miércoles 24 abril 2024

Cuba con México, México con Cuba

por Walter Beller Taboada

Por primera vez, los ciudadanos podemos realmente hacer una diferencia bastante clara y definitiva entre el pueblo cubano y la dirigencia política en Cuba. Pero no todos opinan igual. Vemos el triste el papel del presidente de la República y sus corifeos, que insisten en culpar a otros de las recientes manifestaciones de protesta en la isla, porque dicen que son resultado de una campaña orquestada, “una campaña internacional contra Cuba”. La 4-T se caracteriza por no ver la realidad o bien ocultar todo aquello que no resulta favorable a la mirada de López Obrador. ¿Por qué iba a ser diferente respecto de las expresiones contra el hambre y la ausencia de libertades en Cuba? La 4-T no está del lado del pueblo, ni aquí ni en la isla caribeña. Está del lado de los “cuates” que son afines. Lo vimos con Evo Morales, por ejemplo. Cualquier expresión democrática ha querido ser acallada con calificativos que llevan consigo la connotación de reaccionarios, es decir, contrarios a la “revolución”. Las mujeres y los padres de niños con cáncer reciben la misma opinión de la burocracia mexicana que ella ofrecen respecto a la población de los cubanos en santa rebeldía.

Quizá muchos mexicano han establecido desde hace mucho tiempo que el régimen opresivo de Cuba es una afrenta para los cubanos y para los latinoamericanos. Después de la caída del Muro de Berlín, se tiene un nuevo panorama sobre la opción política que llevó a Fidel Castro a inventar una política de Estado centralista e instaurar una economía dirigida. Se implantó en Cuba desde 1959 una visión económica fundamentada en que ningún cubano sea, prácticamente, dueño de ninguna cosa que sea considerada como “medio de producción”. El socialismo cubano prometió una lucha frontal contra el capitalismo “esclavizante”, contra el predominio del trabajo enajenado y del (“cochino”) dinero como esencia del mal, dominando los vínculos sociales; serían esos “resabios del régimen anterior” que, según la promesa, quedarían completa y definitivamente abolidos con la emergencia luminosa del socialismo. Una nación nueva, con los ideales del Hombre Nuevo. Una visión de la economía y la política que siempre prometió acabar las causas de la desigualdad social y ofrecer condiciones para la prosperidad de la nación caribeña.

En estos días, de por sí aciagos para nuestro mundo, se han hecho completamente trizas los valores e ideales de la “primera revolución socialista de América”. Del Hombre Nuevo, que sería consecuencia de una nueva moral social, no queda nada (ni el nombre), pero permanece indemne un grupo de burócratas y de una minoría entre dictadores y militares que gobiernan con mano dura, mientras que la mayor parte de la población sufre hambre, injusticias, atropellos y carece de las libertades mínimas para su progreso personal y familiar.

Desde hace décadas, se sabe que la comida escasea; hoy –cuando la emergencia sanitaria mundial es tremendamente alta por Covid–, no hay medicinas disponibles en la isla; la vacuna cubana –anunciada y no aplicada– ha resultado un fraude; los hospitales están colapsados, con lo cual el mito de la gran potencia en materia de resultados en medicina se viene abajo; la gente –desde la implantación de la revolución– carece de vida privada porque es vigilada por soplones, delatores a sueldo que reportan a los Comités de Defensa de la Revolución cualquier actitud contraria a la revolución (lo que eso signifique).

El socialismo en Cuba fracasó por incompetencia e ideología; es una señal de alarma por los desvaríos que vemos y escuchamos de la 4-T en nuestro país, sobre todo en boca de los adherentes nacionales al socialismo cubano (como Rocío Nahle, Citlali Ibáñez (a) Yeidckol Polevnsky, Estefanía Veloz, Martí Batres). Muchos en la 4T  desearían que nuestro país siguiera “el modelo cubano”. Sus radicales más conspicuos ya destaparon a su candidata presidencial y darán la batalla por crear una mezcla de socialismo y franciscanismo de los pobres. Se nota su hipocresía y su perversa mirada puesta en la vida cómoda de la burocracia a costa del trabajo del pueblo.

Reuters

¿QUIERES QUE TE LO CUENTE OTRA VEZ?

La Cuba socialista está vinculada a México. En la década de los años cincuenta, un médico de clase media se rebeló contra el gobierno del dictador cubano Fulgencio Batista; fue encarcelado y, tiempo después, amnistiado. Salió libre y voló a nuestro país. Aquí conoció a otro médico –con problemas de asma pero con firmes ideas comunistas–: Ernesto, “El Che”, Guevara. En un departamento de la colonia Tabacalera, ambos fueron ideando, junto con otros cubanos exiliados, el derrocamiento del régimen de Batista. Elaboraron un ideario bajo el nombre de Movimiento (ojo, con el nombre) Revolucionario 26 de julio. Pero la policía secreta cubana comunicó a la policía secreta mexicana la presencia de esos personajes. Fueron a dar a la cárcel con todo y sus ideas de “restaurar la democracia y la justicia en Cuba”.

Ignacio Mendoza Iglesias, abogado de los cubanos, nos contó hace años a un grupo de sus estudiantes que para liberar a tan ilustres detenidos recurrieron a los buenos oficios del general Lázaro Cárdenas. No hubo necesidad de contar con argumentos jurídicos; simplemente fueron liberados. En noviembre de 1956 salieron del Puerto de Veracruz hacia La Habana. Antonio Conde, mexicano, vendió a Fidel el mítico “Granma” (abuela) el 25 de noviembre de 1956. Pero no sería sino hasta enero de 1959 cuando Fidel y Raúl Castro, junto con “El Che” y un puñado de combatientes más, llegaron triunfantes a La Habana y se inició un régimen de orientación comunista.

