jueves 28 marzo 2024

El Chapo en Nueva York

por Julián Andrade

Joaquín El Chapo Guzmán Loera lleva un año recluido en una prisión de Nueva York. Su llegada a Estados Unidos fue vista como un gesto del gobierno mexicano al de Barack Obama, en el último día de su mandato.

El líder del Cártel de Pacífico era uno de los objetivos más relevantes de las agencias de seguridad en América del Norte y en no pocos países al sur de nuestro continente.
La lengua de fuego del sinaloense había llegado a Guatemala y a Colombia y sus redes se extendían. Era el resultado de años de luchas entre bandas criminales, pero también de visión logística.

Por ello resultaba, además, una pieza importante, porque había logrado escapar dos veces de prisiones de alta seguridad, comprando protección y voluntades.

La primera vez abandonó la cárcel en un carrito de lavandería y la segunda, en una motocicleta que lo esperaba en un túnel.

Su poder, aunque ya más simbólico que operativo, se puede apreciar en la violencia que azota a Chihuahua, donde células de su organización disputan plazas y rutas a los integrantes del Cártel de Jalisco Nueva Generación, que es probablemente la organización delictiva más peligrosa en estos momentos.

El tiempo corre, y rápido. En los noventas empezó a forjarse una banda que respondía a pactos establecidos con sangre y por una violencia que parecía atípica, que se mostraba con bombas en los hoteles o balaceras en los centros nocturnos.

El inicio de todo, sin embargo, se puede datar y establecer con la muerte de un compadre de Guzmán Loera por instrucción de los hermanos Arellano Félix y con el asesinato de la esposa de Héctor El Güero Palma, ocurrida en San Francisco, California.

Ambos sucesos respondieron a problemas personales y con agravios que se resolvieron con la frialdad de la venganza.

Esa rivalidad moldeó las organizaciones del narcotráfico en dos grades polos de atracción: Guadalajara y Tijuana.

Todo cambió con el avance de las organizaciones en el Golfo de México y con la irrupción de Los Zetas, quienes iniciaron una escalada de violencia que aún no termina.

En esas coordenadas operó Guzmán Loera en los últimos años, pero con grupos especiales pisándole los talones y con enemigos, cada día más poderosos, que también lo buscaban.
Para mediados del sexenio pasado, una de las estructuras que más golpes de la autoridad sufrió fue justamente la del Pacífico.

El Chapo, por lo que dicen sus abogados, vive inmerso en sus propios delirios, paranoico e hipocondriaco. Ya no habrá días de gloria y su leyenda se irá extinguiendo en los legajos judiciales.

Es el costo de los años dorados del narcotráfico, cuando los grandes capos pensaron que eran eternos, como su propio negocio.


Este artículo fue publicado en La Razón el 25 de enero de 2018, agradecemos a Julián Andrade su autorización para publicarlo en nuestra página.

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