jueves 25 abril 2024

Contra la suavidad: diez tesis sobre la cultura de la cancelación

por Óscar Constantino Gutierrez

I. El fenómeno de la cancelación es tan viejo como la infamia. Sucedió en las antiguas civilizaciones, ocurrió durante la Edad Media, se concretó en la quema de libros de la Alemania de los años treinta y ha existido desde la modernidad occidental bajo el eufemismo de la “muerte civil”. Huelga decir que la antigüedad de esa práctica no disminuye su vileza, sino que confirma la permanencia de la naturaleza primitiva y salvaje de los humanos.

II. El primer derecho y libertad de toda persona es la de existir. La cancelación no es una sanción que castigue una mala conducta, implica la destrucción de quien piense distinto. No es otra cosa que la versión individualizada del genocidio cultural. Quien ejerce la cancelación no es civilizado, sino un asesino social.

III. Los canceladores no son buenos, ni los cancelados son malos. Si la justicia como venganza se centraba en el talión, la cancelación es desproporcionada por naturaleza y, por ende, esencialmente injusta: sanciona supuestas fallas morales con la destrucción del que presume infractor. Si Sócrates, cancelado prominente de la antigüedad, prefirió el suicidio al ostracismo, los actuales canceladores, herederos de los enemigos del filósofo, exigen el ostracismo y desean el suicidio del cancelado: la maldad de tales verdugos es evidente.

IV. La cancelación es contraria al debido proceso, a la justicia estatal y a la división de poderes: se castiga sin oír ni vencer al acusado, se hace “justicia” de Fuenteovejuna y la masa linchadora es legislador, juez, jurado y ejecutor. Los canceladores definen qué es inadmisible, procesan sin audiencia al inculpado, sentencian y actúan como verdugos. Como todo poder sin límite es contrario a la democracia, la potestad represora, que usurpan los canceladores, es esencialmente antidemocrática. Ni la irracionalidad del cadí era tan perversa: los canceladores son una pesadilla dentro de un sueño terrorífico de Kafka.

V. La cultura de la cancelación es la hija natural de la corrección política y el movimiento woke. Mientas una es la ideología, la otra es la acción que utiliza como herramienta a la supresión del que piensa distinto. Por tanto, para acabar con el fruto, hay que cortar el árbol.

VI. El fascismo se disfraza de buenos modales mediante la máscara de la corrección política, como anotaba Carlin. No existe ética, justicia, orden, seguridad, ni solidaridad, en la paz obtenida mediante el poder represor de las libertades de pensamiento, expresión y acción, dominio que es ilegítimo porque, en primer lugar, es antidemocrático. La cooperativa correctiva también disfraza de justicia lo que es vulgar dictadura.

VII. La corrección política y su brazo ejecutor, la cancelación, usurpan el papel de la ley y la sentencia judicial. Ningún colectivo, por más santo que se autodenomine, está por encima de las instituciones constitucionales. En el Estado democrático, sólo a la ley le corresponde limitar libertades y enunciar castigos a las conductas ilegales, conforme a los derechos humanos. Por las mismas razones, sólo la resolución del juez puede concretar esos castigos, que nunca deben destruir la existencia del infractor, sino conducirlo a reparar su daño y redimirlo.

VIII. Al imponer criterios morales por encima de la ley, los canceladores actuales son delincuentes. Por primera vez en la historia, la condena moral no es parte de una operación de gobierno, sino una suplantación de la autoridad legítima, que ha sido tolerada por el Estado y la sociedad, por el pavor que le tiene a la censura de una inquisición antijurídica.

IX. La cancelación usa la estridencia y los liberales han cometido el error de combatirla con un tono mesurado. La falla se encuentra en que, en una sociedad democrática, la deliberación implica que se puedan escuchar todas las voces, pero los canceladores juegan a silenciar con sus gritos a toda opinión disidente. Al que grita no se le combate con silencio. El pluralismo y la tolerancia son valores fundamentales de la democracia. Dado que la corrección política y la cancelación fungen como avatares del pensamiento único, son posiciones antidemocráticas y corresponde a los liberales combatirlas frontalmente: la tolerancia a los intolerantes es una traición a la democracia.

X. Más que criticar la cancelación, a los liberales les toca enfrentarla y vencerla: levantando más la voz que los inquisidores y dándoles el talión que ellos han negado a sus víctimas.

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