jueves 28 marzo 2024

El complicado reto después de un gobierno promotor de la división

por Gerardo Flores Ramírez

Todo indica que el triunfo del candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata, Joe Biden, es irreversible. Para nadie debe ser una sorpresa que Donald Trump se niegue a aceptar su derrota y que a lo largo de las siguientes semanas despliegue una intensa y amplia estrategia de litigio con el propósito de anular millones de votos distribuidos en varios estados clave. Con ello busca lograr el triunfo por esa vía aunque, de acuerdo con las opiniones expresadas por una amplia gama de analistas y conocedores de las reglas del juego electoral en Estados Unidos, resulta francamente improbable.

Aunque supongamos que no sólo las instituciones de Estados Unidos funcionan de manera efectiva, sino también un conjunto amplio de actores políticos, tanto demócratas como republicanos, propician las condiciones para que el presidente Trump acepte su derrota y permita una transición ordenada, aun así permanecerá en el horizonte un escenario muy complicado para que la nueva administración encabezada por Biden pueda concluir con grandes logros su primer período como presidente, que muchos consideran será el único que ejercerá.

El horizonte se percibe complicado, en primer lugar por el resultado electoral, que muestra con claridad a una sociedad norteamericana dividida como nunca antes. Por otro lado, contrario a lo que muchos creían que ocurriría, la base electoral que apoyó a Trump no está mermada. Aunque es verdad que no le habría alcanzado para obtener el ansiado triunfo, el número de votos que obtuvo en esta elección es el segundo más alto en la historia de esa nación para un candidato —claro, solo superado por Biden. Pero el que la votación haya sido tan dividida y con una diferencia relativamente baja entre los dos candidatos, significa que un gobierno bajo el liderazgo del demócrata no podrá imponer con mucho margen una agenda que no tome en consideración temas que preocupan a la aún fuerte base conservadora.

Por otra parte, aun cuando no es posible conocer en manos de quién quedará el Senado como resultado de la elección de los dos senadores de Georgia (que, conforme a las reglas electorales, deberá llevarse a cabo nuevamente en enero próximo), la probabilidad de que los demócratas no logren hacerse con el control de ese órgano es significativa. De materializarse ese escenario, a Biden se le complicaría mucho poder articular un programa de estímulos para la economía compatible con su agenda.

Tampoco podemos pasar por alto que uno de los factores más complicados que como contrapeso heredará Trump a un gobierno controlado por los demócratas, es la conformación de la Suprema Corte de Justicia de ese país, que en los próximos años tendrá una clara influencia conservadora (la mayor desde 1950), pues seis de sus nueve integrantes son ministros impulsados por los republicanos.

No hay que olvidar que los demócratas tenían la esperanza de lograr el control del Senado para que, bajo tal escenario, pudieran impulsar una reforma para ampliar el número de ministros integrantes de la Corte y así equilibrar la presencia de una agenda liberal en el más alto tribunal de Estados Unidos. El último intento de hacer algo similar ocurrió bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, en 1937, cuando intentó introducir un marco legal tal que le permitiera aumentar el número de ministros bajo ciertos supuestos, motivado por el hecho de que una mayoría conservadora rechazó en la Corte más de una vez sus intentos de promover la legislación necesaria para instrumentar su programa emblemático, conocido como  New Deal.

Ante una nación dividida, aún afectada por un descuidado manejo de la pandemia de la Covid-19, con un déficit en las finanzas públicas en niveles récord, con retos gigantescos en temas como el medio ambiente, el sector energético, la atención médica para millones de estadounidenses, la regulación de las grandes plataformas tecnológicas, su papel en el contexto internacional e incluso el papel de los cuerpos policiacos en la Unión Americana, entre otros, una nueva administración encabezada por Biden tendrá un panorama muy complicado.

En este contexto, una ruta de trabajo en la que necesariamente deberá hacer su mejor esfuerzo el nuevo presidente de Estados Unidos será la de disminuir la marcada división social que se intensificó durante los cuatro años de gobierno de Trump. Las tensiones entre los distintos grupos sociales son más visibles que nunca. Por ello, el reto demandará un gran trabajo político, que tenga a la paciencia como uno sus principales atributos.

Todo esto debe servirnos como referencia de lo que le espera a nuestro querido México, después de dos años de un gobierno que se ha caracterizado, al menos hasta ahora, por una clara intención de promover la división en ámbitos como el social, el político, el económico y hasta el regional. El reto central será, como en Estados Unidos, reducir el nivel de tensión, generar las condiciones para que el discurso de odio deje de encontrar terreno fértil. Es complicado, pero sí se puede.

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