martes 16 abril 2024

Christopher Landau: Embajador de EEUU en México

por María Cristina Rosas

Julián Nava, embajador de Estados Unidos en México entre mayo de 1980 y abril de 1981, decía que la actividad diplomática estadounidense con su vecino del sur era muy difícil y que, a menos que se conociera debidamente la historia de la relación bilateral, no podía ser exitosa. Nava tenía razón. Las relaciones entre México y Estados Unidos son complejas, con distintos grados de dificultad, pero poseen también un enorme potencial para desarrollarse de manera respetuosa, acomodando, en la medida de lo posible, los intereses de cada una de las naciones involucradas. Lo contrario también es cierto: es relativamente sencillo que los vínculos sufran un marcado deterioro. De ahí que el/la embajador (a) que representa a cada país ante el gobierno del otro, sea una figura tan importante, puesto que en él/ella recae la responsabilidad de la gestión política de la relación bilateral.

Los embajadores pueden ser funcionarios de carrera, esto es, formados de manera explícita en las artes de la diplomacia, o bien, nombramientos políticos. Ríos de tinta se han dedicado a dilucidar qué perfil profesional es mejor: hay quienes piensan que la diplomacia hay que dejarla en manos de los diplomáticos. Los hay también, por otra parte, quienes argumentan que la persuasión y la gestión política no es privativa de quienes se formaron en las academias diplomáticas.

En el caso de la relación entre México y Estados Unidos, hay una historia de embajadores -los más- y embajadoras -las menos- cuya gestión ha sido polémica, en algunas ocasiones muy lejos de lo “políticamente correcto.” También ha habido embajadores que han buscado redireccionar la relación por derroteros menos conflictivos. Estas afirmaciones no sólo aplican a las figuras que han representado a Estados Unidos ante el gobierno mexicano, sino también a connacionales que han fungido como embajadores en Washington, si bien ese es tema para otra ocasión.

En la memoria mexicana sobre el intervencionismo de EEUU figuran personajes como Henry Lane Wilson, designado embajador de la Unión Americana en México por el Presidente William Taft. Wilson presentó sus cartas credenciales a Porfirio Díaz el 5 de marzo de 1910. Ante los vientos revolucionarios y la caída de Díaz, Wilson se involucró directamente en los acontecimientos de la tristemente célebre “decena trágica” que derivó en el asesinato del presidente Francisco I. Madero, del vicepresidente José María Pino Suárez y del asesor y hermano del presidente, Gustavo A. Madero al igual que en el ascenso de Victoriano Huerta al poder. Años después (1924-1927), James R. Sheffield representó a EEUU en México, interviniendo en los asuntos internos nacionales, criticando la política exterior de apoyo al movimiento revolucionario de César Augusto Sandino en Nicaragua y deteriorando la relación con los mexicanos sensiblemente.

Imagen: headtopics

Con todo, el recientemente fallecido John Gavin -cuyo verdadero nombre era Juan Vicente Apablasa Jr., que tenía antecedentes sonorenses, españoles y chilenos y que murió el 9 de febrero de 2018- es el mejor ejemplo de un embajador desconocedor de las artes de la diplomacia y poco medido en sus acciones. Gavin fue designado embajador ante México por el presidente Ronald Reagan, con quien tenía una estrecha amistad, habiendo sido ambos actores de Hollywood y líderes del sindicato de actores de aquella nación. Gavin llegó a México el 5 de junio de 1981 donde permaneció hasta el 10 de junio de 1986, cuando Reagan tuvo que hacerlo a un lado en medio del enorme deterioro que vivía la relación bilateral.

