jueves 28 marzo 2024

El cuerpo, mi delito

por Regina Freyman

Para Ana por valiente, por abrazar a las migrantes
y a nuestra hermana.

I

No me importa mucho mi edad y no pensé comenzar con esta frase este texto (ja ja, tal vez me importa más de lo que acepto). No quiero decir con ello que no me duela el paso del tiempo o que carezca de importancia la circunstancia vital por la que atravieso, sólo que me asombra descubrir cosas a mis años y me regala el brío de la niña que descubre que la luz se descompone en colores múltiples cuando atraviesa una gota de agua o una superficie transparente como el cristal.

La luz que es capaz de viajar tan rápido, de cortar lo más rígido, de definir la oscuridad se entromete en esa caverna que llamamos mente y se descubre algo: un tesoro; de pronto todos los momentos de descubrimiento se encienden como cuando supiste que era imposible tocar una bomba de jabón. Así el hallazgo flota para ser tocado en el momento mismo que se asimila y deja de serlo. Hace un año que murió mi hermano y hace cuatro mi hermana, ambos en iguales circunstancias. Soy la más grande y no creí jamás sobrevivirlos, no creí que un día yo contaría la historia. He pasado la vida queriendo escribir una historia por mil motivos, por reconocimiento y afecto, por atención y éxito, hoy lo hago para pensar en voz alta, o será en letras altas y bajas, digitando como quien toca un piano, con el objetivo de entender, reír, celebrar, denunciar, explotar, llorar y dar cuenta de mi imposibilidad de escribir ficción porque todos los caminos me regresan a mí. ¿Narcisismo? Seguro, una enfermedad crónica de familia que tal vez ha cobrado ya demasiadas vidas, ¿o será el sistema, el postmodernismo, el consumo, el mercado, el neoliberalismo, el populismo, el patriarcado? Tal vez escribo para responderme, sin la certeza de poder, y aunque no prometo escribir en tiempo real, sí lo haré por entregas y hoy comienzo.

Pensé titular esto “El cuerpo” e ir abordando cada capítulo a partir de una parte del cuerpo. Pero empezaré distinto, retomo la burbuja con la que comencé como talismán de curiosidad y a través de ella veo. Si hay una teoría o un cúmulo de ideas que me ha obligado a ver distinto es el feminismo y mientras leía a Marta Lamas con devoción crítica (Dolor y política) encontré en sus palabras la licencia para escribir sin pudor y recuperé una anécdota que me sirve de primer plato.

Un grupo de mujeres se reunía cada dos semanas para leer y hablar sobre la condición femenina. La instructora se llamaba Marcela Lagarde y las pupilas eran algunas hermanas de mi mamá, mis tías. Ellas siempre fueron muy liberales para su época, su padre había estudiado en Estados Unidos y cada que alguna de ellas se iba a casar trataba de disuadirlas, como experto en divorcios no hablaba muy bien del matrimonio aunque duró la vida con mi abuela, otra descreída pero practicante. Expertas en matrimonios y divorcios supongo que buscaban en Marcela la misma orientación que busco con cada lectura, con cada palabra, en fin, entenderse es tarea de vida y no es fácil alinear lo que se es de lo que se quiere o se cree ser.

Mi precocidad siempre fue notable, regresemos al cuerpo, mi cuerpo siempre tuvo voz y nunca lo callé. Mi madre lo sabía y me hablaba de sexo con mucha naturalidad, creo que a mis hermanos también pero no estoy segura, como primogénita recibí una atención distinta que siempre resintieron mis hermanos.

Me desarrollé pronto y recuerdo bien que entré a una discoteca por primera vez a los 12 años, me llevaron mis papás, y me “disfrazaron” mis tías. La discoteca fue el legendario Quetzal frente al Ángel de la Independencia. Recuerdo bien que esa Cenicienta se sentía feliz bailando con un galán mientras sus padres bailaban al lado hasta que una pregunta hizo que se rompiera el hechizo: ¿En qué año vas? En sexto respondí confiada. Ah ya vas a salir me respondieron. No, de primaria. Respondí mientras el galán se evaporó de la pista en segundos. A los 14 años me llevó mi mamá a un ginecólogo y aprendí todos los métodos anticonceptivos.

