martes 19 marzo 2024

El derecho de sufrir

por Regina Freyman

¡Mis queridos hermanos,
no olvidéis nunca, cuando oigáis pregonar el
progreso de las luces, que,
de las trampas del diablo, la más lograda
es persuadiros de que no existe!

Baudelair

Abiertamente confieso, odio el victimismo, reconozco sus excelentes cualidades como método de presión, como técnica de manipulación y como estrategia de beatificación. Quien domina ese juego gana aplausos, lágrimas y limosnas. Paulatinamente pierde agencia y termina por instalarse en el nicho de la autoconmiseración.

The Penitent Mary Magdalene. El Greco1576–1577

Movida por esa repulsión y por las múltiples ofensas de exalumnos y algunos otros representantes de esta multillamada generación de mileniales, zetas, cristalinos, por mis opiniones en redes, ahondé sobre el tema de lo políticamente correcto. Jamás quiero inscribirme a esa práctica, pero admito también que reconozco con pesar que se descalifique la sensibilidad de una generación que no la ha visto fácil, que habita la historia del terror, la sobre vigilancia, el consumismo, el encierro y la atroz competencia. En lo personal los respeto y convivir con ellos le da significado a mi vida, nutre mi mundo de múltiples visiones. Sin embargo, el puritanismo como forma de rebeldía es un oxímoron contemporáneo que raya, en mi opinión, en el más grabe de los dislates lógicos y representa un atentado contra la libertad de expresión.

Hace años comprendí que el ego debe ser como una capa quita pon, de lo contrario te tomas en serio, olvidas que vamos de paso y te haces uno con el problema, la causa, el partido, la afición etc. Así que lejos de que me moleste que me increpen, lo disfruto mucho, me encanta la disputa verbal y si alguien me prueba equivocada lo celebro porque abre una compuerta impensable del recinto del conocimiento, incluso del reconocimiento; lo que me indigna es la simpleza argumentativa, la descalificación gratuita, y por encima de todo ello la censura.

Retorné a la no lengua orwelliana, hurgando por ahí y por el blog de Caros Scolari a quien suelo seguir con gran afición, llegué al texto de “Generación ofendida”, de Caroline Fourest. La autora señala con atino que ha surgido desde las filas del izquierdismo identitario estadounidense una tendencia a la sobre corrección y la censura que atenta contra la libertad de expresión y que ha ido creciendo de forma grave por el mundo.

Esa policía de la cultura no viene de un Estado autoritario, sino de la sociedad y de una juventud que procura ser “woke”, despierta, por ser ultrasensible a la justicia. Lo cual sería estupendo si no cayera en la asignación de categorías o en un modo inquisitorio. Los mileniales están ampliamente comprometidos con esa izquierda identitaria que domina la mayoría de los movimientos antirracistas, lgbti, y que inclusive divide al feminismo.

Recordemos cómo Woody Allen es censurado severamente junto con otras figuras más por sus conductas morales y cómo en un revisionismo histórico obras de arte han sido injustamente jubiladas de museos y avenidas. Supongo que la prisa nos precipita a la amalgama que nos ciega ante la realidad y que confunde obra con creador, injusticia con revisionismo histórico, indignación con rebeldía. El exceso me resulta propio de un capítulo de Black Mirror, ese fue mi referente cuando me enteré de que en las universidades del país vecino existen lugares llamados safe places, una especie de área para fumadores, donde los contagiados con el vicio de ser “libres” pueden expresarse sin miedo a ser reprendidos y hasta castigados. Así la libertad como el pernicioso humo de nicotina se circunscriben y limitan en un mundo donde los adictos a los opiáceos ocupan calles enteras bajo la mirada condescendiente de su “opresión” y gobernantes populistas que inventan datos para encarcelar adversarios pasando desapercibidos, los activistas identitarios no pueden distraerse en esos temas y prefieren disparar tweets ante la incorrección supuesta, mortales “apropiaciones culturales” o negativas reaccionarias ante el uso del lenguaje inclusivo.

Fourest una reconocida feminista francesa abre con nostalgia aludiendo a Madona. Nos recuerda el revuelo que causó su video Like a Prayer en el mundo ochentero. La censura papal y el asombro de los padres de entonces, no hizo más que precipitar el éxito. La narrativa es una crítica rebelde ante el racismo y la hipocresía puritana. Una generación entera crecimos admirando su valor y osadía. Nos cuenta la autora que 30 años después y en un homenaje a Aretha Franklin para Black Lives Matter, la misma artista ataviada como berebere y con cientos de trenzas rubias expresó los parangones de su vida con la de Franklin. La respuesta fue el repudio por su arrogancia y “apropiación cultural”. Eventos como éste son cada día más frecuentes, pareciera que el sufrimiento es hoy un derecho exclusivo del supuesto “marginado”. Fourest narra eventos dramáticos de mujeres violadas por afroamericanos cuyos colectivos buscan acallar la denuncia en aras de las “opresiones” históricas a las que ha sido sujeto este grupo étnico. Del mismo modo en nuestro país se intenta, en un despliegue fantástico a lo Cortázar, poner la historia bocarriba. Avergonzados de un pasado mestizo, recurrimos a un mito fundacional que nos condena a la inexistencia pues, acudiendo a la ficción imagino la posibilidad de borrar de la faz de la tierra todo vestigio patriarcal, colonial y masculino, fantaseando sobre una historia que no fue, con protagonistas que no somos.

Mi voto de esperanza y confianza está en que las nuevas generaciones comprendan que la identidad no es una sigla que se exhibe en un aparador, que pensar con claridad no implica asumir con fidelidad incuestionable términos e ideologías. Que hay mil modos de ser feminista, de izquierda o derecha, de ser blanco, negro o mestizo y que de todas estas máscaras que portamos un torrente de sangre circula por las venas. El sufrimiento o la libertad no piden permiso, no son gradaciones que se inscriben en una escala, hay un límite, el derecho que todo ser tiene de expresarse y respetar al otro.

La peor maña del demonio es hacer que creamos que no existe, la peor argucia del patriarcado es la de distraernos con identidades e historias revisionistas, para separarnos y hacer que el silencio impere y el “activismo” se vuelva materia obligatoria.


Referencias:
Fourest, Caroline. Generación ofendida: De la policía de la cultura a la policía del pensamiento (Spanish Edition). Libros del Zorzal. Edición de Kindle.

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