viernes 29 marzo 2024

Demagogia e historia mítica

por Pedro Arturo Aguirre

Reescribir y reinterpretar arbitrariamente la historia es un rasgo propio de los gobiernos autoritarios de izquierda y derecha. Recuérdese a George Orwell en 1984 y su ministerio de la Verdad, encargado de redactar todas las declaraciones oficiales y donde se cambiaban las veces que fuese necesario los hechos históricos cuando no convenía que se narrasen como realmente sucedieron. Los autoritarios promueven relatos embusteros y épicas ficticias para degradar la cultura, hacerla instrumento de mezquinos intereses coyunturales y lograr la merma intelectual de las sociedades que controlan. Nuestra 4T tiene una gran vocación en esto de falsear la historia. Lo hace constantemente. Quiere reimplantar la interpretación falaz y maniquea de la “Historia de Bronce”, la oficial en la etapa de la hegemonía priista, el llamado “nacionalismo revolucionario”, con sus buenos-buenos y sus malos-malos. Y cuando un régimen se obsesiona con ficciones y símbolos, éstos se convierten en figuras casi religiosas. A veces, incluso, mágicas.

Este año 2021 celebramos la consumación de la independencia, pero como el principal protagonista de este hecho, a quererlo o no, es uno de los malos-malos (Iturbide), la 4T se inventa una celebración adicional, una indígena para que la cuña apriete, desde luego. Así, se sacan de la manga los dizque 800 años de la “fundación lunar de México-Tenochtitlan”, ello porque según las autoridades la capital de nuestro país tuvo dos fundaciones. “La primera ocurrió 1321, cuando la señora Quetzalmoyohuatzin dio a luz en el pueblo de Mixhuca a un hijo llamado Contzalan”. El año real es 1325, y Eduardo Matos Moctezuma opinó al respecto que ninguna fuente histórica señalaba 1321 como año de fundación de absolutamente nada, pero la verdad poco ha importado a los demagogos de siempre. Lo que se necesita es celebrar, a como de lugar, para loor de la Cuarta Transformación y su visionario presidente.

Original: Cuartoscuero

Las tergiversaciones de nuestra 4T van a tono con los enfoques de la actual generación de líderes de vocación autoritaria y discurso patriotero que pululan por todo el mundo. Es la constante exaltación de un “pasado mítico” donde las cosas eran supuestamente mejores y la nación era “grande y poderosa”, o al menos “más justa y feliz”. Tiene que ver, desde luego, con la apropiación populista de la historia. Vivimos el regreso de las facilonas retóricas nacionalistas de quienes odian todo lo cosmopolita, viven de adular “las nobles y sencillas virtudes del pueblo” y proponen una supuesta “regeneración”, la cual no es sino una nueva forma de aldeanismo. Los hombres fuertes de hoy tienen una obsesión por la historia, Dicen encontrar en ella las “raíces”, lo más “auténtico”, lo más “puro”, la genuina identidad nacional arrebatada por las élites. Pero la “Historia” (con mayúscula) de los demagogos es en realidad una fábula narrada en versiones simples y maniqueas. La historia se convierte así en una especie de mitología ideada para sustentar la idea del “Pueblo” como una “totalidad”, encarnación del bien y la virtud, la nación con sus rasgos eternos y definitivos. Fuera de él se incuba el mal, la enfermedad que ataca al sano organismo comunitario.

Obviamente, estas restringidas versiones de la historia son excluyentes y no sólo ante lo extranjero o lo cosmopolita, sino también con los elementos internos que no la comparten. Son impermeables al pluralismo. Así tenemos la baladí promesa de Trump con la que llegó al poder, esa de “volver a hacer a América Grande” a base de la construcción de un muro, rearme nuclear y aislacionismo. Constante apelación nostálgica, irrealizable y peligrosa tanto para el orden interno como para el internacional. Vladimir Putin emociona a sus votantes con la recuperación de la gloria imperial perdida e incluso no duda en capitalizar la memoria del periodo comunista como una etapa de “plenitud nacional, liderazgo incontestable y unidad ante el enemigo”. El presidente turco Erdogan reivindica constantemente la grandeza del Imperio Otomano y presenta a la Turquía gobernada por él como su “natural continuación”. Con ello el autócrata pretende encarnar la autoestima recuperada del pueblo. Para los dirigentes del Frente Nacional, Francia ocupa un lugar “singular en Europa y en el Mundo”, porque es “un pueblo resultado de la fusión, única en sí, de las virtudes romanas, germánicas y celtas”. El líder húngaro Orban esgrime la defensa de las herencias europeas y cristianas de su país en su lucha contra una pretendida invasión islámica. El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha expresado su intención de cambiar el nombre del país con el propósito de eliminar su connotación colonial. Bien conocidas son las manipulaciones y tergiversaciones grotescas de la figura histórica de Simón Bolívar por parte de Hugo Chávez, así como los asertos maniqueos del indianismo de Evo Morales y Rafael Correa. Retórica de nacionalista de rescate de la “grandeza histórica” están presentes también en Netanyahu, Modi y otros casos de líderes dispuestos a “hacer historia” con el retorno o la supuesta “reinvindicación” de un pasado “magnífico”, pero ilusorio.

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