jueves 18 abril 2024

Echeverría, mi tío y la universidad

por Walter Beller Taboada

—Ahí está el Echeverría, ese… ¡Atiéndelo tú!

Ocurrió varias veces en la casa de la calle de Quinta Roo, Colonia Roma. El secretario particular del general Rodolfo Sánchez Taboada era quien esperaba debajo de un sol que caía a plomo; impertérrito, esperaba que lo recibieran para entregar un dinero para la manutención del hijo del general, quien había dejado de una manera inesperada el Colegio Militar y se alojaba en aquella casa de la Roma.

Los familiares de la familia Taboada que habían dado refugio a Rodolfo Sánchez Cruz, recordaban al Luis Echeverría Álvarez de aquellos tiempos como un tipo taciturno, rigurosamente disciplinado, más bien callado y de mirada inescrutable. Hablaba poco, con palabras pausadas, muy controlado en sus expresiones. Les caía gordo, hasta que llegó a secretario de gobernación y entonces les pareció “encantador”, y ya como presidente de la República adquirió la categoría de tótem, incluso con su fotografía en la sala de la casa.

Sánchez Taboada tuvo una vida intensa y destacó por su lealtad y valentía. Fue cobrando una presencia cada vez mayor desde finales de la primera década de la Revolución. Siendo teniente del ejercito federal constitucionalista, secundó la intriga que llevaría a la ejecución de Emiliano Zapata.

Bajo las órdenes del Coronel Jesús Guajardo participó en el complot para asesinar a Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca, con lo cual el movimiento revolucionario habría de tomar un giro importante. El jueves 10 de abril de 1919, a menos de 20 kilómetros al sur de San Miguel Anenecuilco (el pueblo donde había nacido casi 40 años antes, el 8 de agosto de 1879), Zapata dejó de existir y Sánchez Taboada, como figura mitológica, empezó a cobrar mayor relieve al lado de los triunfadores del movimiento armado. Por méritos en campaña fue ascendido hasta el grado de general de brigada. Su vida estuvo vinculada al poder civil-militar, desde Lázaro Cárdenas a Adolfo Ruíz Cortines.

Como los personajes de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, el general Sánchez Taboada superó la etapa de la turbulencia revolucionaria y se sumó al esfuerzo nacional por crear el país y sus instituciones.

Entró en relación con Lázaro Cárdenas (quien llegó a la Presidencia en 1934). Cárdenas le tenía confianza y designó a Sanchez Taboada, en 1937, como Gobernador del Territorio Norte de Baja California (aún no era Estado), donde permaneció hasta 1944; se comenta que su administración fue de las más progresistas en obras materiales que llevaron gran desarrollo a esa región. Fomentó la educación como nunca antes. Desempeñó el puesto de gobernador durante siete años, ya que estuvo en el cargo hasta el 31 de julio de 1944. (El Aeropuerto Internacional de Mexicali lleva su nombre. El Bulevar General Rodolfo Sánchez Taboada, es una avenida principal de Tijuana.)

EL PODER, PUES ES EL PODER

Al dejar las armas, su pasión fue la política. Se incorporó gustoso a la modernidad propuesta por Miguel Alemán. El 30 de noviembre de 1946 fue electo presidente del Comité del Distrito Federal del Partido Revolucionario Institucional, y 5 de diciembre siguiente logró el puesto de presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), hasta el 4 de diciembre de 1952. Hacia el final de este periodo dirigió la campaña presidencial de Adolfo Ruiz Cortines. El 1 de diciembre de 1952, el Presidente de la República lo designó secretario de Marina, puesto que desempeñaba al morir. Falleció el 2 de mayo de 1952 en la Ciudad de México, a los 60 años de edad. Su muerte se convirtió en un secreto de familia, pues no se cuenta en los brazos de quién dio su último suspiro.

En el PRI, Sánchez Taboada conformó un equipo de trabajo con jóvenes recién egresados de la universidad. Entre ellos estuvo Luis Echeverría, quien en aquel entonces tenía 22 años; se convirtió en poco tiempo en la persona de más confianza del general, por su discreción, lealtad y dotes de observación. Echeverría estudió la Licenciatura en Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Con Sánchez Taboada, Echeverría habría de terminar de forjar su personalidad pública. Cumplía escrupulosamente los horarios de trabajo, realizaba con esmero las actividades que le encomendaban. Hablaba poco, escuchaba con atención.

Diligente ante cualquier encomienda del general, lo mismo atendía a políticos que repartía regalos a las novias de su jefe. Ambicioso y astuto, siguió una línea de conciliación dialéctica en su propio beneficio. Si Sánchez Taboada dialogó lo mismo con Lázaro Cárdenas que con Miguel Alemán, Echeverría se adhirió al gobierno de López Mateos y después ascendió a la secretaria de gobernación con Díaz Ordaz. Antes fue Oficial mayor de SEP y subsecretario en la misma dependencia. Como secretario de gobernación, mucho se especula acerca de su intervención en la matanza del 2 de octubre de 1968; sin embargo, en su último informe de gobierno, Diaz Ordaz asumió la responsabilidad completa de ese acontecimiento que fue un parteaguas en nuestra historia contemporánea.

No se cuenta mucho, y hasta parece increíble, pero Echeverría lograba despertar inspiraciones poéticas y eróticas. José López Portillo indicaba que varios poemas de Erótica (1999), de Griselda Álvarez, fueron dedicados a Luis Echeverría. Algo de esos registros también le aprendió a Sánchez Taboada.

