jueves 28 marzo 2024

La confusa fórmula electoral de EE. UU.

por José Antonio Crespo

Los padres constitucionalistas de Estados Unidos diseñaron un sistema de voto indirecto para evitar que llegara al poder un presidente indeseable, que hiciera más daño que bien al país. De ahí que, pese a permitir al ciudadano emitir su preferencia, dejó la decisión final en un colegio de notables (miembros de la clase política y conocedores de quién es quién). Se trataba de impedir que llegara a la presidencia alguien sin experiencia de gobierno, que fomentara la polarización y la confrontación, o que tuviera nexos y compromisos con alguna potencia extranjera; justo tres características que reúne Donald Trump. De ahí la creación del Colegio Electoral, cuyo fracaso está confirmado precisamente en la llegada de Trump a la presidencia. Se cree normalmente que ese arreglo es lo que permite que en ciertos casos quien gana el voto popular indirecto, pueda perder la presidencia. En parte sí, pero más precisamente eso es consecuencia de la fórmula utilizada para distribuir los votos electorales de cada estado entre los contendientes.

Originalmente esos votos (electorales) se distribuían proporcionalmente a partir del voto captado por cada candidato; 40% del voto popular = a 40% del voto electoral (o lo más aproximado posible). Esa fórmula prevalece aún sólo en dos estados; Maine y Nebraska. A fines del siglo XVIII operaba en todos los estados. Poco a poco, algunos estados cambiaron esa fórmula proporcional por la de “El ganador se lleva todo” (todos los votos electorales a quien ganara la mayoría relativa), pues eso daba más peso electoral al estado en cuestión. Y por eso gradualmente todos los estados (menos dos) adoptaron dicha fórmula. Y es justo ésta la que permite que un ganador del voto popular pueda tener menos votos electorales que su rival, perdiendo así la presidencia. De prevalecer la fórmula proporcional no podría darse una situación como la del año 2000 con Bush Jr. y Al Gore, o la de 2016 con Trump y Hillary Clinton, donde quien ganó el voto popular, perdió en el Colegio Electoral.

EFE | JIM BOURG

Eso podría volver a ocurrir en esta elección, pero el verdadero problema esta vez es la poca disposición de Trump a aceptar una eventual derrota. Si el margen de un eventual triunfo de Joe Biden es estrecho, Trump tendrá margen para declararse ganador, o alegar fraude y generar un litigio electoral que eventualmente llegue a la Suprema Corte, y ahí ganarlo por votación mayoritaria (como ocurrió en 2000), o alguna vía alternativa para preservar la presidencia por encima de la voluntad popular. Eso es algo que no se ha dado en la larga historia de Estados Unidos; sí ha habido acusaciones (fundadas) de fraude, litigios complicados, y el triunfo de alguien que no lo merecía, pero el resultado oficial siempre ha terminado aceptándose. Eso es lo que podría ser diferente en esta ocasión, esencialmente por la falta de civilidad e institucionalidad mostrada por Trump desde siempre, lo que pondría en riesgo la democracia moderna más antigua, pero incluso también la estabilidad social y política del todavía mayor potencia mundial.

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