Sumemos: sí, nací en una familia de privilegios, con padres liberales, nunca temí a mi cuerpo, me sentía muy “empoderada” (auch hoy odio el término, al que sólo lo vence el de guerrera). El feminismo me parecía un cuento retro, como las hombreras de mi mamá que divorciada de mi papá, encontraba consuelo a una historia muy dolorosa que iré contando y que los privilegios amortiguan pero no aniquilan y mata de igual forma. Comenzaba a estudiar Letras en la UNAM y me sentía hija de Unamuno, sobrina de Gabo y chiles con Fuentes. Nótese la ausencia de escritoras; el patriarcado no existía en mi vocabulario y hasta antier, que leía a mi admiradísima Marta Lamas, supe que mi diagnóstico era postfeminista.

Reclining Nude (1917), de Amedeo Modigliani. Óleo sobre tela. Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. The Mr. and Mrs. Klaus G. Perls Collection, 1997.

Así que cuando mi mamá me insistía, toma la clase de Marcela con nosotras yo la miraba por arriba de mis anteojos y cuando llegaba la dichosa Marcela le volteaba la cara con desdén. Estaba celosa de la atención que mis tías daban a esa señora feminista, sacaba Niebla de Unamuno y me ponía a leer cerca de ellas para mostrarles que como estudiante de letras de la UNAM yo sabía más y era la “joven”.

Qué tentación de mentir y decir que leía yo la Tía Tula con el pasaje de Unamuno sobre la sonoridad:

Sororidad [..] ¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano. Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano, y Antígona era soror, hermana. Y convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina.

La cita la encontré en wikipedia al lado del nombre de Marcela, quien popularizó este término y la anécdota da cuenta de cómo desperdicié la oportunidad de conocer a una gran mujer por mis prejuicios postfeministas. Tampoco le conté a mi mamá que en la facultad de filosofía nunca hice un amigo. Que el primer día se me desparramaron los privilegios y llamé miss a la maestra, lo que me valió el mote de la Barbie y que gracias a mi condición de madre joven se fue mitigando. Recuerdo a mi hija Andrea llorando en la cunita en un salón de setenta personas y tener que correr a levantarla y amamantarla en clase, sonrojada y culpable por no encajar, por mala madre, por enseñar el cuerpo.

Así he avanzado mi vida, prejuicio tras prejuicio, con mi abundante colección de errores porque yo señoras y señoritas, solo aprendo entre tropiezos, nunca he sido precoz más que de cuerpo, que por cierto el infeliz se obstina por envejecer velozmente mientras persigo pompas de jabón.

Doliente es gerundio porque no para

Ayer vimos todos en redes el cuerpo sometido de una mujer en Tulum, Quintana Roo. Se llamaba Victoria Esperanza Salazar Arriaza, era como mi abuelo, una salvadoreña; contaba con una visa humanitaria, y dejó dos hijas (yo también tengo dos) sus niñas tienen 15 y 16 años. No dejo de revivir la escena, imagino el peso del cuerpo de la policía concentrado en la rodilla que la asfixió. Mis sueños se han vuelto una pantalla y recrean cada noche los cuerpos del delito, el de mi madre demente, mi padre abandonado mirando su reflejo hasta la locura, las Victorias asfixiadas y los saldos sin nombre que integran la pandemia de un Estado asesino, porque la indiferencia mata, no hay modo de que esto quede inadvertido, no hay forma de que el cuerpo colectivo no se sienta mutilado.

“Mira, sí está respirando, mueve la boca”. Le decía la agente a su compinche, así como todos los días este gobierno afirma, “Mira, si hay camas, aún respiran… denos votos, damos vacunas”.

Mi hermano, el más golpeado de la casa, un cuerpo que me duele más cada día, mientras en este país crece la división, dislocados de la familia, del trabajo, de la naturaleza, entre víctimas y narcisos, buscando dar sintonía para que deje de doler. Aspiro a ser feminista y humanista, a quitarme de los ojos la venda que oscurece el dolor ajeno, a quitarme de enfrente el espejo o la pantalla que obnubila mis arrugas o mis penas. No tengo una religión y soy hija de mis errores y mis sesgos, sin culpa y sin venganza, busco respuestas.

También te puede interesar