jueves 18 abril 2024

Eduardo Lizalde: tigre, traductor y memoria

por Germán Martínez Martínez

El poeta Eduardo Lizalde murió el miércoles 25 de mayo de 2022. Fue profesor, locutor, funcionario cultural y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Experimentó cuando menos dos militancias: el “poeticismo” —pseudovanguardia literaria— y el socialismo. De ambas se arrepintió, reconociendo, por ejemplo, “la indefectible prepotencia marxista”. Lo que seguramente nunca lamentó fue su relación con lectores de sus poemas. Si se atiende sólo al entusiasmo de los últimos días parecería que la obra de Lizalde seguirá viva. Deseando precisamente eso para su poesía, y otros textos, quiero anotar que los hechos no necesariamente siguen lo expuesto en medios y redes, pues ni siquiera la calidad literaria los moldea.

El poeta Eduardo Lizalde murió el 25 de mayo. Fotografía Cuartoscuro.

La identificación de un escritor con una imagen sirve socialmente para distinguirlo e integrarlo a la memoria de la comunidad. En el caso de Eduardo Lizalde la figura que lo caracterizó fue el tigre: el animal está en sus versos, en los títulos de sus libros —El tigre en la casa (1970), la recopilación Nueva memoria del tigre (Poesía 1949-1991)— y, sobre todo, en la imaginación de sus lectores, que no dudamos en apodarlo así. He releído su poesía en días recientes y he percibido —más allá de recordar el estremecimiento de leer “El tigre” como adolescente— que en múltiples poemas hay una potencia verbal, por su cadencia efectiva y su tono preciso, que sigue leyéndose y probablemente se leerá con placer a futuro. No obstante, me fue inevitable pensar, a través de Lizalde, cómo mucho de lo realizado culturalmente —y de hecho en cualquier campo— está destinado al olvido.

La figura del tigre fue recurrente en la poesía de Eduardo Lizalde.

No son infrecuentes jóvenes que fantasean que la publicación de su libro, el estreno de su película, el alcanzar, por fin, una primera exposición individual… será como un estallido que quiebre el mundo en pedazos y marque, claramente, un antes y un después. La realidad es muy distinta: lo habitual es que ni siquiera la vida del artista resienta el acontecimiento. Con todo y los merecidos homenajes, las portadas en suplementos y carretadas de publicaciones en redes sociales sobre la muerte de Lizalde, la disponibilidad de sus libros es, en la práctica, muy escasa. Esto, me temo, no es porque legiones hayan corrido a comprar sus libros ante su fallecimiento. Habrá habido algo de eso, apenas decenas de compras, no miles de lectores interesados. Sin embargo, no ha habido una recopilación de la poesía completa de alguien tan celebrado como Eduardo Lizalde, desde la impresa al principio de los años noventa del siglo pasado (lo más cercano es una antología que abarca hasta 2011). ¿Qué espera, entonces, el joven poeta enfocado en su figura pública más que en la escritura? Contra lo observable, ese joven poeta sueña que ante él sí se abrirán las aguas, aunque eso nunca llegue a sucederle.

Una de las más recientes antologías de la poesía de Lizalde.

En Ediciones Heliópolis, Lizalde publicó el poemario Otros tigres (1995). La editorial, dirigida por José Manuel de Rivas, ofrece un buen ejemplo de la veleidad de la memoria literaria: los libros que publicó son magníficos y, al ser mencionada, Heliópolis casi invariablemente es calificada como “mítica” o “legendaria”. La empresa había contado también con el apoyo de Salvador Elizondo y Armando Hatzacorsian (fue nombrada con el título de una novela de Jünger, sobre quien se publicó un libro). Heliópolis superó, sin duda alguna, la prueba de la calidad. De Rivas también coeditó libros con la Editorial Vuelta. Sin embargo, a la muerte de Rivas, Ediciones Heliópolis desapareció y algunos de los títulos que publicó no han conocido la reedición en el siglo XXI. Se entiende que confluyen dificultades como los derechos, tanto de autoría como de traducción y otros obstáculos, pero el ejemplo de Heliópolis muestra cómo la aparición de un libro —incluso en el contexto actual, en que se supondría que el formato digital resolvería la disponibilidad— puede ser seguida por su desaparición temporal, o definitiva, para el lector común. Antes escribí “memoria literaria”, pero acaso sea también la complejidad de cada suceso cultural, en cualquier sociedad.

En Otros tigres, además de nuevos poemas con alusiones a felinos, hay una sección de “”Tigres de otros” que recopila traducciones de Lizalde de poemas y fragmentos de diversos escritores también fascinados por el animal. Las traducciones de poesía pueden incluirse, como es práctica común, en la compilación de la obra de un poeta, pero si de Lizalde ya sólo se hacen antologías, es factible que esto quede excluido. Encuentro traducciones de poesía de Lizalde también en El surco y la brasa —antología de traducciones hechas por mexicanos, seleccionada y prologada por Marco Antonio Montes de Oca y Ana Luisa Vega— y en Nueva memoria del tigre. La nómina de escritores traducidos incluye a: Benn, Blake, Blok, Boccaccio, Buffon Dante, Joyce, Lautréamont, Leopardi, Pessoa, Rilke, Salgari, Shakespeare y Valéry. Si bien Lizalde aclara que a veces traduce en colaboración o partiendo de la traducción de alguien más, los idiomas de origen incluyen: alemán, francés, inglés, italiano, portugués y ruso. Varios poemas los tradujo más de una vez, publicando las distintas versiones y aunque generalmente Lizalde lamentaba cada una de ellas, al hacerlo reinterpretaba el sentido de los poemas e incrementaba su sonoridad en español. A pesar de que él escribió, sobre su versión de un soneto de Dante, que “la verdadera solución artística es leer el texto en italiano y dejarse de cuentos”, las traducciones de poesía que Eduardo Lizalde hizo al español destacan por el resultado melodioso que alcanzan, tarea nada sencilla y que beneficia la lectura (si bien a momentos semeja su propia voz). Pero si lo pensamos en términos prácticos, salvo que se tratase de un libro esbelto —que hubiese otras traducciones o se optase por desarrollar una página de internet—, se trata de material escaso para un volumen independiente. Hay circunstancias ineludibles que la poesía no trasciende.

El realismo, aun si es crudo, no es pesimismo: sólo viendo de frente el alcance de la literatura y las artes puede pensárselas y evitar desvariar con supuestos atajos para transformar al mundo. También es sólo desde lo factual —la escasez, la falta de reediciones, la inaccesibilidad, el extravío o invisibilidad digital— que pueden hacerse los esfuerzos requeridos para conocer la obra de un autor. La perdurabilidad de la obra de Eduardo Lizalde dependerá fundamentalmente de la relación entre sus textos y los lectores, pero también de cuestiones tan terrenales como el tipo de editoriales que lo sigan publicando, la difusión que se haga —la mera reimpresión o disponibilidad no garantiza la sobrevivencia—, el eco crítico y apasionado que persista sobre sus poemas y, como en todo, la mera suerte.

No son infrecuentes jóvenes que fantasean que la publicación de su libro, el estreno de su película… será como un estallido que quiebre el mundo en pedazos

También te puede interesar