Gavin, al frente de la embajada estadounidense, destacó por exaltar las discordancias históricas entre los dos países, lo que hizo mella, inscribiendo su nombre en la historia como el Henry Lane Wilson de la década de los 80. Su relación con la prensa era mala. En medio del neoconservadurismo y de la segunda guerra fría de Reagan, Gavin no dejaba pasar ocasión para criticar la política exterior mexicana en Centroamérica a través de la gestión del Grupo de Contadora -integrado-, además, por Venezuela, Colombia y Panamá. Tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena a manos de, presumiblemente, agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en 1985, Gavin se llenó la boca hablando de la corrupción imperante y de la incompetencia de las autoridades mexicanas. A su manera de ver, existía el temor de que el deterioro económico que padecía el país -en el marco de la década perdida- se sumara a la efervescencia guerrillera existente en Centroamérica y ello desestabilizara a México, por lo que Gavin presionó fuertemente a las autoridades nacionales en términos políticos y hasta económicos. No sobra decir que el actor de Hollywood devenido en embajador creó muchos más problemas de los que existían, razón por la que fue relevado, enviando Reagan, en su lugar, a un empresario de la industria llantera, Charles Pilliod, quien tuvo la tarea de encauzar la relación por aguas menos turbulentas.

Durante la presidencia de George Bush padre, la representación diplomática estadounidense estuvo a cargo de John Dimitri Negroponte (1989-1993), otra controvertida figura, que durante su paso por Honduras estuvo involucrado en el escándalo Irán-contras, y a quien, en México, se encomendó mejorar la cooperación con Estados Unidos para el combate del narcotráfico y coadyuvar a la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Eran los tiempos de la posguerra fría, cuando, desaparecida la URSS, Estados Unidos parecía tener el camino abierto para proyectar sin contrapeso alguno, sus intereses en el mundo. Luego vino el nuevo siglo y con él, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, los que enturbiaron una vez más la relación. El embajador estadounidense en turno era Jeffrey Davidow, quien arribó al país en 1998, presenció la debacle del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el ascenso de Vicente Fox y el desafío de una negociación migratoria entre México y EEUU, buscada por Bush Jr. y Fox, pero imposible de concretar debido a la complejidad del tema y al ambiente político post 11 de septiembre. Davidow terminó su misión en 2002 y escribió sus memorias acerca de lo que presenció al frente de la legación diplomática de su país en México. Davidow caracterizó a la relación bilateral como la que existe entre un oso y un puerco espín: Estados Unidos es el oso, un animal grande, tope, que puede causar daño incluso sin proponérselo. México es el puerco espín, un animal temeroso, en alerta permanente, resentido, que espera casi siempre que el oso le haga daño.

Davidow, independientemente de servir a los intereses de EEUU, desarrolló una gestión pulcra y profesional, no obstante las turbulencias que azolaron a la relación bilateral -por ejemplo, ante la tardía respuesta de Fox para enviar condolencias a EEUU tras los ataques terroristas. Su sucesor fue el empresario texano Tony Garza, amigo y aliado de George W. Bush y que estuvo al frente de la embajada estadounidense de noviembre de 2002 hasta el 20 de enero de 2009. En 2005 contrajo nupcias con la empresaria mexicana María Asunción Arambuluzavala de quien se divorció en 2010. ¿Conflicto de interés? A comparación de lo que le pasó a su reemplazo, Carlos Pascual, Garza se retiró tranquilamente con la distinción del águila azteca en sus bolsillos.

En contraste, Pascual, nombrado como embajador por el Presidente Barack Obama -llegó a México el 9 de agosto de 2009 y tuvo que irse el 19 de marzo de 2011-, enfrentó una de las situaciones más difíciles de que se tenga memoria en la historia reciente de la relación bilateral. Percibido como experto en Estados fallidos, el gobierno mexicano consideró insultante su designación, por interpretar que, a los ojos de Washington, México era o estaba en vías de convertirse también en Estado fallido. Pero los problemas no pararon ahí. Pascual empezó a cortejar a Gabriela Rojas, hija de Francisco Rojas, líder de la fracción priísta en la Cámara de Diputados. Gabriela era también ex esposa del jefe de asesores de Calderón, Antonio Vivanco. Por lo tanto, el Presidente mexicano, molesto con ese noviazgo, veía a Pascual crecientemente con recelo.

