viernes 19 abril 2024

Brechas y pueblitos

por José Antonio Polo Oteyza

Hoy que el gobierno mexicano le mete más revoluciones a su frenesí por inventar logros, y que Rusia desquicia al mundo, viene a cuento una curiosa historia que tiene su origen en la obsesión rusa con Crimea. Antes de robarle la península a Ucrania en el 2014, ya se la habían quitado hace un buen rato, allá por la segunda mitad del XVIII, a los turcos. El general a cargo fue Grigory Potemkin, preferido en varios sentidos de Catalina la Grande. Se dice que cuando la emperatriz fue a visitar sus nuevas adquisiciones, Potemkin habría desplegado algunas fachadas de pueblos para alegrarle la vista durante una travesía por el río Dniéper. Dada la intimidad y complicidad entre Catalina y Potemkin, la historia es quizá falsa, pero la expresión “pueblo Potemkin” se quedó para describir una puesta en escena dedicada a los impresionables.

Hasta ahí bien, aunque el asunto puede tener su profundidad y sus bemoles. Para representar o simular es recomendable una fachada, sea una cara o faz, que de ahí viene la palabra, o un escenario. Si la desfachatez o el descaro —esto es, la falta de cara— son un insulto, ¿hay en el montaje o en el disimulo una caravana implícita al interlocutor o a la audiencia? ¿Será la vergüenza eso que se asoma detrás de la desvergüenza disimulada? Para empezar, y a pesar de lo que digan los hipócritas catequizadores, la hipocresía no tiene nada de particular, ni entre los individuos ni entre las naciones. Ella y su prima, la simulación, frecuentemente vestidas con otros nombres –“prudencia” es uno de los preferidos–, forman parte de lo que entendemos por diplomacia y, con la debida dosis y cuidado –“oficio”, también le dicen–, se suman con toda dignidad al canon de la cortesía. La Rochefoucauld lo diría mejor que nadie: la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.

ZUMPANGO, ESTADO DE MÉXICO, 21MARZO2022.- Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM

Lo que aquí en México sucede es otra cosa. Muy lejos de la hipocresía mundana, y ya no digamos de la sofisticada, el gobierno de MORENA es una tomadura de pelo histórica, en donde la ocurrencia tonta, la ineptitud y la vulgaridad toman dimensiones grotescas. Una refinería, monumento a la estulticia económica; una petrolera y una eléctrica que le queman ceros al presupuesto; sucursales bancarias en medio de la nada mientras el mundo se mueve hacia el dinero electrónico; un tren que destruye uno de los ecosistemas más bonitos del mundo; un aeródromo-escaparate de cursilería militarista que tendrá algunos vuelos a punta de amenazas y por la destrucción de opciones… ninguna de estas farsas, y ninguna de las muchas otras en curso, podría ser trivial. Después de todo, el origen del pueblito de Potemkin fue una gran y muy real conquista; aquí nada, salvo espejismos, mojoneras fantasmales en una brecha suicida, que además es un agravio sin igual a una mayoría depauperada e ignorante a la que se engaña más que nunca mientras se le lastima como nunca antes, tirando sus esperanzas a la caldera donde se traman nuevos derroches y se reciclan viejas mentiras.

México es un país de rendimientos decrecientes, en el que las expectativas modestas son una impertinencia, y donde la epopeya consiste en trozos de obras bizarras, mal concebidas, mal hechas, nunca terminadas, que se festejan con pirámides de cartón. Y por encima de todo y de todos, apoltronado en el universo vacío de los aplausos cínicos, el señor le dice a la patria: “Cumplí”.

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