jueves 28 marzo 2024

De tres, ninguno

por Alejandro Colina
Etcétera

Tras las elecciones del 7 de junio, Carlos Navarrete, presidente nacional del PRD, proyectó que su partido buscaría alianzas con otros. En la generalidad de su planteamiento cabían las asociaciones legislativas, en las elecciones locales y en la federal de 2018. Casi de inmediato López Obrador anunció que no se juntaría con el PRD en la presidencial ni en ninguna parte. Nada que no se pueda comprender: después de todo, López Obrador formó un partido para él solo y no lo desea compartir. Menos con quienes han incurrido en el pecado de negociar con “el régimen”. En su neurótico y sacerdotal compromiso con la pureza, López Obrador se aísla y desde su aislamiento sueña con ganar. Un par de días después de la declaración de López Obrador, el dueño de Movimiento Ciudadano advirtió que su partido tampoco se juntaría con el PRD. Ese abierto desdén de ambos jefes máximos al PRD, reafirma el notorio desafío que este partido enfrenta en el porvenir y confirma que, mientras la izquierda se mantenga atornillada en la política de caudillos, no logrará gobernar el país. Con esa división no ganará en 2018 ni conseguirá influir en las decisiones importantes antes ni en los años posteriores de esa nueva fecha fatídica de la vida pública mexicana.

Queda claro que ninguno de los tres partidos que pretenden representar a la izquierda en nuestro país puede alcanzar el 20% del electorado por sí solo. Y tampoco puede echar adelante una agenda mínima en el Congreso. Pero ese poder famélico hijo de la división política no integra, quizá, el mayor escollo de la izquierda política. Su mayor escollo radica en la ausencia de identidad desde la que cada uno de sus partidos patalea. Pero aproximémonos al fenómeno con mayor claridad. Cada una de esas tres fuerzas políticas cuenta con una identidad, pero de una identidad impermeable a las demás y de un modo u otro incapaz de ajustarse con el vigor adecuado a la moral liberal y la búsqueda de la equidad social sin falsos atajos que a los ojos de muchos de nosotros deberían inspirar los legítimos anhelos de poder de los políticos izquierdistas. ¿Cuál es pues, la identidad efectiva, práctica, realmente existestente de cada uno de esos partidos políticos? A continuación ensayo una descripción:

Morena. Es un partido de corte populista centrado en materializar la invencible ambición presidencial del caudillo que lo creó. Sin duda busca la equidad social, pero a través del voluntarismo redentor de su líder. Lejos de asumir la dura competencia económica de la realidad global, tiende a desaparecerla por decreto. Sin embargo, lo suyo no es la utopía, ya que no se propone construir un mundo nuevo, sino sumarse, no sin sus indudables singularidades, al bloque populista latinoamericano.

Movimiento Ciudadano. Conforma una franquicia política que responde al oportunismo común entre todos los fundadores de partidos políticos pequeños que no sueñan con alcanzar la presidencia de la República y se cuidan bien de no incurrir en el grave error de vivir fuera del presupuesto. Su mayor acierto: llamarse Ciudadano en el ambiente de desprestigio general de los políticos profesionales que estamos viviendo.

PRD. Un partido que tras esmerarse en convertir el cardenismo en una opción progresista, se rindió al caudillismo populista de López Obrador para al cabo intentar presentarse como una “izquierda moderna” bajo la égida tribal de Los Chuchos. En el planteamiento mismo de izquierda moderna abrigaba un equívoco, un obstáculo arduo de superar: el último gran esfuerzo de modernización que padeció el país, entes del encabezado por Peña Nieto, fue el que urdió Salinas de Gortari. Y resulta que esos dos presidentes no solo han tenido en común introducir reformas para modernizar la economía, sino los modos y usos patrimonialistas de los que han partido para lograrlo. Y Los Chuchos respaldaron la última modernización sin denunciar con la lucidez y firmeza requeridas el patrimonialismo del grupo que la ha emprendido.

Concluyo. En cierto sentido tenemos en México tres partidos de izquierda, pero en otro sentido no tenemos ninguno. Los tenemos porque los tres aspiran a representar los intereses y las demandas que identificamos con la izquierda; no los tenemos porque ninguno de los tres los representa a cabalidad. De los tres no se hace hoy uno y, de acuerdo a todos los indicios, no se harán uno en 2018. ¿Qué ocurrirá después? ¿Podrá la izquierda gobernar algún día este país? Ni modo, no nos queda más que alentarnos con el lugar común: la esperanza muere al último.

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