martes 16 abril 2024

Consulta de Revocación: Crónica desde la casilla 5489 contigua

por Articulista invitado

Alberto Sánchez Cervantes
Periodista egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García

A mediados de febrero, un tipo alto, moreno, delgado, de sonrisa amable, se presentó en mi domicilio. Vestía un chaleco con vivos en color rosa mexicano; era un CAE, es decir, un Capacitador-Asistente Electoral. Me informó que había sido elegido por el INE para ser funcionario de casilla en la Consulta de revocación de mandato 2022.

Acepté sin chistar pese a no estar de acuerdo con la forma como se estaba llevando a cabo el proceso (cientos de personas habían sido movilizadas desde el Poder y por el partido oficial para obtener firmas –incluidos muertos– y demandar la realización de la consulta al INE, como lo exige la ley). Incluso, creo que el CAE se sorprendió de mi rápida respuesta favorable. Lo que él no sabía es que yo quería vivir desde primera fila el acontecimiento.

Quince días después tocó nuevamente a mi puerta. Agitado, sudoroso y notablemente cansado, puso en mis manos el flamante nombramiento de funcionario. Sería secretario de Mesa Directiva de Casilla.

Tres capacitaciones, un curso en línea y un manual impreso, nos dieron los elementos para hacer la tarea. Mis compañeros de casilla fueron dos millennials de la edad de mis hijos. Ella Presidenta, él Escrutador. Juventud y experiencia, diría José José.

FOTO: MARGARITO PÉREZ RETANA / CUARTOSCURO.COM

Al momento de la jornada electoral ya se sabía que el gobierno de la Cuarta Transformación había movilizado a secretarios de Estado, gobernadores, presidentes municipales y empleados públicos para promover la consulta. Cuatro días antes, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ante 80 mil personas, llamó a participar en la consulta, arremetió contra los consejeros del INE y, como no, expresó su respaldo al señor presidente López Obrador.

Ya no se trataba de una consulta ciudadana. Evidentemente el espíritu de la ley había sido retorcido y violado repetidamente. Ya era una consulta de Estado. Lo urgente era mostrar que el músculo político del Supremo Patriarca estaba indemne.

El 10 de abril el escenario había cambiado. Si el esfuerzo del presidente, sus operadores y creyentes daba frutos, de una consulta desangelada y quizá con escasa concurrencia, ahora se esperaba una participación copiosa.

La casilla 5489 Contigua comenzó a instalarse antes de las ocho de la mañana. El paquete abierto por la joven presidenta contenía 1,804 boletas empaquetaditas, nuevecitas, relucientes. 17 paquetes de 100 boletas cada uno y dos blocs más con 85 y 19 boletas.

Cuando la Lista Nominal llega a mis manos, también nuevita, le echo una primera ojeada. Rostros conocidos de mis (nuestros) vecinos: la señora de la tienda, el señor del perrito faldero que siempre me da la sensación de que estoy viendo al Dr. Emmett Brown de Volver al futuro, la señora que barre la banqueta todas las mañanas y la que vende jugos en la esquina. Gente de todas las edades: jóvenes, hombres y mujeres de mediana edad, ancianos.

Así que 1,804 boletas esperan ansiosas desde temprano a alguien que estampe en ellas una marca, signo, leyenda, grosería –como a veces sucede. Desafortunadamente 1,380 se quedaron como novias de pueblo: vestidas y alborotadas, diría mi abuelita. Condenadas a la trituradora. Se quedaron para vestir santos, ahí, empaquetadas, cruzadas una a una con dos líneas diagonales negras, la marca ignominiosa de que nadie las sacó a bailar, pese a los recursos empleados (muchos ilegales) por el gobierno de la Cuarta Transformación.

Solo 424 votos pudimos cosechar en 10 horas de votación y 13 de trabajo. 355 votos a favor de que el Líder siga en el poder; 63 en contra y seis nulos.

Durante el escrutinio la voz que más se escuchó fue “que siga AMLO / que siga AMLO / que siga AMLO… Una boleta con la leyenda: “que siga pero que no robe”, otra con: “que se largue”.

