sábado 20 abril 2024

Cataluña (España) es poderosa

por Julián Andrade

Todavía recuerdo aquella tarde, de hace ya tantos años, en que comprendí que sabía otro idioma. Fue una magia extraña de la que se desprendió la evidencia de dos lenguas: el español y el catalán.

Ignoro cómo sea para otros que también tengan la fortuna de explicarse el mundo en otro idioma, y desde pequeños, pero para mí significó una comunión, una conexión que se expresa en la emoción con los símbolos, la bandera en oro y sus cuatro franjas rojas o inclusive el Barça.

Pero en algo igual de trascendente: la comida, la música, la literatura; en resumen, la intensidad de una cultura.

Mis abuelos dejaron Cataluña porque perdieron la guerra, pero teniendo la convicción íntima de ganar el futuro, propiciando las condiciones que dieran pie, algún día, al retorno.
Lo hicieron, y vale la pena tenerlo claro, defendiendo España y su República, enfrentando a un golpe de Estado que terminó en guerra civil y provocó 40 años de oscuridad e intolerancia.

Cuando decidieron proteger la democracia fue desde la perspectiva y la convicción de una nación, con culturas e idiomas diversos, pero ligada no sólo a un pasado común, sino a la aspiración de un porvenir.

Los españoles, después del franquismo, se dieron a la tarea de construir una de las democracias más vigorosas de Europa y lo hicieron al amparo de una Constitución que se refrendó en 1978.

Algo similar ocurrió con el Estatut, que da sentido legal a la autonomía de Cataluña.
Ahora es de nueva cuenta la derecha la que amenaza el presente. El populismo de la Generalitat mide el pulso con los reflejos conservadores de Madrid. Es desde esas visiones estrechas que se alienta una de las crisis de mayor calado en décadas.

Por ello, el salto al vacío del referéndum ilegal de hace una semana hay que situarlo en la falta de operación política y en la ausencia de verdaderos hombres de Estado, pero de igual forma como una amenaza a la integridad de una nación, ya que se pretende declarar la independencia de modo unilateral.

El daño es grande y más aún porque la mayoría de los catalanes no comulga con la aventura de Carles Puigdemont.

En pocas ocasiones se puede observar, con tanta nitidez, el daño que la ausencia de la buena política le puede hacer a un país entero.

Los malos efectos ya empiezan a vislumbrarse y cuando ni siquiera existe la certeza de que el independentismo radical logre su cometido. Los grandes corporativos empresariales empiezan a abandonar Cataluña, ante la incertidumbre jurídica que ya se anuncia.

Es tiempo de imponer la cordura, de evitar un daño mayor y alentar una Cataluña próspera y poderosa en España.


Este artículo fue publicado en La Razón el 9 de octubre de 2017, agradecemos a Julián Andrade su autorización para publicarlo en nuestra página.

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