viernes 29 marzo 2024

Efectos colaterales de la pandemia

por Ingrid Motta

De la misma forma que un virus infecta a un ser vivo para quedarse perennemente dentro de su sistema, así la pandemia se quedará en nuestro sistema social, emocional y físico.

Un aparente efecto secundario que nos estaría dejando la Covid-19 es una especie de trastorno de identidad disociativo, mejor conocido como álter ego; ese otro “yo” que transforma nuestro ser y hacer, y que nos hace vivir una especie de doble vida.

Durante el confinamiento hemos arraigado comportamientos adictivos como el incremento en el consumo de alcohol, compras en línea, en el tiempo de navegación en Internet y una obsesión por lo que hacen los demás en las redes sociales, entre muchos otros fenómenos.

Lo que para unos puede ser muy negativo, para otros es una enorme oportunidad.

Empresas tecnológicas como Zoom y TikTok se han beneficiado de este síndrome pandémico y ha crecido enormemente su negocio. Sin embargo, Google, Amazon, Facebook y Apple, (GAFA) han sido los grandes ganadores y han incrementado su poder de mercado y político al grado que ellos son los que tienen la capacidad de escoger a sus consumidores y socios de negocio y no viceversa, aunque ellos aleguen lo contrario.

Zuckerberg, por ejemplo, es dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp, lo cual concentra demasiado poder en una sola empresa. Además, a lo largo del tiempo ha demostrado que, si entra otra propuesta de red social al mercado que le quite atención de sus consumidores, o la compra o crea otra similar que no sólo le compita, sino que la neutralice.

Leyes antimonopolio

En un contexto de guerra fría frente a la nueva geopolítica tecnológica, las grandes empresas norteamericanas argumentan ante el Congreso de su propio país que una sobrerregulación los puede hacer menos competitivos. Y en cierta forma esto también los pone en desventaja frente a otros gigantes tecnológicos también en capacidad monopólica como lo es Huawei, entre otras asiáticas…todo un dilema.

Amazon CEO Jeff Bezos, Apple CEO Tim Cook, Google CEO Sundar Pichai y Facebook CEO Mark Zuckerberg. (AP Photo/Pablo Martinez Monsivais, Evan Vucci, Jeff Chiu, Jens Meyer)

Gobiernos de muchas partes del mundo están implementando diversas acciones para controlar este desmedido crecimiento en el tamaño e influencia en la dinámica y estructura de los mercados de estas empresas, que consideran perjudicial en sí mismo y por tanto para los consumidores, quienes tienen escasez de opciones para elegir, menos libertad y se pone en riesgo la democracia en una acumulación de control del contenido informativo y de entretenimiento en manos de unos pocos.

Y aunque aparentemente los servicios que ofrece GAFA son gratuitos:

  • Google domina el mercado de búsquedas en internet.
  • Amazon es la empresa más poderosa del mundo que concentra el 75% de las ventas en línea mundiales y por lo tanto tiene poder monopólico de pequeñas empresas que dependen de su plataforma, a quienes les cobra un 30% de comisión.
  • Facebook tiene aproximadamente dos mil 700 millones de usuarios activos mensuales en sus plataformas y,
  • Apple y Google son dueños del mercado mundial de aplicaciones.

El poder monopolístico de las compañías tecnológicas a nivel mundial las ha fortalecido para seguir dominando no sólo su propio mercado sino también el expandirse a otras industrias. Este hecho se comprueba en la proliferación de plataformas audiovisuales en línea, un mercado que compite injustamente y sin restricciones frente a la televisión abierta y de paga, que sí pagan impuestos y tienen restricciones de programación de contenido y publicidad por horarios, lo cual los pone en una enorme desventaja comercial.

Por si fuera poco, el poder monopolístico de la publicidad digital en internet y en redes sociales está perjudicando el periodismo tradicional y a la prensa gratuita que se ven excluidos de los principales motores de búsqueda de información y redes sociales en donde GAFA ofrece información que no genera ingresos a los medios que la producen, pero si la comparte.

En pleno siglo XXI, la regulación tecnológica, al igual que la identidad disociativa del álter ego son complejas de identificar, entender y por supuesto curar. Hasta el momento sólo logramos diagnósticos incompletos en un contexto de multiplicidad de perspectivas sobre si lo que la tecnología nos da es enteramente positivo.

La humanidad padece los efectos colaterales de la hiperconectividad en un contexto pandémico, que la orilla a readaptarse como sociedad a una nueva normalidad digital que exige aceleradamente un tratamiento.

Los tiempos de la vida fuera de línea están, para la mayoría, entrando en fase terminal y la única cura parece ser el perfeccionamiento regulatorio.

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