martes 16 abril 2024

Desinformación. Recuperando la verdad

por Leo García

En algún momento la dinámica que propicia la difusión de información que no es precisa o real, la desinformación, tendrá que cambiar. La desinformación tiene muchas consecuencias, por demás graves, pero una que ha ido pasando desapercibida, por volverse una forma de normalidad, es la generación de estigmas y prejuicios sustentados en aversiones sociales, que además están transformando el tejido social en lo más profundo y, ojalá que no sea de manera irremediable.

La desinformación ha llevado a limitar la comprensión de dinámicas sociales amplias y diversas poniéndolas en una perspectiva cerrada, basada principalmente en juicios, prejuicios en la mayoría de los casos, sustentados en posturas rígidas y cada vez más radicalizadas. Hoy, estas semanas finales del 2020, el mundo puede asomarse en directo a ver un ejemplo muy nítido de estas consecuencias, en una situación de causa y efecto en las elecciones de Estados Unidos, pero sobre todo, en las movilizaciones posteriores que se están dando.

A partir de campañas de desinformación se está sustentando la idea de un fraude, sin pruebas, sin evidencias, que ha sido desmentido por todas las instituciones responsables, y sin embargo la audiencia leal al señor Donald Trump lo cree a piejuntillas. O peor, harán todo por defender lo que creen es el robo de la elección. Además de quienes toman como llamado a la acción la narrativa QAnon. La desinformación ha polarizado posturas hasta extremos irreconciliables donde se asume, ya se da por hecho en términos absolutos, que quienes simpatizan con Donald Trump son conservadores duros y, que quienes lo hacen con Joe Biden son tiránicos “progres” y “wokes”.

La desinformación es poderosa porque incide en algo básico en el ser humano, en la mera percepción. El principal vehículo que ha encontrado este modo de construir percepción ha sido Internet y, en especial las redes sociales donde cada usuario conectado es un nodo emisor de información, no nada más un espectador pasivo.

Se han realizado múltiples investigaciones y experimentos donde se creyó que exponer a la audiencia a información que no solamente vaya acorde a sus ideas preexistentes daría pie a tener una percepción más amplia y un mejor entendimiento, pero se descubrió que realmente lo que sucede es que se genera un mayor rechazo a aquello que resulta discordante. La audiencia, los usuarios, al saberse cuestionados por la duda, al considerar la posibilidad de estar ante un error de percepción, se prioriza el sesgo de confirmación y se limita aún más la comprensión, iniciando incluso dinámicas de “combate”, se le conoce como efecto “backfire”.

¿Se puede hacer algo? ¿Hay manera de cambiar esta dinámica? Algunos investigadores han propuesto que en el fondo el problema está en algo tan simple como complejo, en la forma del discurso mismo.

Para confrontar la desinformación se necesita la difusión constante y reiterada de información real, confirmada y comunicando hechos verificados. La difusión de información confirmada y verificada no debe depender solamente de la fuente, sino que sea una forma de comunicar por los participantes de la conversación sin que sea una imposición.

La manera en que la información se frasee para facilitar su aceptación necesita tener una estructura fácil, clara, amigable, que además permita compartirla en audiencias lo más amplias posibles.

Uno de los elementos más comunes en la desinformación es aceptar los supuestos, las creencias personales y las opiniones como información confiable. Queda entonces, como respuesta, difundir información científica y académica, donde se note la diferencia entre lo que es subjetivo desde la percepción personal de un autor, y lo que surge de un proceso donde se genera conocimiento.

La ciencia y el conocimiento académico debe prevalecer y, a las creencias, supuestos y opiniones, se les debe llamar como tal. No es un reto menor.

La audiencia en las redes sociales es tan diversa y variada como usuarios conectados. Como parte de la transformación en el discurso se requiere también dejar de usar a la información como un arma, como un instrumento para “golpear” a quienes se considera adversarios. Es necesario dejar de usar a la información como un instrumento de humillación e incluso sometimiento, a quienes no tengan los elementos previos, necesarios y suficientes, para entender temas complejos. No todas las personas, los usuarios, abstraen de la misma manera, ni han tenido acceso, por las razones que sean, a los mismos conocimientos previos.

No todos entendemos al mundo de la misma manera. Es necesario que la información, los hechos, el conocimiento, no se mezclen con ideología, y que cuando así suceda la respuesta no siga ese mismo tono.

Para las redes sociales además se necesitan cambios en la forma en que incentivan la interacción y mantienen la atención de los usuarios. Para estas empresas tal vez lo más complejo sea dar preferencia a la información de fuentes confiables, sin que sea censura.

Parece sorprendente, pero el reto es recuperar la capacidad de asociar la verdad con la realidad y volver a aprender a confiar, aunque no sea lo que se quiere leer, ver u oír.

El problema más profundo, es que la gran masa de la audiencia en línea, el usuario digital recurrente, ha hecho del engaño, del autoengaño, una forma de sobrellevar la compleja situación moderna y la cotidianidad. Es un refugio, el lugar seguro donde se puede recurrir cuando la incertidumbre domina para usarlo como protección. De eso, la próxima semana.

Hagamos red, sigamos conectados.

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