jueves 18 abril 2024

Covid no es la peor epidemia que hemos vivido en México. Entrevista a José N. Iturriaga

por Ariel Ruiz Mondragón

En México históricamente se han padecido un centenar de epidemias que han antecedido a la actual de Covid-19, algunas de ellas con efectos devastadores sobre la población en todos los aspectos, especialmente en la pérdida de vidas.

Sobre esa amplia experiencia que el país ha tenido durante más de 500 años, de la que se pueden obtener algunas lecciones para la crisis actual, no hay muchos trabajos que pretendan abarcarla. Uno de ellos acaba de aparecer en el libro Historia de las epidemias en México (Grijalbo, 2020), de José N. Iturriaga.

Sobre esa obra el autor dice que, tras una búsqueda, “no hallé un texto que nos diera un panorama más o menos completo de la historia de las epidemias en México, dirigido a un lector común y corriente interesado en un asunto que por desgracia ha cobrado actualidad”. Este libro pretende resarcir ese hueco.

Iturriaga (Ciudad de México, 1946) es doctor en Historia por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos y economista por la UNAM. Ha sido profesor en la Universidad Autónoma del Estado de México y consultor de la FAO y la Unesco, además de que fue director general de Culturas Populares en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Autor de 70 libros, ha recibido los premios Internacional Malcolm Lowry (1988), Slow Food (2003) y José C. Valadés (2008).

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo, una revisión histórica de las epidemias desde las antiguas culturas del país hasta el siglo XXI? Hoy estamos inmersos en las noticias sobre la Covid-19.

José N. Iturriaga (JNI): La historia como un mero ejercicio intelectual es algo completamente ocioso, no tiene sentido. Lo que sí se lo da es que sea una herramienta útil para comprender el presente no sólo en este libro de sobre las epidemias en México sino en cualquier tema.

La historia nos debe servir para entender el presente y, de alguna forma, para normarnos. Como mucho se ha dicho, no repetir errores e incluso, hasta donde sea posible, poder orientar nuestro futuro.

Este libro no es la excepción y esa es su intención: ayudar a comprender lo que estamos viviendo, a dimensionarlo. También para prepararnos, con la información que brindo en el libro, para lo que se avecina.

AR: En el libro se recuperan epidemias que fueron grandes tragedias. Respecto a ellas, ¿cómo observa la actual?

JNI: Hay que tener presente que la Covid-19 no es, ni remotamente, una de las peores epidemias que hayamos tenido. Esto no es para estar felices y aplaudir. Pero sí es importante ubicarnos porque a los 8 mil millones de seres humanos actuales no nos había tocado nunca una pandemia; la última fue en 1918, y para que alguien se acuerde lucidamente de ella debería tener más de 110 años.

Entonces hoy no existe un ser humano que haya vivido una pandemia. Por ello podemos decir que nos tomó desprevenidos; sólo habíamos escuchado de ellas y no teníamos ni la menor idea de lo que era vivir una. Eso nos tiene muy atemorizados, con justa razón: quien no tenga miedo pues está medio chiflado porque una pandemia como la actual, que es mortal, sin duda que es para tenerle miedo.

Pero insisto en la importancia de dimensionar lo que estamos viviendo. Vamos a recordar la peor pandemia de la que se tiene información histórica: la peste negra del siglo XIV, que nació en Asia y golpeó Europa y parte de África. Los demógrafos especializados en temas históricos han calculado que cuando menos hubo en Europa unos 85 millones de muertos, 10 por ciento de su población. La Covid-19, con el millón 700 mil que llevamos, equivale a un muerto por cada 5 mil personas. Esto quiere decir que aquella peste negra fue 500 veces más mortal que la Covid-19.

La que nos importa en nuestro país es la influenza española, que atacó a todo el mundo en 1918 (el nombre de “influenza” venía arrastrándose desde siglos pasados porque se consideraba que las epidemias eran provocadas por la influencia de los astros. Ese es el origen del nombre italiano influenza, y se le ha quedado hasta la fecha).

En la influenza de 1918, en el mundo murieron alrededor de 50 millones de personas, y en México fueron medio millón cuando nuestra población era de cerca de 15 millones de habitantes; es decir, murió 3 por ciento de la población. Con la Covid-19 llevamos más de 117 mil muertos, lo que quiere decir, en números redondos, una persona por millar, 30 veces menos que la influenza.