La afluencia de votantes fue fundamentalmente de ancianos y gente de mediana edad. Los jóvenes fueron los grandes ausentes.

FOTO: MARGARITO PÉREZ RETANA / CUARTOSCURO.COM

Un anciano comentó, palabras más palabras menos: “este presidente es el que me da mi pensión”. A tres personas se les tuvo que llevar hasta la vía pública la mampara dispuesta para el caso: dos iban en silla de ruedas y una más ni siquiera podía bajar del vehículo que la transportaba. “Amor con amor se paga”, le gusta decir al presidente. En lugar de esa frase, algún académico tal vez escribiría “clientelismo político”.

Llamó también la atención que un par de señoras, quizá de setenta años o más, preguntaron qué debían poner, “¿tache o palomita?”. Yo me preguntaba en mis adentros si era la primera vez, en su larga vida, que asistían a una votación. Otros ancianos desconocían el contenido de las opciones de respuesta e inclusive el significado de la palabra “revocación”. En fin, gente con bastón, de caminar lento, gente humilde, pobres, evidentemente. Carne de cañón.

Afuera de la casilla numerosas personas, con facha de operadores políticos de barrio, estaban al pendiente de no sé qué cosa con papeles en mano. Mientras, adentro todo marchaba civilizadamente, lo que sea que esa palabra signifique.

La presidenta de la casilla me preguntó: “¿Usted no va a votar?” “No –le contesté– porque no creo en esta consulta; el gobierno ha metido mucho la mano como para considerarla una consulta ciudadana. Estoy aquí para cumplir con mi responsabilidad cívica.”

Al final me correspondió pegar en la puerta de la casilla la Hoja de resultados. “Ganamos, ganamos”, decían los operadores políticos de barrio que habían permanecido firmes hasta esa hora, las ocho y media de la noche. Aunque también se escuchó una voz que dijo: “63 votaron en contra, no son poquitos.”

La noche era tibia, con un leve chipi chipi. Caminé con mi soledad rumbo a casa, pensaba que todo cambia para seguir igual. Carro completo como en la época del PRI.

O incluso las cosas cambian para empeorar. Los políticos usan el voto ciudadano –un 91 por cierto siempre envalentona– para arremeter contra la institución electoral que les organizó SU consulta y les puso en bandeja de plata resultados pulcros. Ingenuos los ciudadanos que votaron y los que recibimos y contamos los votos. Indecentes los políticos que convierten los votos en misiles para atacar a sus enemigos.

Cuando entré a mi casa lo primero que escuché fue: “sube a verla, creo que solo te está esperando a ti.” Mi gata de diecisiete años agonizaba. Murió una hora después.

El presidente se ufana del resultado. Pero para mí que se quedó con más de la mitad de los tamales y el atole champurrado que quiso vendernos en Domingo de Ramos.

De 92 millones de boletas solo se ocuparon 16 millones. Así que el resto, 76 millones, padecieron el escarnio de la doble raya diagonal que las mutó en cadáveres.

De los 30 millones de votos que obtuvo Andrés Manuel López Obrador en 2018, ahora solo pudo recoger 15 millones, claro, no sin trampas y engaños (“perderán pensiones, becas y ayudas si no votan para que Él se quede”).

Pienso y repaso cifras: 14 millones de votos en 2006; 15 millones en 2012; 30 millones en 2018. Entonces, el triunfo arrollador de 2018 se lo dieron los otros quince millones de ciudadanos que se ausentaron de las urnas. Le retiraron el apoyo. Sus motivos tendrán.

“Haiga sido como haiga sido”, el presidente obtuvo a su favor el 91 por ciento de los votos de la jornada del 10 de abril en una consulta entre familia.

Un futbolista profesional honrado diría: “fue un triunfo con sabor a derrota”. Honrado dije.

Un fantoche, a pesar de jugar sucio y mal y ganar de último minuto con un penalty (es decir, con toda la ventaja a su favor), haría de su oscuro triunfo un gran logro y lo utilizaría de escarnio para arremeter, ofender y descalificar a sus adversarios. Un fantoche, dije.

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