jueves 28 marzo 2024

La crisis Rusia-Ucrania y la nueva geopolítica mundial

por María Cristina Rosas

Ríos de tinta se destinan a explicar la relación estratégica que mantiene Rusia con la República Popular China (RP China). Se enfatiza la sintonía que existe entre ambos países, los 38 encuentros que han sostenido desde 2013 Xi Jing Ping y Vladímir Putin -tan sólo en 2017 se reunieron 5 veces-, los vínculos comerciales y militares que desarrollan, y las coincidencias que tienen en sus políticas exteriores, entre las que, quizá, la más importante es el rechazo a los designios de Estados Unidos, quien, no sobra decirlo, se ha dedicado a maltratar, defenestrar, satanizar y menospreciar a ambos países. A Rusia ha buscado acotarla vía la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización para la Democracia y el Desarrollo Económico, también conocida como grupo GUAM -integrado por Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldova. A la RP China la presiona a través de las relaciones estratégicas que Washington mantiene con Taiwán, la República de Corea y Japón. 

La errática gestión de Donald Trump, quien decidió llevar a cabo una guerra comercial contra la RP China y, por si fuera poco, protagonizó una cruzada global para responsabilizar al gigante asiático por el surgimiento del SARSCoV2, agente causal del COVID-19, no hizo sino abonar a un mayor entendimiento entre Beijing y Moscú. A raíz de la anexión de Crimea y Sebastopol por parte de Rusia en 2014 y el apoyo de Moscú a Luhansk y Donetsk, las sanciones que se erigieron para castigar al país eslavo, empujaron el incremento de los vínculos comerciales y en materia de inversiones de Rusia con la RP China. 

Con la llegada de Joe Biden a la presidencia y contrario a lo que se podría esperar, el declive de Estados Unidos en el mundo se ha acelerado dramáticamente. No se trata solamente del humillante retiro de Afganistán tras una fallida incursión que se prolongó por 20 años y en la que Washington no encontró el sentido de su presencia en el atribulado país, considerado el “cementerio de las grandes potencias.” Inicialmente la apuesta apuntaba a erradicar el terrorismo, pero luego se optó por hacer de Afganistán un Estado democrático al estilo occidental ignorando no sólo las características de la sociedad afgana sino, sobre todo, pretendiendo imponer parámetros y lógicas que al no cuajar posibilitaron el fortalecimiento y regreso triunfal del talibán.

El Estados Unidos de Biden, necesitado de una mejor imagen que la que la derrota en Afganistán le endosa, no modificó la retórica anti-china de Trump. Antes bien, la reforzó, como quedó de manifiesto en la creación de un pacto de cooperación militar y en diversos ámbitos de la seguridad con Australia y el Reino Unido denominado AUKUS. La iniciativa, dada a conocer en septiembre de 2021, se propone acotar la influencia regional de la RP China y arrancó con el anuncio de un programa de submarinos de propulsión nuclear para Australia. Por si fuera poco, EEUU anunció sanciones políticas contra el gigante asiático en el marco de los Juegos Olímpicos de Beijing 2022, lo que implicó que las altas autoridades deportivas de ese país y las de algunos de sus aliados no asistieron al evento.

A continuación, en plena tregua olímpica ocurrió lo que era evitable: Rusia inició su “operación militar especial” en Ucrania tras reconocer la independencia de Luhansk y Donetsk. Estados Unidos estiró tanto el hilo, que este terminó por romperse por lo más delgado: antes del 24 de febrero el presidente ruso pidió a su contraparte estadunidense el compromiso de que Ucrania no sería parte de la OTAN. Ante la negativa de Biden sucedió lo que ahora tiene de cabeza al mundo.

Más allá de la animadversión personal de Biden hacia Putin a quien en marzo del año pasado calificó de “asesino” y de manera más reciente de ”criminal de guerra”, sorprende la falta de pericia de los europeos en este conflicto, máxime considerando que son ellos los principales afectados por esta crisis, trátese de los millones de refugiados ucranianos que están ingresando a Polonia y otras naciones pertenecientes a la OTAN y la Unión Europea; de la posible crisis epidemiológica que seguramente sobrevendrá con refugiados sin vacunar -recordando que Ucrania tiene la tasa de inmunización contra el SARSCoV2 más baja de toda Europa a razón de un 34 por ciento, o bien, apenas un tercio de sus habitantes-; y de las consecuencias en materia energética que se ciernen sobre sus territorios. Alemania, por ejemplo, a finales de este año habrá completado el desmantelamiento de sus centrales nucleares, lo cual permite anticipar dificultades para hacer frente a sus necesidades energéticas en el invierno próximo. Otros países europeos también podrían sufrir ante la reducción del abastecimiento de gas por parte de Rusia, sin dejar de lado que las sanciones aplicadas contra Moscú podrían igualmente impactar en las finanzas y el comercio en el llamado viejo continente.