EL DISCURSO UNIVERSITARIO

Al igual que su jefe Sánchez Taboada, Echeverría sostuvo siempre las bondades futuras de la educación. Con los jóvenes quiso encontrar una conciliación política que solo logró de una manera precaria y parcial. Su planteamiento de la “apertura democrática” incluyó una suerte de ensalada populista y la idea de la “Tercera Opción”, entre el capitalismo y el socialismo. Hoy nos queda claro que se trataba de una confusión mental e ideológica, tanto como su frase “ni nos beneficia ni nos perjudica, sino todo lo contrario”.

Echeverría nombró en la SEP al ingeniero Víctor Bravo Ahuja, quien había sido previamente Subsecretario de Enseñanzas Técnica y Superior de la SEP (1958 a 1968). Bravo Ahuja se dio a la tarea de innovar la enseñanza, desde la educación básica hasta la media y la superior. Fundó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), cuando realmente servía. En su tiempo se expandió el Colegio de Bachilleres y se impulsó el sistema inicial de CCH. Se fortaleció la ANUIES y se creó la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Pero como Jano, Echeverría intrigó para la caída de Pablo González Casanova como rector de la UNAM. En 1972, después de una huelga de tres meses, la rectoría fue tomada por un grupúsculo, empleando para ello a porros protegidos por las fuerzas de seguridad del gobierno federal. Derivó en la renuncia de González Casanova y la llegada al cargo de Guillermo Soberón Acevedo. Pero la tensión entre la universidad y el gobierno ya venía de tiempo antes.

El 10 de junio de 1971, justo cuando se celebraba el Jueves de Corpus, estudiantes de varias instituciones, entre ellas la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) salieron a las calles en apoyo a la huelga de la Universidad de Nuevo León (UANL). Los manifestantes se reunieron en los alrededores de la estación del Metro Normal para marchar hacia el Zócalo capitalino.

Inició la marcha en las inmediaciones del Casco de Santo Tomás, para después tomar la calle de Carpio y salir hacia la Calzada México-Tacuba. Sin embargo, cuando el contingente avanzaba por Avenida de los Maestros, los llamados halcones abrieron fuego contra los estudiantes desde las alturas. Además usaron palos de kendo al grito de “Viva LEA, hijos de la chingada”. Por ello, esta matanza se conoce como “Halconazo”. Echeverría culpó a otros y a las “fuerzas del pasado”.

A esas mismas horas, en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Octavio Paz presentaba su libro Los signos en rotación. En el presidium, Carlos Fuentes leía una semblanza biográfica del poeta, cuando irrumpió un estudiante con los pantalones ensangrentados: se hizo del micrófono gritando “Nos atacaron los Halcones”.

Paz se levantó, tomó el micrófono y dijo: “los actos políticos se responden con actos políticos, no con represión”.

La ruptura de los universitarios con el gobierno de Echeverría estaba sellada.

La consigna estaba dada: las universidades no podían ser críticas del gobierno. Durante los años del echeverrianto fueron objeto de represión brutal estudiantes y maestros. El sofocamiento de la libertad de expresión estuvo solapada por ese engendro que fue el delito de “Disolución Social”. A cualquier manifestación intelectual que no se ajustara a la línea oficial, las autoridades las catalogaron de subversivas, provocadoras, manejadas por intereses inconfesables o por la manipulación de agentes extranjeros. Nunca se probó nada de eso, pero mucha gente fue a dar a la cárcel como presos políticos.

La prensa quedó maniatada, como es una línea de acción política del fascismo. El “golpe a Excélsior”, cuando lo dirigía Julio Scherer, fue la culminación de una grosera guerra contra la libertad de expresión. Pero como ha señalado Marco Levario en un video, de ahí habrían de surgir nuevas rutas de comunicación: Proceso, Unomásuno, Plural.

NO SE PREOCUPE, RECTOR

El 14 de marzo de 1975, Echeverría se empecinó en inaugurar los cursos universitarios. Guillermo Soberón, rector, le indicó que no era conveniente y nada seguro. Echeverría le respondió que si López Mateos inauguró en su momento cursos universitarios, él podría hacerlo igualmente. Terminó la conversación telefónica con una frase: “No se preocupe, rector”.

En aquella fecha, el auditorio Salvador Allende, de la Facultad de Medicina, estaba a reventar, los estudiantes abucheaban a Luis Echeverría, quien solo alcanzó proferir “con beneplácito” y no se escuchó nada más hasta que perdió la compostura y gritó con dedo flamígero: “fascista tú”, “jóvenes movidos por la CIA” y recordando que “así gritaban los jóvenes de Hitler y Mussolini”. Se generalizó el caos, el Presidente salió por la puerta trasera del recinto universitario. A la salida, Echeverría fue descalabrado con una piedra que le lanzaron los universitarios. Las crónicas no cuentan mucho que en la explanada había personal militar con palos de kendo que repartían golpes de manera indiscriminada a los estudiantes.

Echeverría fue un burócrata que aprendió el doble discurso y lo ejerció en peroratas que duraban horas enteras. La plaza pública le fascinaba. Tuvo muchas ocurrencias. Disparates que llevaron a pensar en el deterioro de su salud mental. Centralizó las decisiones de Hacienda. Impuso un presidencialismo imperial. El estilo personal de gobernar, lo denominó Daniel Cossio Villegas. El presidente endeudó al país como nunca antes, por el despilfarro que hizo del erario. La inflación se desató de manera impresionante y el salario se fue en caída libre. Echeverría se enemistó con los empresarios del norte. Pero no con todos los “iniciativos”.

Suponiendo que el problema del país tenía que ver con las finanzas públicas, nombró como su sucesor a José López Portillo. Pensó en que podría manejarlo a su entera voluntad, Echeverría se aferraba al poder. Hasta que lo desterraron muy, muy lejos del país.

Me preguntó qué hubiera pasado si Zapata hubiera sobrevivido al ataque en su contra y los muertos hubieran sido sus atacantes.

5 de diciembre de 1946-4 de diciembre de 1952

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