Era la época de la Guerra Fría entre EUA y la URSS. Con la revolución se nacionalizaron industrias y negocios de todo tipo; las casas habitación pasaron al dominio de Estado para “entregarlas al pueblo”. Muchas personas huyeron y se refugiaron en Miami. Otras no afines al régimen fueron fusiladas sin mayores trámites ni escrúpulos. Todo por la Revolución y contra la Revolución nada. La vida cotidiana se fue estabilizando y dejando de lado muchas ataduras del capitalismo ligadas a la idea de la propiedad y vida privadas (el Big Brother de la novela “1984”, escrita por George Orwell, si hizo real para oprobio de los cubanos). Según esta ideología, la propiedad y la administración de los medios de producción serían manejados por las clases trabajadoras con el fin de lograr una organización de la sociedad en la cual tendría que existir una igualdad política, social y económica de todas las personas.

El Partido Comunista Cubano solo sirvió de plataforma para que los guerrilleros tomaran la dirección del Estado. Como había ocurrido al triunfo de los bolcheviques en Rusia, Cuba tuvo al principio cierto periodo de libertad y la “revolución” ganó así nuevos adeptos. Muy pronto, como sucedió en la URSS, la burocracia tomó todo el poder y empezó su autorreproducción. Sin embargo, el régimen cubano supo articular un discurso altamente significativo para intelectuales y estudiantes de todo el mundo. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, visitaron y elogiaron la isla que implantó el socialismo.

El discurso oficial encontró pronto un enemigo, la causa eficiente y final de todos los males y el obstáculo que impediría el pleno despliegue del socialismo en Cuba: el Imperialismo Norteamericano. La narrativa oficial se apoyó en dos opuestos manejados como si fueran una auténtica “dialéctica”: la revolución, que llevó al poder mediante la guerrilla a Fidel Castro, y ese fenómeno que Lenin llamó la fase superior del capitalismo, es decir, el Imperialismo. Así, una nación pequeña se enfrentaba, como si fuese el encontronazo de David con Goliat, con la potencia económica más grande e influyente en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Una historia épica, un icono de la lucha de los débiles y dignos contra los fuertes y malvados. Pero esos ideales se desgastaron y se olvidaron.

Cuartoscuro

NO POR NADA EL SOCIALISMO ES BUROCRACIA, UN GUIÑO AL PRI

Casi no se recuerda, pero uno de los primeros en exhibir la naturaleza intrínseca del socialismo fue Milovan Djilas (1911-1995), político, revolucionario y escritor yugoslavo; fue militante comunista, combatiente del movimiento partisano contra la invasión nazi-fascista, y luego se convirtió en importante líder del gobierno comunista de Yugoslavia en los primeros años tras la Segunda Guerra Mundial. Escribió un libro notable, “La Nueva Clase” (1963), a veces traducido como “La Nueva Clase Dorada”, en el cual denuncia cómo los revolucionarios se vuelven burócratas de altos vuelos, con privilegios, recursos y terminan por gozar sin límites de caprichos prohibitivos para el resto de la población. En Cuba se vio el mismo ascenso de un grupo aferrado al discurso revolucionario pero con ventajas exclusivas y gozando de concesiones y prerrogativas únicas. Algo parecido a lo que vemos como la apetencia de algunos en Morena.

Para los mexicanos de los años sesenta, setenta, ochenta y cada vez menos desde la década de los noventa, la solidaridad con Cuba era una cosa más que obligada. Representaba el ideal para la liberación y conquista de una historia propia, más allá de la presencia oprobiosa de nuestro vecino del norte.

Por cierto, siempre se recuerda que Estados Unidos promovió la expulsión de Cuba de la OEA, acción que fue lograda con los votos de 14 países, y la abstención de 6 (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México) y el voto en contra de La Habana. Inmediatamente todos –con la sola excepción de México– rompieron relaciones diplomáticas. El presidente Adolfo López Mateos mantuvo una línea de vinculación con Cuba, que habrían de continuar sus sucesores en la presidencia de la República. El gobierno López Mateos continuó la obra de otros mexicanos que habían apoyado en múltiples aspectos la aventura de los revolucionarios. En no pocos aspectos, los dirigentes cubanos tomaron pautas del PRI. En cierto sentido, muchos priistas se sintieron muy cómodos con el régimen de La Habana. Y los cubanos incorporaron la “política de masas” que desplegó el régimen asociado al PRI.

No pocos mexicanos fueron a estudiar a La Habana. Recibieron educación e ideología. Y aunque siempre se negó, también recibieron formación militar, guerrillera, con el fin de difundir el nuevo evangelio comunista. Como sea, el ideario socialista no transitó fuera de las aulas de las facultades de la UNAM. El pueblo mexicano desconfía del socialismo. Y ya sabemos: los que fueron jóvenes defensores acérrimos del socialismo y del régimen cubano, al llegar a la madurez tomaron otros derroteros. No todos, por supuesto. Ahí están varios concentrados tras las banderas de Morena.

Los cubanos que salen a las calles –nadie sabe cuándo la represión caerá sobre ellos– están en la línea de una democracia integral, no solo política, no solo económica, sino también en materia de salud, ecología, feminismo y de una línea de inclusión sin restricciones. Quizá no se lo propongan explícita y conscientemente, pero esa es la única línea que tenemos como humanidad para avanzar contra los males de nuestro tiempo. Es cierto, los cubanos atienden a necesidades inmediatas, pero incluyen el grito por la libertad. Eso cuenta para la humanidad, aunque sea repelente en las puertas de nuestro Palacio Nacional.

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