jueves 28 marzo 2024

Del populismo oral a la esclavitud de conciencias

por Walter Beller Taboada

Pregunta seria: ¿qué es la Cuarta Transformación?

Luego de poco más de tres años de gobierno, a nadie le queda claro qué, cómo, dónde y hasta qué punto hay elementos reales que denoten un cambio, ya no digamos de régimen, sino en la edificación de un México diferente.

Lo que hemos constatado todos es la destrucción de las instituciones del Estado. El presidente desboca —literalmente— muchas palabras, pero evita usa el término “república” —que, por cierto, está incluida en la descripción constitucional que define a México. ¿Por qué no emplea esa palabra que orgullosamente levantaron en su momento el presidente Juárez y sus aliados? Porque solamente hay dos modalidades de gobierno: monarquía y república. Lo que distingue a la segunda es la existencia de los tres poderes de la Unión. (Beatriz Pagés ha insistido en ello.) Así, legalmente, el Ejecutivo es en una república un poder, pero no absoluto porque puede ser limitado por los otros dos. De una manera muy simple: el Ejecutivo puede decir “sí”, y los otros dos poderes le pueden decir “no”. Eso es en esencia una república. Llegar a esa definición en el país costó vidas. Hoy, eso no se honra: se silencia.

Además, una república es un régimen de libertades ciudadanas, de acción y respeto a los derechos humanos. Otra vez, son límites a las intenciones autócratas del Jefe de Gobierno. En la perorata diaria del presidente, la palabra “libertad” es abstracta, pues no tiene un asentamiento real en la acción de gobierno. Incluso es una administración abiertamente contraria a la libertad de expresión y de prensa. Exhibir públicamente los datos personales de Carlos Loret de Mola no podría entenderse sin que el titular del Ejecutivo se sienta y proceda por encima del derecho y las libertades. Hacer esto es contrario a la ley. Lo que se pregona, en cambio, es la justicia (sin que sepamos realmente qué entiende López Obrador por ese término tan políticamente redituable, pero escasamente efectivo en la práctica, si lo hubiere).

La libertad debe ser respetada, y eso incluye también la consideración irrestricta de las elecciones personales. Y es ahí donde la 4T quiere incidir, como veremos más adelante.

No hay…

Se dice que las definiciones negativas son problemáticas, pero en el caso de la 4T nadie sabe, nadie supo (como se expresaba en un viejísimo programa de radio). ¿Cumple el gobierno con su obligación de otorgar seguridad a la población? No. ¿Cumple con su obligación de prevenir y sancionar los feminicidios? No. ¿Cumple con su obligación de perseguir y encarcelar a los delincuentes? No. ¿Cumple con su obligación de prestar servicios eficientes de salud? No. ¿Cumple con su obligación de tolerar la pluralidad política? No. ¿Cumple con su obligación de reducir la pobreza? No. Incluso, es una administración que ha creado más de 3 millones de nuevos pobres… y eso hasta el momento. ¿Ha hecho obras significativas de infraestructura? No. El AIFA es un reverendo despropósito; el Tren Maya, una tragedia por ser un ecocidio. ¿Cumple con su obligación de perseguir o, al menos, disminuir la corrupción? No. ¿Respeta el sentido republicano de erradicar el nepotismo? No; la “casa gris” es un signo inequívoco. ¿Fomenta la cultura, y dentro de esta el cine, la plástica, la escultura, el teatro? No. ¿Ha procurado una mejora en la economía del país? No; incluso la ha llevado a pique.

Hasta ahora lo único indubitable es que la 4T es (a) símbolos “flotantes” (es decir, signos vacíos de contenido), y (b) un discurso polarizante y, a ratos, soez. Lo primero son imágenes: una primera transformación, Hidalgo y Morelos; una segunda, Juárez; una tercera, Madero, y… la cuarta… la que se supone continúa y enriquece a las anteriores. Es una especie única de autohomenaje actual y permanente, una apuesta por una inmortalidad histórica anticipada. Será el paso a los anales de la historia patria; ¿según quién?, según su inventor, el señor Andrés Manuel. Viene a la mente una analogía: el Cuarto Reich, que es un término utilizado para describir un hipotético imperio alemán sucesor del Tercer Reich, de la Alemania nazi (1933-1945), o lo que hoy conocemos como el movimiento neonazi (con presencia en Europa, en Estados Unidos y ahora hasta en México, en boda pública y quién sabe qué más). Si no hay otro referente, la Cuarta Transformación será López Obrador su persona, sus discursos, sus apariciones públicas. Nada más.