Cierto, la salida de Angela Merkel del gobierno alemán dejó un enorme vacío de poder que el nuevo canciller Olaf Scholz, no obstante su popularidad, no puede llenar. También es de notar que, aunque el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se esmera por tener una interlocución con su homólogo ruso -misma que le redituará seguramente en los comicios presidenciales venideros-, no alcanza a avanzar en la gestión de la crisis de manera decisiva. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, que en su hoja de vida cuenta con una valiosa experiencia como Ministra de Defensa de Alemania entre 2013 y 2019, tampoco ha logrado sobresalir como mediadora en la presente crisis. Con todo, a quien se aprecia verdaderamente rebasado es al Secretario General de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, atrapado entre lo que Ucrania le pide, lo que la alianza noratlántica no puede hacer y la proliferación de armamento a la región que, se presume, ayudará a que los ucranianos se defiendan, aunque ello pudiera llevar a acciones más destructivas de parte de Rusia a manera de represalia.

La OTAN, a quien Macron hace un par de años comparó con un paciente terminal con “muerte cerebral”, no fue sensible respecto a las preocupaciones que en materia de seguridad tiene Rusia y hoy paga las consecuencias de ese menosprecio al gigante eslavo. Lo más grave, pese a todo, es la discordancia entre Estados Unidos y sus aliados europeos. Si bien es evidente que las relaciones noratlánticas pasaron por un muy mal momento en la administración de Donald Trump y que las acciones rusas le imprimen cierta cohesión y oxígeno al organismo militar, también es verdad que Biden no parece muy sensible a las repercusiones de esta contienda que afectan directamente a la seguridad europea. Pareciera como si Washington hubiese dejado que se deteriorara el ambiente regional, negando una y otra vez a Rusia las certezas pedidas sobre la ampliación de la OTAN. Biden podría haber accedido a una “moratoria” por un tiempo determinado, en la inclusión de nuevos miembros a la alianza noratlántica, sobre todo en el espacio postsoviético, pero no lo hizo. En lugar de ello conminó tanto a Ucrania como a los europeos a no ceder ante las presiones rusas y a advertir sobre las numerosas sanciones que se aplicarían al gigante eslavo, si bien sus consecuencias podrían correr la misma suerte que las sanciones de Trump contra la RP China: se podrían revertir contra sus artífices y, debido a la interdependencia con Rusia, al final sus promotores se verían más afectados. Para Biden, desde la comodidad de la Sala Oval es sencillo mirar a los toros desde la barrera, dado que físicamente, el conflicto armado no acontece en su territorio. Para Europa es distinto. Lo que es más: aun cuando Biden ha evocado la fortaleza de las relaciones noratlánticas, al crear el AUKUS y anunciar la venta de submarinos de propulsión nuclear a Australia, arrancó la ira de Francia, quien se quejó de la puñalada en la espalda que le propinó Washington, dado que los australianos cancelaron la compra de 12 submarinos a París, para, en su lugar, recibirlos de Estados Unidos. Asimismo, el énfasis puesto por Biden en la creación del AUKUS parece enviar el mensaje a Europa de que, después de todo, la OTAN no es tan importante.

Todo ello podría generar un distanciamiento de Europa respecto a Estados Unidos ante los yerros de Biden. Después de todo, el Reino Unido se retiró de la Europa comunitaria y el BREXIT posibilita que Bruselas ya no tenga en su seno al principal saboteador de la integración europea. El Reino Unido no formó parte del espacio Schengen; no se adhirió al euro; no apoyó la integración de un euro ejército al amparo de la política exterior y de seguridad común y siempre puso a la OTAN por encima de su pertenencia a Europa. Con el Reino Unido fuera de la ecuación comunitaria, ahora la Unión Europea será más independiente para articular una política de seguridad y defensa que responda a sus intereses, no a los de Estados Unidos. Un resultado de la presente crisis podría apuntar a que se refuerce la idea de una Unión Europea más autónoma y con capacidad de gestión y respuesta sin la dependencia de Estados Unidos. La OTAN, siguiendo con los dichos de Macron, debido a su persistente muerte cerebral podría ser desconectada definitivamente, al perder su razón de ser. EEUU de manera previsible insistirá en preservar a la alianza noratlántica para salvaguardar la seguridad europea, cosa que al menos ahora no ha hecho. El argumento será que está visto que la guerra fría no terminó, que Rusia no sólo se empoderó, sino que ahora demás tiene una alianza con la RP China que amenaza más que nunca a la seguridad europea y mundial. Con todo, Europa exigirá a Estados Unidos un mayor compromiso con la seguridad europea, en momentos en que para Washington es la región asiática a la que identifica como prioritaria.

