martes 16 abril 2024

Campañas deben avanzar a propuestas vinculantes

por Luis Antonio García Chávez

Reuters

Estamos ya en la etapa de las campañas electorales y se me viene a la mente el viejo dicho de las abuelas: “Prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila”. Pareciera que esa es la regla de oro de la política mexicana.

Ante una democracia aún débil y una ciudadanía que es poco participativa, con campañas electorales sobrerreguladas, donde se apuesta más a la imagen (lo que llaman campañas de aire) y los spots de unos cuantos segundos, a lo mucho minutos, en donde difícilmente se pueden realizar propuestas profundas y explicarlas, los candidatos y sus estrategas apuestan más a propuestas “de alto impacto sin importar si pueden materializarse o no”.

En algunos de los casos se dan campañas de ocurrencias, donde se plantea lo primero que pasa por la mente sin tomar en consideración los problemas para que se materialicen. Esto deteriora la calidad de la política.

En alguna conferencia escuchaba, si mal no recuerdo, a Agustín Basave narrar que en algunas democracias avanzadas no se pone en la ley lo que no tenga un sustento presupuestal, pues cada propuesta política que se pretende llevar a cabo tiene, indudablemente, un impacto en las finanzas públicas y quien la realiza tiene que tener la responsabilidad de saber si dicho impacto puede ser absorbido por el Estado.

Por desgracia, nosotros no estamos en una democracia avanzada. Tenemos por costumbre políticos que prometen lo que consideran que el electorado quiere escuchar, sin pensar si es realizable jurídica o económicamente, tampoco si es viable técnicamente o benéfico socialmente.

Citaré algunos ejemplos recientes.

En la campaña del año pasado en el estado de México, Delfina Gómez proponía realizar cinco líneas de metro en dicho estado. El ejemplo más reciente que tenemos es la realización de la línea 12 en la Ciudad de México, que requirió un arduo trabajo de cabildeo para obtener recursos adicionales por parte de la federación y que, por construirse con prisas para que la alcanzara a inaugurar Marcelo Ebrard, tiene una serie de deficiencias que han encarecido el proyecto y generado su cierre por muchos momentos.

Con todo y eso, su construcción tomó casi seis años. Así que si Delfina quería realizar cinco líneas de metro, la lógica indica que no podía realizarlas de manera escalonada, pues su gobierno sólo tendría seis años para cumplir la promesa. Nadie tomó en cuenta que no había manera, con los recursos del estado de México, e incluso sumando fondos adicionales de la federación, de contar con recursos para hacer cinco líneas de metro de manera simultánea. Aun suponiendo que fuera posible, tampoco nadie consideró el caos vial que colapsaría a todos los habitantes mexiquenses en caso de realizar cinco obras de este calibre de manera simultánea, las que, para ser eficaces de realizarse, deerían correr sobre vialidades principales (o eso indicaría la lógica).

En pocas palabras, una ocurrencia. Pero una ocurrencia que a pesar de no poderse cumplir y ser una burda mentira, seguramente generó muchísimos votos entre mexiquenses que están hartos de la pésima calidad del transporte público que utilizan y que al mismo tiempo tienen como contraste el metro de la Ciudad de México, mucho más rápido, eficaz y económico.

¿Es válido ganar votos engañando? Considero que no. Sin embargo no hay ningún organismo que regule u oriente a los ciudadanos sobre la viabilidad de las propuestas políticas. No hablo de mayor burocracia, creo que esta es una labor que bien se podría realizar desde la sociedad civil. Pero lo que sí pudiera sancionar la autoridad es el incumplimiento de las promesas en caso de ganar. Hoy esto no existe y fomenta que los candidatos hagan las propuestas más locas y estridentes para ser competitivos, aún si saben que son irrealizables.

Regresando al caso del estado de México y en la misma lógica, tenemos al ganador, Alfredo del Mazo, que prometió el llamado salario rosa y que no lo ha cumplido: sabíamos que no lo haría, al menos no en los términos de lo ofertado en campaña. Y hoy aplica este programa de manera parcial, clientelar y electorera, sin ninguna sanción por parte de la autoridad.

¿Cuántos votos tuvo él generando esta ilusión en millones de mujeres que votaron a partir de esta propuesta por su candidatura? Imposible saberlo. Lo que sí podemos aventurar como hipótesis es que, sin este tipo de propuestas, de ocurrencias, quizá el resultado en el Estado de México habría sido distinto para los dos candidatos que terminaron punteros.

