miércoles 24 abril 2024

¿Brindis de Nochebuena?

por Luis de la Barreda Solórzano

Nunca habíamos sido testigos de tantas muertes en nuestro país. Si alguien vivía hace un siglo, sería apenas un bebé que no se daba cuenta de lo que ocurría. Entonces se libraban las batallas de lo que conocemos como Revolución Mexicana, las tropas de uno y otro bando practicaban la gleba, muchas mujeres eran botín de guerra, la gripe española asesinaba masivamente, otras enfermedades que no era posible atender por las condiciones del país y el hambre desesperada de grandes sectores de la población también aportaban su cuota a la Parca. Un millón de muertos, decenas de miles de familias enlutadas, vidas rotas; padres, hijos, parejas y amigos que nunca más se encontrarían, la economía destrozada, el país dividido y devastado.

Más de 300 mil mexicanos murieron a causa de la gripe española. Esa misma cifra ya nos está alcanzando en sólo diez meses de la actual pandemia, aunque la estadística oficial indique una cantidad mucho menor. Saturados los hospitales en varias ciudades, no es difícil imaginar la angustia de los familiares de un contagiado que no encuentran una cama, la zozobra que provoca la acechanza de la insomne muerte sin que se encuentre el auxilio sanitario para enfrentarla. Y aun si se tiene la fortuna de que el ser querido encuentre sitio en un hospital, la incertidumbre respecto del destino que le aguarda es lacerante. Y el enfermo que se ha puesto grave siente lo que nunca imaginó: respirar, esa acción que se realiza inconsciente y mecánicamente desde que se es un ser vivo, se le dificulta sobremanera, sólo es posible con la ayuda de un artilugio.

Esta noche, Nochebuena, numerosas familias, en lugar de esa reunión cálida, cariñosa, nostálgica pero risueña, estarán padeciendo el tormento de haber perdido a uno de sus miembros, a un amigo entrañable, a la pareja que se ha amado con toda el alma, al maestro al que se ha admirado. Recordarán la Nochebuena anterior, las bebidas espirituosas haciendo su mágico y efusivo efecto, la cena exquisita, los abrazos efusivos, las reconciliaciones intrafamiliares, la plática alegre y despreocupada, la dicha de estar juntos, la remembranza de quienes ya no estaban, pero cuyo deceso ocurrió años atrás, la ilusión de los niños más pequeños que esperan sus juguetes. Lo recordarán como algo lejano no en el tiempo, sino en el sentimiento.

Quizá también les vengan a la mente las palabras del Presidente, la invitación en plena pandemia a salir a las calles y abrazarse, las reiteradas aseveraciones de que la pandemia estaba ya domada, de que todo iba bien, de que México era ejemplo del mundo en la forma en que enfrentaba la covid-19, la descalificación de la mascarilla, la invocación a estampitas religiosas como amuletos de protección contra el virus, la insuficiencia de pruebas para detectar a los contagiados, la promesa de que justamente en este mes de diciembre nuestro sistema de salud sería de tanta calidad como el de Dinamarca. Ese recuerdo les golpeará el estómago, la garganta, el corazón, y hará más dolorosa la ausencia de los muertos o los hospitalizados.

La pesadilla no ha concluido. Las vacunas —que se lograron en el brevísimo lapso de un año y no en la década que demoraban hace muy poco— permiten vislumbrar una luz al final del túnel, una luz, hay que comprenderlo, todavía no cercana para nosotros, pues tenemos que superar el enorme reto de su aplicación. Seguirá creciendo el número de muertos con el dolor inmenso por esas muertes. Continuarán el miedo a todo contacto, las depresiones, los insomnios, la paranoia, la sensación de que caemos al abismo, la estupefacción ante las noticias de personas contagiadas de las que sabemos que tomaban las precauciones preventivas, la ansiedad por celebrar ese reencuentro que tanto ansiamos.

En las circunstancias que estamos padeciendo, ¿es posible y pertinente que esta noche alcemos nuestra copa y brindemos? A muchos les parecerá una indecencia. El síndrome de culpa del sobreviviente es una condición mental en virtud de la cual una persona se siente culpable de sobrevivir a un suceso traumático cuando otros, sobre todo los seres queridos, no lo consiguieron. Pero brindar no supone en modo alguno deponer la tristeza: podemos hacerlo en amorosa rememoración y homenaje a los ausentes y celebración de la fortuna de seguir vivos.

Este artículo fue publicado en Excélsior el 24 de diciembre de 2020. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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