Todas estas cifras no son para hacer cuentas alegres ni manipular las estadísticas. No es mi intención porque tengo muy claro que cuando una familia ha tenido un fallecimiento por Covid-19 es una tragedia de gran dolor.

No estoy queriendo manipular el ánimo con las cifras, pero sí es muy importante dimensionar que lo que estamos viviendo no es, ni remotamente, una de las peores epidemias que ha sufrido el país.

En el libro se tratan aproximadamente casi 100 epidemias a lo largo de cinco siglos; esto nos da un promedio de una epidemia cada cinco años. A los mexicanos de siglos pasados, aunque no fueran muy longevos, les tocaron cinco o seis epidemias si vivían 40 o 50 años. En cambio ahora, aunque ahora sean muy ancianos, a los mexicanos no les tocó ninguna porque la última pandemia fue hace 102 años.

Entonces estamos en una situación de alarma muy necesaria para que nos cuidemos porque es importantísimo. Pero hay que darnos cuenta de que no es lo peor que ha sucedido en México.

AR: En el libro usted reporta la epidemia de 1576, que fue terrible, de la que Vicente Riva Palacio dijo que los mexicanos creyeron que estaban a punto de desaparecer de la Tierra. Thomas M. Whitmore habla del holocausto amerindio por la enfermedad y la guerra. ¿Cómo sobrevivieron los mexicanos?

JNI: En esa época el virrey Martín Enríquez mandó a hacer una especie de censo de los fallecimientos, y la cifra, de acuerdo con fray Juan de Torquemada, alcanzó los dos millones de muertos. Esto es 17 veces más lo que llevamos ahora con la Covid-19, que no va a aumentar muchísimo más porque la vacuna ya está cerca.

Ante la epidemia de 1576 y otras la gente sentía tal impotencia ante semejante mortandad que sus únicos recursos eran la magia y la religión.

En general, los pueblos con cierto desarrollo más bien primitivo recurren a la magia, con sus brujos y sus rituales, para tratar de protegerse contra la mortandad de una epidemia. La magia evolucionó y devino en religiones; así, la gente creyente, como los católicos, acuden a sus santos, a Cristo o a la Virgen en cualquiera de sus advocaciones para pedir ayuda ante la muerte que se avecina.

Esto es muy interesante porque en los pueblos católicos del mundo se ha considerado a las epidemias como un castigo divino. En el libro hay un párrafo de Gerónimo de Mendieta, otro historiador de la época, que atribuye a los pecados de la gente las epidemias terribles del siglo XVI.

AR: Al respecto es muy interesante el vínculo que hubo entre las epidemias y la evangelización, el culto a la Virgen de Guadalupe, ante el fracaso de los curanderos indígenas para ofrecer remedio.

JNI: La evangelización, que inició después de la Conquista a cargo de los frailes españoles, primero franciscanos y después de otras órdenes, fue hecha con todos los recursos posibles. Uno fue el teatro al aire libre, como las pastorelas, porque era una forma muy didáctica para que los indígenas entendieran las explicaciones acerca de la historia religiosa y que iba implícita en el adoctrinamiento de los indios.

Las epidemias también fueron utilizadas. Si había ese azote terrible, los frailes empezaban a relacionarlo con un castigo divino porque no se había ido a misa, porque los indígenas no habían llevado a bautizar a sus hijos o por haber cometido pecados. Todo ello servía para que los indios se convirtieran a la nueva religión, que traía otro tipo de imágenes como santos, crucifijos, etcétera.

No me sorprende que en el siglo XVI fray Gerónimo de Mendieta haya atribuido a los pecados de la gente las epidemias, pero sí me extraña mucho que en marzo de 2020 un obispo mexicano, durante su homilía dominical, dijera que la Covid-19 se debía a la homosexualidad y a otros pecados que está cometiendo la gente en el siglo XXI.

A lo largo de la historia eso es recurrente. Ya decíamos cómo la astrología también fue una forma de explicar las epidemias, no de curar ni de protegerse de ellas. Hubo muchos casos de científicos de altos vuelos de aquella época que creían en la astrología.