Para la mala fortuna de Pascual, la divulgación de cables confidenciales que remitió a Washington -como parte de sus tareas diplomáticas- y que fueron dados a conocer públicamente a través de Wikileaks, fue muy mal recibida por el mandatario mexicano Felipe Calderón. Se estima que esas filtraciones fueron un duro golpe para las relaciones de Estados Unidos con diversos países del mundo, pero en el caso mexicano, el problema escaló al punto de que el presidente Calderón pidió tanto a la canciller Hillary Clinton como al propio Barack Obama, la cabeza de Pascual. Obama cedió y mandó como reemplazo a Anthony Wayne, un diplomático experimentado del Departamento de Estado, quien fuera previamente embajador de su país en Argentina. Cuando Wayne terminó su mandato y se jubiló el 31 de julio de 2015, Obama nominó a una de las grandes expertas en asuntos hemisféricos del Departamento de Estado, Roberta Jacobson, que en su currículum tiene el crédito de haber sido artífice del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Hábil diplomática, conocedora de América Latina, llegó a México el 5 de mayo de 2016, tras una tortuosa ratificación que demoró cerca de un año -justamente porque los republicanos le reprochaban el trabajo efectuado para normalizar las relaciones con La Habana. Su gestión fue breve, dado que arribó a México en el mismo año en que Donald Trump obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales de EEUU. Los dichos de Trump contra México generaron fricciones entre aquel y Jacobson, quien debía encontrar la manera de disculpar las ofensas del mandatario republicano, hasta que, en mayo de 2018, dio por terminada su misión, tras una carrera de 30 años en el servicio exterior de su país. Jacobson, a pesar de su breve paso por México, fue popular y no en pocas ocasiones se reconoció su trabajo a favor de la relación bilateral aun cuando el contexto político no le favoreció.

Así, la embajada estadounidense quedó acéfala por espacio de un año. Donald Trump buscó un reemplazo para Jacobson en las filas republicanas. Inicialmente favoreció a Edward Whitacre, ex presidente de las corporaciones General Motors y ATT y amigo personal de Trump. Su designación parecía apropiada -aun cuando no tiene conocimientos de diplomacia-, debido a su experiencia en negociaciones económicas y comerciales, amén de haber sido socio de Carlos Slim, hecho difícil de ignorar. El advenimiento de la negociación y eventual ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC), hacían que el empresario fuera una buena opción. Desafortunadamente para Whitacre, su designación como embajador en México ya no se concretó, debido a la salida de Rex Tillerson -el 31 de marzo de 2018- como titular del Departamento de Estado en el vecino país del norte.

Fue así que emergió la figura de Christopher Landau, abogado con nula experiencia diplomática, aunque es hijo de George Landau, quien fuera embajador estadounidense en Chile, Perú y Paraguay. Nacido en España y con estudios de abogacía en Harvard, Christopher Landau ha hecho una respetable carrera en bufetes privados, habiendo tenido clientes como Puerto Rico, British Petroleum, empresas de biotecnología, etcétera. Asimismo, al egresar de Harvard, Landau trabajo en la Suprema Corte de Justicia a las órdenes de dos de los jueces más conservadores de que se tenga memoria: Clarence Thomas y Antonin Scalia.

Ratificado por el Senado estadounidense el 1 de agosto pasado, se espera su llegada a México en los siguientes días. Landau deberá hacer frente a uno de los momentos más tensos en la relación bilateral, donde destacan la crisis migratoria, la ratificación, por parte del Congreso estadunidense, del TMEC y los crímenes de odio perpetrados en el pasado fin de semana, en que al menos dos decenas de mexicanos perdieron la vida en lo que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México considera como actos de terrorismo contra los connacionales. Con una agenda así, se espera que Landau eche mano de todo el oficio político que tenga, para mediar entre los insultos y la retórica anti-mexicana de Trump y el gobierno de López Obrador. Si bien no parece tener el perfil para gestionar semejante agenda, hay que darle el beneficio de la duda. Después de todo es una buena noticia que, tras más de un año desde la partida de Roberta Jacobson, Trump haya decidido elevar la relación con México al nivel de embajador, no de un encargado de negocios. Al tiempo.

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