Ahora bien, estamos en la campaña actual.

Andrés Manuel propone eliminar el examen de admisión a las universidades. En su entrevista con Milenio dijo que públicas y privadas. También propone que todos aquellos que quieran estudiar, tengo un lugar garantizado en la educación superior.

¿Puede realizar estas propuestas? Estoy seguro que no. En el caso de la primera se viola la autonomía universitaria y en el caso de la segunda, si bien es deseable lograr la cobertura educativa universal, difícilmente se lograra en seis años y requiere todo un plan de instrumentación del cual AMLO no dice nada.

Sin embargo, es imposible saber cuántos millones de personas van a votar, ilusionados porque sus hijos puedan tener acceso a la educación. Es un insulto vulgar jugar con estas emociones para obtener votos.

Algo similar pasa con la propuesta de dar varios miles de pesos mensuales a todos los ninis, además de que presupuestalmente no se ve como pueda sostenerse, resulta en una compra de votos a crédito de lo más reprobable posible, como lo fue el salario rosa. Es decir, en lugar de dar dinero o despensa a la gente para que vote por un candidato, como tradicionalmente hacían en la compra de voto, hoy ofrecen a la gente que primero voten y después les darán dinero, no una vez, sino una cantidad mensual durante los próximos seis años. Sí eso no es compra de voto, y a crédito, que me digan qué es.

Además la compran con bonos de ilusiones, pues nada obliga a los candidatos a cumplir, pueden no hacerlo y al final los votos ya cayeron en las urnas. Se calcula que hoy tenemos en México dos millones doscientos mil ninis empadronados y en edad electoral. Esos votos definen una elección presidencial. A eso le apuestan. Sin importar en lo más mínimo el futuro de México.

Mikel Arriola quiere ganar votos conservadores en la Ciudad de México, atacando los matrimonios igualitarios y la interrupción legal del embarazo, prometiendo revertirlos.

No le dice a sus electores que estos son derechos ya planteados en la Constitución y que, para modificarlos, requeriría una mayoría calificada en el primer Congreso de la Ciudad de México. Evidentemente Mikel no tiene posibilidades de ganar, menos aún de tener mayoría en el Congreso, promete lo que sabe que no es posible cumplir porque cree que algunos votos le podrá redituar.

Andrés Manuel habla un día de revisar el proyecto del aeropuerto y otro día de cancelarlo, sin importar consideraciones técnicas ni tampoco las leyes internacionales que regulan miles de millones de dólares de inversión, en muchos casos extranjera, que hay en el proyecto. Apuesta a ganar votos aunque no pueda cumplir.
Promete también echar abajo las Reformas Estructurales aunque sabe que, para hacerlo, requeriría también mayoría calificada en la Cámara de Diputados, en el Senado de la República y en dieciséis Congresos Estatales. Ni el más optimista de los seguidores de Andrés creerá que MORENA pueda lograr ese escenario. Evidentemente no lo puede hacer. Sin embargo, con sus propuestas genera incertidumbre económica, dañando al país, y capta votos de manera populista, de un sector que lo sigue sin reflexionar en la viabilidad o no de sus propuestas.

Es decir, muchos apuestan a ganar mintiendo.

Creo que va siendo tiempo de que los ciudadanos generemos instrumentos que, acompañados de metodología científica, puedan evaluar de manera clara la viabilidad de las propuestas de los candidatos, tanto política, jurídica, económica y presupuestal. Lo anterior permitiría que juntos desnudemos a aquellos candidatos que prometen lo que no pueden cumplir, engañando a la población, sólo para ganar votos.

Por otro lado, aquellas propuestas que pasen ese filtro y que sean realizables, deberían de ser vinculantes. Establecer leyes que obliguen al candidato a que, en caso de ganar, lleve a cabo el programa con el cual conquistó el voto del electorado so pena de perder el cargo. Que ya no sea tan sencillo para los candidatos prometer lo que sea, aprovechando los bajos niveles de escolaridad, la alta incidencia de la ignorancia y la frágil democracia y ciudadanía a la que dirigen sus propuestas.

Las campañas tienen que ser una etapa de reflexión para todos, pero sobre todo, nos deben llevar a pensar qué podemos hacer para mejorar como país, todos, no solo partidos o candidatos y así, juntos, construir un México mejor.

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