AR: En el libro se puede ver cómo las epidemias eran tratadas de, digámoslo así, maneras precientíficas, a veces vinculándolas con la astrología. Pero también, como se ve en el libro, se cita a un médico que criticaba la automedicación, se hacían sangrados, etcétera, y fue hasta finales del siglo XVIII cuando ya se le dio otro enfoque. ¿Qué hay de esas formas más cercanas a la ciencia?

JNI: La automedicación siempre ha sido peligrosa desde épocas pasadas, desde hierbas hasta hoy con fármacos. Eso que menciona de las sangrías efectivamente eran algo muy usual cuando menos de Occidente.

Para algunas enfermedades se consideraba que provocar a propósito el sangrado de una persona podía ser útil para tratar algunas enfermedades; incluso se usaban sanguijuelas, que eran usadas por los médicos aún en el siglo XIX porque se pegan en la piel de las personas y chupan la sangre. Era una forma de sangría sin cortar la piel, pero en otras ocasiones si se hacía para extraer la sangre, lo que supuestamente era muy benéfico para cierto tipo de enfermedades.

Volvamos a la astrología. El doctor español Diego Cisneros, en la primera mitad del siglo XVII, vino a México a la Nueva España con su título profesional de médico de la Universidad de Madrid, y aquí le fue revalidado por la Real y Pontificia Universidad. Cisneros escribió un libro sobre diversos aspectos de la Ciudad de México, y explicó las epidemias basado en la astrología.

Hubo otro científico, ingeniero civil alemán de altos vuelos, conocido en México por su nombre castellanizado, Enrico Martínez, especializado en hidráulica, que inició el desecamiento de los cinco lagos del Valle de México, también escribió un libro sobre astrología, en el que explicó las epidemias por la posición de los planetas y de los astros.

AR: También llaman la atención lo que ahora denominamos políticas públicas para atender y prevenir epidemias. Usted cita un documento al respecto del virrey Revillagigedo, pero también se construyeron lazaretos, hospitales, el jefe del Distrito Federal en 1833 anunció medidas sanitarias para controlar las epidemias. ¿Cómo comenzaron estas políticas enfocadas en las epidemias en México?

JNI: Ocurrió desde la creación de algún tipo de hospitales para enfermedades contagiosas, como los lazaretos, que fueron establecidos sobre todo pensando en la lepra y algunas otras enfermedades contagiosas en el siglo XVI.

Entonces no se conocía todavía el microscopio ni se sabía de la existencia de microbios, bacterias y virus. Se tomaban diferentes medidas más bien por intuición, de las que la principal era aislar a los enfermos contagiosos.

El mejor virrey fue, sin duda, el segundo conde de Revillagigedo, quien estuvo a finales del siglo XVIII en Nueva España. Estableció una serie de medidas de mucha importancia para la prevención y el control de las epidemias: perfeccionó muchísimo el servicio de recolección de basura, estableció cementerios y la normatividad para no velar a los muertos más de cierto tiempo y enterrarlos. También combatió a los perros callejeros.

Fue una serie de medidas sanitarias que, sin la menor duda, tuvieron efecto en una menor propensión de epidemias.

Después, en el siglo XIX fue cuando empezaron realmente las políticas públicas al respecto. Ayudó mucho el llamado año del cólera, 1833, cuando una epidemia atacó a toda la República Mexicana.

Entonces la mortandad fue tan elevada que se empezaron a saturar los cementerios, que estaban en el atrio de las iglesias y en terrenos pegados a ellas. Estaban bajo el control del clero.

Los cementerios se saturaron con los muertos por cólera, lo que dio pie a que el gobierno empezara una política de cementerios civiles y salirse de la camisa de fuerza que era el control del clero en una serie de aspectos de la vida que deberían ser estrictamente civiles.

Así, en 1833 iniciaron esas políticas públicas, por lo que ante las epidemias quien realmente puede llevar la batuta de las medidas sanitarias son las autoridades.

También desde el siglo XIX detectamos, como se lee en el libro, cómo se politizaron las epidemias.

AR: Hay un episodio muy interesante que es el de la llegada a México de la vacuna contra la viruela en el siglo XIX, de la mano del doctor Francisco Xavier de Balmis, cuando unos niños fueron sus portadores.