Del discurso polarizante se ha analizado y comentado mucho, y no lo abordaremos ahora. Sólo habría que dejar un punto al respecto, como la canción cuyo estribillo era: “palabras, palabras, palabras”. Pero cuando se tiene el apoyo de las fuerzas armadas y la sumisión de los otros dos poderes de la Unión, las palabras dañan, ofenden, maltratan, difaman y son una invitación a la violencia. Es verborrea sin fin. Pero potencialmente peligrosa.

El aparato ideológico de Estado educativo

El presidente ha expresado en repetidas ocasiones que debe producirse una “revolución en las conciencias”. Pero jamás aclara en qué dirección o en qué aspectos; o sea, no habría que cambiar la sociedad, la economía, la política; sólo hay que cambiar la mentalidad de “la gente” para que se aleje del “consumismo”, viva con frugalidad, sin aspiraciones, con resignación más que estoica y “se porte bien” (como la conseja de las bisabuelas).

Pero la 4T cuenta con un instrumento: la educación pública. Ahí se ven los verdaderos tentáculos de la Transformación Cuarta y su intento de llegar a las conciencias de las futuras generaciones (porque las actuales “están echadas a perder”).

El instrumento educativo-ideológico está hoy completamente en manos de Marx Arriaga, funcionario cuya posición es abiertamente antisistémica; es decir, se expresa bajo una ideología —bastante confusa—, que combina de manera heterogénea posturas que van desde la antiglobalización, el anticapitalismo hasta el anticomunismo. La “visión” antisistémica muestra un inconformismo militante, que va contra las asociaciones (incluidos los sindicatos, como el SNTE) e incluso contra los partidos políticos (con Morena no hay disputa pues no es un partido sino “un movimiento”). Arriaga ha dado a la luz pública un borrador sobre el Marco curricular y Plan de estudios de la educación básica mexicana, elaborado por la Dirección General de Diseño Curricular de la SEP.

Ya sabemos que en el discurso de 4T, todo lo del pasado está mal. No podía ser de otro modo en ese panfleto de la SEP.

Empieza su Marco con la declaración de que la historia anterior, digamos desde Vasconcelos, fue un error porque no partió del “comunitarismo”, que es, en cambio, hacer énfasis total hacia los intereses de la comunidad, por encima de todo y, al mismo tiempo, convertir en cenizas al individuo. Se trata de desaparecer a este para hacer ver e imponer los designios de la comunidad (cualquiera que esta sea). ¿Dónde empieza la comunidad?, ¿dónde termina?, ¿cambia o es la misma siempre? No se sabe.

Exponen: redefinir el carácter universalista y nacionalista del conocimiento para pensar en la educación básica desde otras bases sobre lo común, asumiendo la diversidad como condición y punto de partida de los procesos de aprendizaje y con ello recentrar la noción de lo comunitario como horizonte de la formación básica.

Adviértase el sentido de lo que se está proponiendo. En primer lugar, los padres de familia, que otrora eran considerados actores en los procesos educativos, ya no tendrían ningún peso específico. Todo, todo sería la comunidad, “lo común”.

En segundo lugar, si la “diversidad” es punto de partida, ¿cómo “recentrar” —extraño verbo— lo diverso en lo comunitario?

En tercer lugar, el docente pasa a ser un simple conductor, dado que los saberes derivan y se constatan dentro de la comunidad y no surgen de los individuos, sin importar cuáles sean o dejen de ser sus características personales.

En cuarto lugar, la individualidad se toma como un mal que debe desaparecer, mientras que las cualidades personales se estigmatizan. Ni un Beethoven ni un Einstein ni un Rulfo ni un Carlos Chávez ni un Marcos Moshinsky; tampoco un Eli de Gortari ni una Rosario Castellanos ni una María Teresa Gutiérrez ni un Guillermo del Toro…

Esta visión significa un retroceso en la historia: un retroceso a sociedades tradicionales, cerradas, impositivas. Se trataría de volver a aquellas sociedades primitivas cuyas necesidades se colmaban con pocos insumos vitales (nada haría más las delicias de López Obrador). Desde luego, no son así nuestras sociedades actuales, tecnificadas y globalizadas.

En la educación pública obligatoria ha prevalecido un discurso que argumenta las desigualdades sociales, económicas y culturales sobre la base de cualidades individualizantes como son las “inteligencias”, “competencias”, “talentos”, “facultades innatas”, “dones”, que tienden a ser estandarizadas y objetos de medición para distinguir a unos de otros bajo la lógica de que existen infancias inferiores que fracasan y otras que son superiores y destacan.

