jueves 28 marzo 2024

El color de las camisas

por José Antonio Polo Oteyza

MORENA comparte con el fascismo características y pretensiones; no pocas, por cierto, o mejor que cada quien juzgue: poco más o menos el fascismo es una imposición política definida por un nacionalismo militarista, por su ataque al intelecto y a la razón, por la propaganda estridente, por el ataque a las libertades y al individualismo, por el manejo político de la economía, por una victimización violenta, por la superioridad de los instintos del líder ante cualquier otra consideración, legal, política o moral, y por el trato de enemigos a periodistas, opositores, activistas, científicos o académicos.

En su libro Anatomía del fascismo, Robert Paxton afirma que éste se asemeja más a una red de relaciones que a una esencia fija. Siguiendo este hilo, MORENA es sólo un nodo en una red compleja de actores y vínculos. En esta telaraña se encuentran, entre otros, un jefe del Ejecutivo depredador, unas Fuerzas Armadas enfiladas a los negocios y a la evasión de leyes y fiscalizaciones, algunas denominaciones religiosas, los dueños conspicuos de grandes capitales, y una vieja pedacería sindical (telefonistas, electricistas, mineros, ferrocarrileros, trabajadores del Estado), cuyos líderes se abocan, con nuevos bríos, a la gestoría y al financiamiento, el propio y para el movimiento. Estos nodos generan vinculaciones económicas y políticas, al igual que la recaudación de votos con el chantaje de interrumpir recursos a grupos populares, o los acuerdos con organizaciones delictivas que apoyan la operación electoral a cambio de interferencias estatales acotadas a los límites de la utilidad criminal. De hecho, un buen indicador de un advenimiento fascista o fascistoide es la conversión colectiva de facinerosos en autoridad, o de autoridades en facinerosos; así fue con los nazis o los fascistas italianos o los falangistas, cada cual con su gradación y estilo de violencia, y cada uno con su camisa, ya fuera café, negra o azul.

Otras cosas propias del fascismo no vienen ni al caso. No tiene siquiera sentido elaborar por qué en México no podría plantearse algo del tipo “unidad, pureza y fuerza”. También algunos amarres deben matizarse, porque una cosa es regalar contratos, y otra suponer que los militares y los plutócratas van a ir a cualquier baile. Y hablando de bailes, resultan patéticos los pseudorigentes del movimiento balanceándose cual botargas en un mitin desangelado. El desfiguro importa porque desde luego MORENA tampoco funciona como religión política, y de sus movilizaciones no emana mucho fervor que digamos, ingrediente esencial para cualquier fascismo digno del nombre y también, como es el caso, para uno que evade la etiqueta.

Por lo pronto, no hay nada sustancial a la derecha de esta red que fagocita al Estado; que se mueve a gusto en la intersección de las Fuerzas Armadas, organizaciones criminales, mafias sindicales, puestos políticos y negocios; y que ahora se aboca a destruir el sistema electoral para nunca irse. No es que no haya antecedentes autóctonos, pero tampoco deja de ser notable la naturalidad con que desde el poder se rompen esclusas para que desborde un radicalismo anticonstitucional, y con la que se imprime una marca política, de color guinda, deslavada y vergonzante, pero protofascista al fin y al cabo. Lo que debía estar en los márgenes es ya moneda corriente, y abre brecha, normalizando lo aberrante. Porque desde luego MORENA y su red palpitan en un contexto: una sociedad pasmada en la que pocos entienden lo que se asoma.

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