viernes 29 marzo 2024

Defensa del CIDE en un párrafo

Pasé algunos tiempos de mi vida estudiando y trabajando en el CIDE, he escrito y publicado en algunos de sus espacios editoriales, algunos de sus investigadores han colaborado en proyectos editoriales míos. Soy uno más de los que por conocimiento directo e indirecto pueden afirmar que el CIDE no sólo sí es un centro de excelencia sino que no es lo que algunos creen. No, no creo que el CIDE sea perfecto ni que le sea imposible mejorar algunos aspectos. Tampoco es imposible disentir racionalmente de ideas y métodos presentes en sus comunidades. Sin embargo, desde hace muchos meses han ido formándose en “las redes” dos caricaturas: el CIDE como una cueva de malos académicos neoliberales y el CIDE como una sociedad escolar de cándidos votantes obradoristas. Es exasperante seguir oyendo la cantaleta “defienden el antiguo régimen neoliberal”, con la usual –y generalizada- imprecisión sobre el concepto régimen político, y la cantaleta “pero votaron por él”, con una común –y falsa- generalización total. Lo cierto es que no todos los estudiantes del CIDE votaron por López Obrador y que el centro es un lugar plural. Su pluralidad tiene como límite la racionalidad, la razón socialcientífica o humanística pero analítica en alguna forma (en el CIDE no tienen cabida académica las perspectivas irracionales, que no es lo mismo que perspectivas sobre lo irracional). Que no sea extrema, o ilimitada, ni al gusto de “todo el mundo” no significa que no haya pluralidad. Y esa pluralidad se mantiene entre sus egresados o ex alumnos: por poner un ejemplo, colaboradores de Claudia Sheinbaum como Andrés Lajous estudiaron en el CIDE. El punto está formado: así como no se puede criticar válidamente al CIDE en sí porque Andrés sea hoy secretario de Movilidad capitalino, es imposible criticar válidamente al CIDE como tal porque no todos sus profesores e investigadores sean voceros del antineoliberalismo y/o no sean admiradores de López Obrador (quien, aunque no lo vean o lo nieguen quienes son más que sus admiradores, está practicando una austeridad en línea con el neoliberalismo). Quienes atacan al CIDE por tener académicos, estudiantes y egresados que critican (racionalmente) al obradorismo están confesando, además de su partidismo, su visión antiintelectual o pro-pésima academia: sin libertad ni pensamiento crítico, el que por definición excluye posiciones como “amlover al 1000%”, y por lo mismo sin posibilidad de ciencia social: la academia como una tertulia militante con obligaciones de partido, todo bajo pretextos y consignas de “la conciencia” y “la patria”. Esos críticos –estos de tipo irracional- ignoran que entre la pluralidad del CIDE hay quienes critican a AMLO y quienes no lo critican, sea sin apoyarlo o apoyándolo, como ha sido el caso de Ignacio Marván. Ignoran también que se puede ser crítico del neoliberalismo y crítico del actual presidente, como lo demuestran los casos de Mauricio Merino y Ugo Pipitone, entre otros. Es mucho lo que ignoran, por cabal ignorancia unos y por mala fe otros. Y es precisamente contra varios tipos de ignorancia que se entienden la función y utilidad del CIDE y se pueden ver sus contribuciones y éxitos, directos e indirectos. Ejemplos que no agotan todos los hechos: aportaciones de Clara García a la formación historiográfica, de Jean Meyer a la historiografía de México, de Ana Laura Magaloni a la renovación de los estudios jurídicos nacionales, de Mauricio Merino y David Arellano Gault al estudio de la administración pública y las políticas públicas; la mayor parte, cronológicamente hablando, de la obra de Pipitone, historiador económico, economista histórico y hombre de izquierda, todo al más alto nivel ético e intelectual; un buen programa de edición de libros; revistas de trascendencia internacional como Istor y Política y Gobierno; una biblioteca fértil y poderosa, siempre en construcción, como debe ser; un relevo generacional con investigadores jóvenes con mucho por decir como Javier Martín Reyes y Sebastián Garrido; y cientos de estudiantes, mujeres y hombres, bien formados y que con su formación profesional avanzaron socioeconómicamente. Agreguemos que el CIDE es casa de uno de los politólogos más valiosos del mundo, Andreas Schedler, y de uno de los intelectuales más finos de este país, José Antonio Aguilar Rivera. La utilidad académica y pública del CIDE es real, es clara y es mucha si se toma en cuenta su tamaño y edad –y, cabe añadir, no está obligado a lo imposible… Lo que pasa es que algunos confunden utilidad pública y ventaja presidencial, o entre lo que es públicamente útil y lo que es cómodo para el presidente; confunden así lo público con lo estatal y al Estado con el gobierno, identificando a López Obrador con todo. Se equivocan. Como se equivocará el presidente si, mediante asfixia económica, empuja al CIDE al encogimiento. Perderá México y López Obrador ganará más críticas justificadas dentro y fuera del país.

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