Del lado de la RP China y Rusia, cierto es que para Beijing es preocupante que Moscú haya reconocido la independencia de dos regiones rebeldes, esto es, Luhansk y Donetsk y que ello haya sido el detonante de la actual crisis. No es un escenario que a Beijing le gustaría que se replicara en Xinjiang, el Tibet, Hong Kong y mucho menos Taiwán. Con todo, las torpezas de la diplomacia occidental parecen haber sellado la ya de por sí intensa relación entre la RP China y Rusia. En noviembre pasado, Lituania, miembro de la Unión Europea, inauguró en Vilnius una suerte de “embajada” de Taiwán. Ello arrancó la ira de Beijing, quien redujo el nivel de las relaciones diplomáticas bilaterales argumentando que Lituania atenta contra la integridad territorial china, sentando un peligroso precedente. El temor de la RP China, es que otros socios euro comunitarios sigan los pasos de Lituania y tengan más acercamientos con Taiwán. Por el lado de Estados Unidos, recientemente el ex Secretario de Estado de Donald Trump, Mike Pompeo, estuvo de visita en Taiwán y en un discurso en Taipei señaló que la Unión Americana debería establecer relaciones diplomáticas con la ínsula china. De nuevo, el timing elegido por Pompeo, es el peor posible.

De manera que la RP China, molesta por los desplantes occidentales tanto de los europeos como de los estadunidenses mira a Rusia como un aliado sobre el que claramente tiene notable influencia y asume como un apoyo formidable para su reposicionamiento en el mundo. Dado que el conflicto entre Rusia y Ucrania dejará muy desgastados a Europa y EEUU, claramente la RP China emergerá fortalecida y como un actor determinante en las relaciones internacionales de hoy y de los años por venir.

Es de destacar también el trato que la RP China le confiere a Rusia. Mientras que Occidente ningunea y defenestra a ambas naciones, Beijing y Moscú se conciben como grandes potencias. Los chinos tienen el poder económico, en tanto los rusos son los operadores políticos. Toda proporción guardada, esta dupla recuerda el papel toral de Alemania y Francia en la configuración de la integración europea. Por supuesto que la filosofía y los valores de los rusos y los chinos son muy distintos a los de los franceses y los alemanes. Estos últimos se enfrentaron en dos guerras mundiales, entendiendo, al final del día, que es mejor trabajar juntos. Rusia y la RP China también tuvieron un conflicto armado, la guerra de Ussuri región correspondiente a una de las afluentes del río Amur en 1969. Alimentada la contienda por el proceso de desestalinización que vivió la URSS en la era de Nikita Kruschov, mismo que en Beijing se asumió como amenazante para el liderazgo de Mao, el resultado fue una degradación a los niveles más bajos, de la relación bilateral. El colapso de la URSS llevó a que se recompusieran los vínculos y a que las disputas fronterizas entre ambos colosos, fueran finiquitadas. 

Un poco antes de que Estados Unidos fuera atacado por al-Qaeda en su propio territorio, Rusia y la RP China suscribían el Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa el 16 de julio de 2001. A continuación, la relación creció en todos los flancos. En 2006 fue proclamado el año de Rusia en la RP China y en 2007 el año chino en el país eslavo. Es menester recordar que este tratado ratifica la política de una sola China a propósito de Taiwán; reconoce que el Tibet es parte integral de la RP China; en tanto Beijing apoya la lucha de Moscú contra separatismos y terrorismos como el checheno. En ese marco se exaltó la importancia de finiquitar las disputas fronterizas entre ambos, considerando especialmente la enormidad de la frontera mutua que es de más de 4 000 kilómetros.