No sólo se considera malo ser un individuo —tener opiniones, creencias, e incluso “inteligencias” y “talentos” particulares—, sino que todo lo singular es despreciable porque redunda —se supone— en injusticias sociales. O sea, hay injusticias porque hay individuos con talentos, habilidades o competencias. ¡Vaya manera de entender la vida y deseos de los individuos!

Cuartoscuro

Las ideas de este Marx (Arriaga) no desmerecen frente al totalitarismo de Lenin (véase Stéphane Courtois, Lenin, inventor del totalitarismo, Editorial La esfera de los libros), de Stalin o de Mao. O incluso frente a Hitler, quien también imponía sumisión completa frente a los designios de la “raza superior”.

Y hablando de razas, el documento alienta una especie de vuelta al paraíso perdido de los pueblos originarios. El “pueblo bueno” debe dar las directrices porque él es el depositario del “saber fundamental”, está en las raíces de la Nación. Es “el” pueblo originario; en definitiva, el paradigma del nuevo modelo educativo.

De los males sociales a los males psiquiátricos

Dicen los colaboradores de Arriaga: desde diversas disciplinas, vinculadas al Estado, se impulsó esta reingeniería social: los antropólogos promovieron la política indigenista de unidad racial. Desde una perspectiva de la sociología y el derecho se promovieron medidas para atacar la criminalidad, la cual se creía innata en ciertos grupos étnicos. Los demógrafos promovieron la migración de la población de “raza” blanca europea, pero impidieron el paso de aquellos grupos migrantes considerados indeseables. Los médicos y psiquiatras establecieron un conjunto de medidas para impedir la reproducción de poblaciones y sujetos indeseables.

Ahora resulta que los “culpables” de la discriminación, el “integrismo” y la “criminalización” en México son los profesionales y los investigadores de las ciencias de la conducta. ¿Cuándo fue realmente considerada en México la criminalidad innata en grupos étnicos? Tal vez en el Porfiriato. Los autores del modelo tienen una memoria impacientada.

Ni modo que se atribuya la condena de la exclusión social al “deplorable” neoliberalismo. O sea, Lombroso es el culpable, junto con sus seguidores mexicanos. La lectura acrítica de Foucault ha convertido a los autores del texto de la SEP en personas extremadamente ignorantes que pretenden no serlo porque citan autores de las epistemologías alternativas (lo que eso signifique).

Ahora se va entendiendo por qué la 4T vive un exagerado conflicto con las universidades y centros de investigación del país (UNAM, CIDE). Son ellos, y no otros, los que han sobajado y sometido al “pueblo” con su saber “extranjero”.

No lo han escrito, pero queda como discurso latente que los camaradas redactores del texto que comentamos tengan en mente la consigna de “nos traen ideas exóticas, ajenas a nuestra realidad”. Así solían calificar en el pasado todo aquello que no fuera el nacionalismo revolucionario.

En fin, el documento tiene dos puntales: (a) la crítica a la “epistemología dominante” (o sea, todo lo que se hizo en materia educativa en el pasado reciente está mal, así, sin más) y (b) una serie de ocurrencias que se fueron tejiendo al pasar, como eso de eliminar los grados de estudios para dar lugar algo que llaman “fases” (ver, por ejemplo, https://bit.ly/383EoQy).

El texto del Marco curricular y Plan de estudios de la educación básica mexicana es la única y verdadera esencia de la 4T. Es una suma de despropósitos contra el pensamiento de la Ilustración. Han recurrido, de una manera imprecisa, a autores como Lev Vygotsky o Paulo Freire (así de actuales son) y, como era de esperarse, tergiversan los planteamientos de Piaget. Ideas tales como la democracia directa sin delegación imponen fórmulas de trabajo en las escuelas que, en realidad, reniegan del papel y la autoridad de los educadores. Todos comunitarios, sin iniciativas propias, sin ningún afán de superación “personal”, todos —supuestamente— felices en el regodeo de la simulación educativa y la pasividad ante una sociedad estática, sin evaluaciones ni controles. Ni futuro claro. Algo así como “al ahí se va”.

El ideal de una sociedad “sin clases” (en las aulas y en la población), “sin individuos”, “sin ciencia”, “sin saberes” (que no sean los autóctonos), y todos —educadores y educandos— sometidos al poder de un ente abstracto que denominan “el pueblo”, que obviamente representa, “encarna” —le han dicho— en un único líder: López Obrador. No habrá democracia representativa (¿para qué?), no habrá república (un solo poder), no habrá leyes (“no me vengan con que la ley es la ley”), sino sólo intuiciones y la romantización del pasado idílico, el pasado precolombino. El pasado estático.

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