miércoles 27 marzo 2024

¿Cuántas romas contiene Roma?

por Ricardo Becerra Laguna

Aprovechando al previsible remanso de la Semana Santa, me dispongo a ver la película de Cuarón… por cuarta vez. Aclaro que (como ustedes lo deducirán muy fácilmente) el cine no es precisamente mi fuerte ni mi preferencia más importante, pero por eso mismo me pregunto ¿qué extraño efecto hipnótico tiene esa cinta para que me haya envuelto en su influjo, algo parecido a una adicción, una pieza que recurrentemente vuelve a mi cabeza? Con la gracia de mis editores, con el perdón de ustedes y sólo por una vez, esta columna se dedicará a entender el vicio que “Roma” me provoca.

1) Creo que es justo decir que el mérito de la película consiste en “visibilizar” la problemática universal de las trabajadoras del hogar. Lo hace sin sentimentalismo y sin un gramo de cursilería (cosa muy notable y muy difícil de evitar en esos temas), exhibe la doble cara de cariño y de crueldad que hay en nuestra relación con ellas, pero esa es apenas una de las capas de la cebolla narrativa. A partir de la figura de Cleo asciende a la problemática más general de las mujeres, madres solteras y los maridos pusilánimes, machos asustadizos (tan frecuentes todavía); el escenario cotidiano de millones de familias en medio mundo, de una clase media que aún probaba la miel del ascenso social y cuya posibilidad y comodidad se abría paso gracias a la existencia de esa pobreza de masas de la que provino la amorosa Cleo y el perturbado Fermín; sin ningún recurso panfletario, “Roma” dibuja un lienzo del autoritarismo mexicano en estado puro, en una fecha histórica que encaja sin forzar nada con el resto de historias individuales que se desenrollan, al mismo tiempo conectadas y paralelas ante los ojos del espectador. Todo eso y más lo vamos descubriendo sin prisas, a un ritmo delicado, semilento que se niega a perseguir el frenesí típico del Hollywood actual.

2) La reconstrucción de la época es sencillamente alucinante y no por los fantásticos vestuarios (para eso, tienen ustedes “La Favorita”, por ejemplo y su triple duelo de grandes actuaciones), ni por la exuberante producción, ni por los efectos especiales sino por todo lo contrario: por la exacta y meticulosa sencillez. El gran acierto de haberla filmado en blanco y negro subraya ese elemento, pues se trata de reproducir con rigor obsesivo “aquellos años”, aquel mundo que nunca se perdió en la memoria de Cuarón y que en un desplante creativo es capaz de llevarlo en directo y sin escalas de su cerebro a la pantalla. Algo de Rulfo tiene esta película por su concisión y por la portentosa fusión de simplicidad escenográfica y profundidad en el libreto.

He levantado pequeñas encuestas con amigos a los que considero cultos, conocedores, casi todas y todos ya entrados en años y por eso con muchas películas vistas. A la pregunta ¿cuáles son las tres mejores películas mexicanas de la historia? Prácticamente todas las respuestas vienen en blanco y negro: “Los Olvidados”, “Redes”, “Los Hermanos Hierro” y por supuesto “Roma”. Sin entrar a los meandros de la psique nacional, si esto no es casualidad (no lo creo), la pregunta es ¿porqué el blanco y negro le va tan bien a Roma?

3) Junto a esa cuidadosa simplicidad, junto a los diálogos cortos, parcos y comunes, sin embargo “Roma” se desliza discreta y permanentemente en una erudición cinematográfica de fondo: “citas”, evocaciones constantes de otras cintas clásicas. Por ejemplo, Ladrón de bicicletas, Rashomon, Ocho y Medio y el Ciudadano Kane (algunas las citó explícitamente en sus discursos, la noche de su premiación en los oscares). Estos pequeños homenajes a sus grandes maestros quedan bien instalados dentro de una historia tan cotidiana, tan repetida en todo el mundo, pero esta vez con una colonia de la Ciudad de México como soporte. Vittorio de Sica cruza silbando la calle de Tepeji. Todo lo cual nos obliga a una continua introspección nostálgica, más allá del libreto en sí mismo y derivar la imaginación a otras historias vistas o leídas en nuestro pasado, hacia una vieja fascinación entre exótica y arcaica. Pero justamente, todo eso hace que “Roma” sea una película tan innovadora y tan contemporánea.

4) Y algo acaso tan sorprendente: muchos de sus pasajes, o momentos más crudos, han sido vividos por centenas, miles, de personas reales: a pesar de su sencillez, son prototípicos. No hablo sólo del embarazo de “la muchacha” que representa un problema para la familia, sino por ejemplo, del “viaje” a una playa, donde la madre debe explicar a sus hijos que en realidad su padre ya no volverá a la casa, que los ha abandonado. La mezquindad de llevarse de la casa las enciclopedias Grolier, efigie del estatus cultural de aquellas clases medias; los polvosos campos de futbol, entretenimiento planetario dominical de los más pobres. En este sentido, “Roma” es un zurcido de episodios arquetípicos que representan y hacen sentido en casi todo Brasil, la India, Detroit o el sur de Italia. A mi entender, ahí late la grandeza de su universalidad.

5) Así que —creo— esta película está llamada a ejercer una influencia particular y original en la historia del cine (no sólo el mexicano). Se impone por un estilo único que de repente chica con el mainstream y se convierte en un inolvidable, porque con la suma de los elementos reseñados aquí y muchos otros más, se ha convertido en un fragmento hipnótico que nos convoca a visitarlo una y otra vez.


Este artículo fue publicado en La Crónica de Hoy el 14 de abril de 2019, agradecemos a Ricardo Becerra su autorización para publicarlo en nuestra página.

También te puede interesar