El acuerdo de límites entre Rusia y la RP China suscrito en 2004, involucra a una isla en el Argún, un río que se junta con el Shilka para formar el Amur, y a otras dos islas también con acceso al río Amur, en la región de Jabárovsk. Los territorios motivo de la negociación, en realidad corresponden a menos del 2 por ciento de la longitud total de los límites fronterizos ruso-chinos pero eran temas pendientes desde el acuerdo de fronteras signado en 1991 entre ambas naciones. Así, Rusia entregó a la RP China cerca de 300 kilómetros cuadrados de terreno, lo que provocó críticas de la población local que se asentaba en la zona. Con todo, la cesión se considera justificada incluso en medios nacionalistas rusos dado que finiquitó litigios que duraron más de 40 años. Al dar vuelta a esa página quedó puesta la mesa para que, a continuación, se establecieran importantes compromisos en materia de comercio e inversiones entre ambas naciones. 

Así, aunque a Beijing le disgusta lo sucedido con Luhansk y Donetsk, en la práctica tiene como respaldo el acuerdo de límites fronterizos con Rusia de 2004, el cual le benefició y creó un clima de confianza que ha llevado las relaciones con Moscú a niveles nunca antes visto. Y si bien es cierto se impone la cautela ante la eventual aparición de conflictos bilaterales, los canales para su gestión son amplios y permiten desactivar la mayoría de las tensiones existentes.

No se puede dejar de lado, por ejemplo, la creación de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), creada en 2001, con antecedentes en la generación de mecanismos de diálogo en la delimitación de las fronteras de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central mediante los Cinco de Shanghái, institución nacida en 1996. Para junio de 2001, cuando adquirió la denominación actual, la OCS se integraba por Rusia, la RP China, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. A partir de 2017, India y Pakistán se incorporaron, en tanto en 2021 Irán hizo lo propio. Sus miembros insisten en que no se trata de un entramado militar dirigido contra Occidente, aunque en Europa y Estados Unidos se le asume como un contrapeso a la OTAN y, sobre todo, a Estados Unidos quien, durante su aventura militar en Afganistán, emplazó bases militares en Asia Central para disgusto de Moscú y Beijing. No está de más destacar que hay grupos nacionalistas serbios que han señalado que Serbia debería integrarse a la OCS para proteger al país de quienes quieren incorporar a esta nación a la Unión Europea, tema que enciende los focos rojos en el mundo, considerando la actual crisis ruso-ucraniana. Otro caso a ponderar es Bielorrusia, quien ha buscado adherirse, aunque se le ha hecho saber que su membresía no sería posible por tratarse de un país europeo. Esto sugiere que, a diferencia de la OTAN que se ha extendido desde el colapso de la URSS integrando a ex miembros del Pacto de Varsovia y a los países del Báltico, la OCS tiene muy claros sus límites y no busca irritar a la alianza noratlántica con ampliaciones y países asociados, que comparten fronteras occidentales.

En este sentido, la recomposición geopolítica que se está produciendo alrededor del conflicto entre Rusia y Ucrania es evidente: Estado Unidos, en declive, lucha por mantenerse vigente y tiende a privilegiar la confrontación con Moscú y Beijing en lugar del constructive engagement; la Unión Europea podría distanciarse cada vez más de una OTAN carente de iniciativa y manipulada a partir del interés estadunidense más no de lo que preocupa a los europeos -y el retiro británico de la Europa comunitaria le permite a ésta, trabajar ahora sí, en sus prioridades-; Estados Unidos prioriza la “amenaza china” sobre la crisis ruso-ucrania y crea una alianza militar, la AUKUS, enviando el mensaje a Europa y a la OTAN de que, después de todo, no es tan importante para Washington; Biden “regaña” a la RP China y la amenaza con castigarla si ayuda a Rusia; Beijing y Moscú reafirman su relación buscando que se les reconozca como grandes poderes. Es mucho lo que está en juego y no parece que el Estados Unidos del errático Biden haya sabido estar a la altura de las circunstancias, lo cual es, para decir lo menos, lamentable. Un actor que, sin embargo, parece haber entendido que no puede esperar mucho más de Occidente, es Ucrania. Recientemente el presidente Volodymyr Zelenski afirmó que entiende -quizá un poco tarde, pero al menos ya lo asimiló- que no será posible para Ucrania integrarse a la OTAN. Ese es un guiño a Rusia y al presidente Putin y es un elemento central en las negociaciones que desarrollan Kiev y Moscú para encontrar un compromiso mutuo que ponga fin a esta dolorosa contienda, donde, más allá de las consecuencias para sus protagonistas inmediatos, ratifica la dramática transformación que experimenta el poder mundial.

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