JNI: La vacuna de la viruela fue la primera que se desarrolló en el mundo. Fue producida a fines del siglo XVIII por Edward Jenner en Inglaterra. A Nueva España llegó en 1804 traída por el doctor Balmis.

La conservación científica de la vacuna debía ser entre dos cristales estériles con control de temperatura y de humedad. Pero en un viaje trasatlántico de España a Veracruz que duraba varias semanas era muy probable que se perdiera por el clima, la humedad, etcétera.

Balmis, muy previsor, consiguió 20 huérfanos en España y se embarcó en La Coruña con ellos. Al uno le vacunó, y tres o cuatro días después, donde había prendido la vacuna y se había hecho una pequeña herida, antes de que se secara el doctor tomaba de allí la inoculación y vacunó al segundo niño, y así en una cadena que tenía como eslabones a los niños. Así logró llegar a Veracruz con un niño portador de la vacuna viva.

Entonces el comandante del castillo de San Juan de Ulúa le puso un pelotón de soldados, a los que seguramente no les pidieron su opinión y que fue quiener portaron la vacuna desde Veracruz hasta la Ciudad de México.

Después el doctor Balmis estuvo en muchas ciudades del país aplicando la vacuna, y finalmente se embarcó en Acapulco con otros niños huérfanos y la llevó hasta Filipinas, que era colonia española.

AR: ¿Cuáles son las grandes enseñanzas que nos ha dejado la historia de las epidemias en México?

JNI: Una es la politización, sobre todo en el siglo XIX, de cuando tenemos información periodística muy clara, no solamente de historiadores. Nadie puede pensar que el origen de las epidemias sea político, pero encararlas es una cuestión que deben asumir las autoridades. En cualquier parte del mundo y en cualquier momento, sean autoridades federales, estatales o municipales, mientras más enérgicas y obligatorias sean las medidas sanitarias son más efectivas y se frena mejor la epidemia. Pero mientras más enérgicas y obligatorias sean, provocan más encono de la gente contra el gobierno, y las críticas ya no nada más son por la epidemia sino que se toma para lo que sea. Es una animadversión antigobiernista.

Creo que es muy importante que seamos objetivos en la vida pública del país porque de otra forma perdemos la posibilidad de actuar de manera coordinada como sociedad para combatir lo que estamos viviendo.

Mucha gente, porque no quiere ni le cree al presidente o al gobernador respectivo, está en contra y automáticamente eso puede conllevar problemas de aumentar la epidemia porque se entra en una especie de desobediencia civil con consecuencias gravísimas.

Un locutor de televisión de cadenas nacionales, en marzo o abril, hizo declaraciones en contra de las medidas sanitarias que promovían el presidente y la Secretaría de Salud, y yo no sé cuántos de los muertos de Covid se deben a que hicieron caso a ese locutor. A este le tuvieron que poner un soplamocos desde la Secretaría de Gobernación porque estaba incitando gravemente a la desobediencia.

Otra es que los países están atacando las consecuencias del Covid pero no las causas, que son muy claras. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo ha dejado muy claro: la Covid-19 y muchas otras enfermedades recientes tienen origen animal, lo que en algunos casos se ve en sus nomres: gripes aviar y porcina, vacas locas, etcétera. Pero el Sars, el AH1N1, el ébola y la Covid tienen origen animal.

Esto proviene de animales silvestres porque la depredación del ser humano contra el medio ambiente desequilibra la ecología en general y los microsistemas en particular, y eso es lo que, finalmente, provoca las epidemias. Esto tiene un nombre médico que usa la OMS: zoonosis, enfermedades humanas de origen animal.

Los grandes países industriales están contaminando el medio ambiente, mientras que los países pobres están terminando con sus bosques y recursos naturales. Eso provoca un desequilibrio de la fauna y la flora.

También está el avance la ciencia: mucha gente no se quiere vacunar porque cree que la usarán como conejillos de Indias. Pero ¿a poco creen que estas cinco o seis diferentes vacunas que se desarrollaron se hicieron en 10 meses? No, es el producto de décadas de investigaciones de las universidades más prestigiadas del planeta acerca del sistema inmune del cuerpo humano. Y, claro, se aterrizaron en el Covid por la urgencia.

Entonces también es irresponsable pensar en que no hay que vacunarnos.

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