viernes 29 marzo 2024

Defensa de las transiciones “inútiles” (III)

por Ricardo Becerra Laguna

La mexicana ha sido una democracia “desgraciada”, porque su nacimiento (hace 22 años, en 1997) no estuvo acompañado de un periodo de prosperidad ni bienestar para la mayoría (como España o Japón), sino que dio sus primeros pasos en medio de un “estancamiento secular” económico y social. Mientras que aquellos países se estrenaron en las rutinas democráticas en medio de grandes avances en su infraestructura, planes Marshall, fondos estructurales, crecimiento económico y optimismo por una mejora material que ante sus ojos se cumplía; por el contrario, México entró a su primer pasaje democrático (a partir de 1997) arrastrando las consecuencias de la peor crisis económica desde 1930, la más larga recesión (38 meses) en la era Fox, crecimientos mediocres y la gran recesión, cortesía de la crisis financiera de 2008.

En México, democracia nunca fue sinónimo de progreso material, sino el escenario de nuevos fracasos sociales asociados a aquella condición económica general: empobrecimiento, mayor desigualdad, una violencia incontrolada, una educación pública erosionada, un sistema de justicia inepto y un nivel de corrupción empresarial y gubernamental a ratos inverosímil.

La misión de la democracia —que los gobiernos y la representación del poder político en la República cambiaran en paz, mediante el recurso del voto masivo y popular, escrupulosamente contado— se cumplió, pero ese triunfo histórico fue nublado por la sucesión de fracasos que gobiernos de alucinante ideología ultraliberal cosecharon a lo largo de más de 30 años (Desde de la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y hasta Peña Nieto). De modo que la realidad democrática fue asociada y confundida con treinta y tantos años de estancamiento y los fracasos de esas esferas fueron sistemáticamente trasladados a la política y sus instituciones.

Pero los ciudadanos fueron cautos: una mayoría echó al PRI de la Presidencia en el año 2000, por los pelos ratificaron al PAN en 2006, regresó al PRI en 2012, pero los problemas crecían. Optaron entonces por la opción “C”, la que se colocó en el límite del sistema de partidos herederos de la transición, beneficiándose de todas las ventajas de la legislación electoral pero denostándolas a la menor provocación.

Los principales beneficiarios de las reglas democráticas (todo lo defectuosas que se quiera) ahora, pueden darse el lujo de despreciarlas, ignorarlas y peor, de destruirlas. Y algo más, se ha levantado una especie de discurso de revancha, que se opone a las ideas y valores que sostuvieron la democratización.

¿Un sistema de derechos humanos asociados? Olvídenlo, lo importante es atender las necesidades inmediatas del pueblo. ¿Respetar los fundamentos del pacto de control del poder y sus contrapesos? Una mentira del status quo. ¿Caminar a través de los procedimientos largos y sinuosos que, después de escuchar a unos y otros, propician soluciones con un mínimo consenso? Una redundancia inútil, que para eso el “pueblo” les otorgó un mandato inequívoco. ¿Tomar un respiro en la transformación por falta de estudios y de información cierta? Eso vendrá después, “nuestras cifras” ratificarán lo que ya hemos decidido. ¿Conversación pública atenta? ¿Escuchar a los pensamientos distintos, razonar, dialogar? Una pérdida de tiempo. De lo que se trata es de soluciones a la mayor velocidad, que provoquen el ansiado efecto público: aquí, hay quien manda.

¿Derechos? Lo importante es saber qué necesita el pueblo, y tener una respuesta pronta y expedita que ofrecer: casi siempre dinero líquido a los muchos empadronados.

La batería conceptual, farragosa, aburrida y poco épica a la que nos llevó la democracia está siendo sustituida por una cháchara discursiva apresurada y simple, pero eficaz y entendible por cualquier mexicano de a pie: ¿para qué quiero derechos e instituciones que dicen garantizar mis derechos (empezando por el Poder Judicial) si lo que el actual gobierno me ofrece es la seguridad, una protección inmediata —líquida, constante y sonante— de pertenecer a una clientela cierta y duradera expresada en pesos mensurables.

El cambio en los lenguajes forma parte del cambio de época, lo empuja todos los días el gobierno y está ahí para quien quiera verlo: los derechos universales (nunca convertidos en una estructura de bienestar masivo) se difuminan y en su lugar aparece un Presidente que se deja sentir y se concreta en una realidad monetizada, nuevas, grandes redes de favorecidos. Lo único tangible tras décadas de tanta incertidumbre y tanta inseguridad.


Este artículo fue publicado en La Crónica de Hoy el 17 de febrero de 2019, agradecemos a Ricardo Becerra su autorización para publicarlo en nuestra página.

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