cercanas a lo que implica la vejez, de la que el sexo es una parte muy importante.

Una película británica recientemente estrenada, “23 walks” (2020) es quizá lo más cercano -y no lo es- a la nueva producción de Ripstein. En “23 walks” dos adultos mayores -aquí sí- se conocen paseando a sus perros y desarrollan una estrecha relación, con sexo incluido, confiándose las tristezas de sus vidas. Pero la película de Ripstein es más que eso.

En “El diablo entre las piernas” la puesta en escena, en blanco y negro, abona a la sordidez y a esa imagen que todos tienen sobre la vejez: declive, monotonía, soledad, frustración, deseos no satisfechos, anhelos no cumplidos. La historia transcurre sobre todo en una casona donde habitan un matrimonio y la sirvienta. El matrimonio lo componen “Beatriz” (encarnada por una extraordinaria Sylvia Pasquel) y su marido, “el viejo” un médico homeópata retirado (Alejandro Suárez en la que posiblemente es su mejor caracterización). A falta de futuro se imponen los recuerdos y con ellos, vienen también los reproches. “Beatriz” tiene pasado y “el viejo” arroja su metralla de recriminaciones. Sin hijos en la ecuación, “el viejo” despotrica todo el tiempo contra “Beatriz” por sus escapadas lujuriosas, en las que mantiene encuentros sexuales esporádicos. Pero “el viejo”, machista e hipócrita, también se da sus escapadas y tiene una amante, “Isabel” (Patricia Reyes Spíndola) con quien busca el sexo que no logra tener con “Beatriz.” Por cierto, “Isabel” también está casada pero su esposo, al mirarla en la cama con “el viejo” se retira a fumar afuera del hogar, en una suerte de resignación y aceptación. No la juzga ni le reprocha nada. “El viejo”, en cambio, espía a “Beatriz”, revisa y huele su ropa, sus bragas, corroborando que ella sacia sus deseos y necesidades con otros. El elenco lo completan Greta Cervantes en el papel de la sirvienta que todo lo ve y que termina por alterar el curso de la enfermiza relación entre “Beatriz” y “el viejo” y Daniel Giménez Cacho que en una actuación discreta encarna a un estudiante de tango, a quien “Beatriz”, también aprendiz del célebre baile argentino, busca seducir.

Director de cine Arturo Ripstein

Como nota al margen, no es coincidencia que las mejores películas de Silvia Pinal hayan sido a las órdenes de Luis Buñuel (por ejemplo “El ángel exterminador” de 1962 y, por supuesto, “Viridiana” de 1961), el mentor de Ripstein y que Sylvia Pasquel ahora sea la protagonista de “El diablo entre las piernas.” La escena en que baila tango en ropa interior me parece que pasará a la historia, toda proporción guardada, como cuando en “Perfume de mujer” (1992) Al Pacino, caracterizando a un coronel invidente hace una excelente toma bailando tango con Donna (encarnada por la británica Grabielle Anwar). Vaya, esa escena le valió el premio Oscar al señor Pacino. En cualquier caso, lo que logra Sylvia Pasquel en el papel de “Beatriz” simplemente es fuera de serie y nos obsequia, en mi opinión, la actuación de su vida. Hija de tigre (o tigresa) pintito (a), aunque no sé si Sylvia Pasquel, tras esta producción, ya llegó al punto de superar a la Pinal.

Planeada para estrenarse el año pasado, cosa que la pandemia impidió, hoy llega a las salas de cine mexicanas tras su exitosa presentación en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF). Debe verse si no por otra razón, para poner en duda lo “políticamente correcto.”

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