viernes 19 abril 2024

Campaña permanente contra el Reguetón (Yo no paro el Taxi)

por Alejandra Gómez Macchia
Etcétera

¿En qué consiste el éxito de una canción? ¿En el empuje de un aparato mercadológico? ¿En qué tan buena esté la cantante? ¿En lo novedoso de su producción? ¿En los escándalos que giren en torno a ella? ¿En el grado de imbecilidad de los consumidores?

Me declaro una escucha universal porque nunca he discriminado, de entrada, ningún género sin antes haber puesto todo mi interés en ello.

He abierto los oídos a cuanto sonido existe, y aprendí (vía el gran maestro Julio Estrada) que ningún ruido es despreciable.

Me he sentado días enteros a escuchar sones huastecos, ritmos africanos, rock japonés, música concreta, pop, rock progresivo, reguetones, big bands, dub, spiritual, cantos gregorianos, rap, soul, jazz, free jazz, krautrock, blues, mariachis, boleros, baladas románticas, bossanovas, sambas, bachatas, bandas norteñas, cuartetos de cámara, corales, calipsos, regué, rock and roll, cuecas, tangos… hasta me he adentrado a la fenomenología del bizarro pop que cantaban los grupos fundados por Luis de Llano.

Ante este escenario, he ido descartando géneros que me parecen aberrantes (como el reguetón), pero no por ello apago el radio si de pronto voy en la carretera y la única onda que capta mi estéreo es la de una estación donde dan este tipo de música.

Para mí es muy importante observar toda esta clase de corrientes que tienen como fundamento la misoginia y la violencia exacerbada.

Mi vecinos se lo pasan escuchando la canción del Taxi, del famoso Pitbull. Nunca le había puesto atención porque, en primer lugar, la dicción del fulano es ininteligible hasta que te concentras en traducir sus pujidos. La tonada es pegajosa por los loops y los bajos que contiene, y para muchos resulta cachondo contonearse al compás de un “pum cata pum” repetitivo pues, como en toda pieza, la variación rompe la monotonía e impide entrar al umbral del trance.

Entonces mis vecinos son los encargados de ponerme involuntariamente al día de los éxitos radiofónicos del momento (cosa que me agrada porque no hay quien me agarre de bajada a la hora de querer defender lo indefendible), y gracias a esto concluí que esa música establece en el hombre y la mujer un lazo permanente (e invisible) con su peor “verdadero otro yo”.

Pero regresando al tema: ¿cómo se posiciona una canción (o un álbum) en los charts de popularidad?

Al año se encumbran aproximadamente cien canciones, y al decir encumbrar me refiero a que hasta los perros las cantan.

Por lo general estas canciones son baladas o temas pegajosos para bailar y son repetidas en las estaciones de radio hasta la ignominia. El rock, como siempre, es un tema aparte; un producto para un limitado número de gente (aunque han habido casos en los que varios temas se colocan en los rankings mundiales y se quedan ahí durante décadas, pues para que una rola de rock sea abrazada hasta por la fresada, debe pasar cien pruebas de fuego, o bien, que haya sido incluida en el soundtrack de última película de Spielberg).

El caso es que pasa el tiempo: los años, los lustros, las décadas, y la chatarra sonora es la que más tiende a reciclarse, y algo peor, vuelve a apoderarse de las ondas hertzianas.

Esto viene a cuento porque el día de ayer una sobrina (de doce años) hizo que me fletara una hora completa viendo videos en Youtube de varias cantantes poperas que han retomado el espeluznante “tecno” de los noventa y lo venden como una novedad.

En ese momento mi mente se echó en reversa y se me agolparon fatídicas imágenes de mí misma portando aquellos pantalones descoloridos y acinturados que hacían parecer a las muchachas como una especie de costal de papas atado por una cuerda.

El “encanto” de la canción, o mejor dicho del video, es que la chava ejecuta una suerte de coreografía en “gang” como las que hacían en sus tiempos Michael Jackson o MC Hammer (guardando las debidas proporciones). La letra se reduce a “uh” “ah”, y así hasta el infinito. Lo que me hizo concluir que, tal como la letra del Taxi, los éxitos efímeros de cantantes plásticos logran ese volumen de ventas y reconocimiento por que para una masa de personas que están peleadas con el lenguaje, este tipo de estribillos resultan la mejor forma de coronar su abulia mental mientras sudan la gota gorda sintiéndose los o las que “paran el taxi”.

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