viernes 19 abril 2024

Borges y las culturas nacionales I

por Germán Martínez Martínez

Uno puede, y acaso tiende, a imponer sus visiones en sus lecturas; lo que es una deficiencia. Uno podría leer que Borges expresaba, desde su primera recopilación de ensayos, una visión universalista. Escribió: “No hablaré de culturas que se pierden. La constancia de vida, la duradera continuidad de la vida, es una certidumbre del arte […] Europa nos ha dado sus clásicos, que asimismo son de nosotros” (Inquisiciones, 1925). Por este comentario, podría lucubrarse que Borges concebía que la cultura de una nación no estaba fijada definitivamente en algún momento de su historia. Borges habría concebido que las culturas están en constante transformación. Además, las culturas no estarían aisladas, sino que adoptan, y adaptan, elementos de culturas externas. Podría ser, pero habría que indagar en el resto de sus ensayos.

En _El escritor argentino y la tradición_, Borges se refiere a los camellos, los árabes y la escritura.

La poesía y la literatura —como cualquier producto humano— están hechas en un espacio y tiempo específicos: “toda poesía es finalmente convencional”, escribió Borges cerca de aquella época (El tamaño de mi esperanza, 1926). Cierta “convencionalidad” sería ineludible para los escritores y tendría, casi inevitablemente, alguna carga de cultura nacional. Al paso de un par de décadas, Borges afirmaría que el hecho de que la literatura fantástica fuera más practicada en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania que en “las literaturas que usan el idioma español”, sería porque éstas eran más “clientes del diccionario y de la retórica” que de la fantasía: un ejemplo de las diferencias que conlleva el bagaje cultural (Otras inquisiciones, 1952). Borges pensaba, en aquel momento, que era posible diferenciarse nítidamente debido a la nacionalidad: “El mundo, para el europeo, es un cosmos, en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino, es un caos” (Otras inquisiciones). Por supuesto, el carácter nacional que más delimitaba era el propio: “El argentino siente que el universo no es otra cosa que una manifestación del azar […] la filosofía no le interesa. La ética tampoco: lo social se reduce, para él, a un conflicto de individuos o de clases o de naciones, en el que todo es lícito, salvo ser escarnecido o vencido” (Otras inquisiciones).

En sus primeros ensayos Borges, en Buenos Aires en esta imagen, era proclive al nacionalismo cultural.

Estas diferencias nacionales tendrían consecuencias estéticas. Según Borges —basándose en Coleridge— la mentalidad de los ingleses sería aristotélica, acarreando como consecuencia una percepción enfocada en lo concreto; por eso afirmaba que en Inglaterra algún poema abstracto no era interpretado correctamente, y añadió Borges: “Que nadie lea una reprobación o un desdén en las anteriores palabras. El inglés rechaza lo genérico porque siente que lo individual es irreductible, inasimilable e impar. Un escrúpulo ético, no una incapacidad especulativa, le impide traficar en abstracciones” (Otras inquisiciones). Habría diferencias, acaso inescapables, entre individuos de diferentes nacionalidades. Lo innegable, para Borges —al paso de los años— era que la experiencia de cualquier nacionalidad dibujaba la percepción estética de los individuos: “el Japón es, entre tantas otras cosas, un país literario, un país donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a las letras” (Biblioteca personal, 1988).

El color local suele ser materia de los nacionalistas. Imagen _Los gauchos_ de José María Pérez Núñez.

Al principio de su carrera literaria —en tres libros primerizos, desautorizados para reimpresión mientras él vivió— Borges apoyaba la propuesta de hacer una literatura argentina. Aseguraba que había temas “que un arte criollo puede pronunciar sin dejo forastero” (Inquisiciones). Asimismo, Borges reflexionaba sobre la relación de los escritores con su lengua y circunstancia nacional: “James Joyce es irlandés. Siempre los irlandeses fueron agitadores famosos de la literatura de Inglaterra. Menos sensibles al decoro verbal […] hicieron hondas incursiones en las letras inglesas, talando toda exuberancia retórica con desengañada impiedad” (Inquisiciones). Esto, queda claro, también podría ser vía para las literaturas latinoamericanas.

_Hamlet_, escrito por un inglés, es príncipe de Dinamarca. Benedict Cumberbatch en el Barbican de Londres.

Aún en esa primera etapa —de tinte nacionalista— la mirada de Borges parecía dirigida más allá de lo local: “El cacharro incásico, las lloronas, escribir velay, no son la patria. Lo inmanente es el espíritu criollo y la anchura de su visión será el universo” (El tamaño de mi esperanza). Su mismo vocabulario puede llevar a pensar que Borges era buscador de lo universal, en un tiempo en que el concepto todavía no era objeto de cuestionamiento generalizado. Simultáneamente, Borges mostraba una flexibilidad ajena al nativismo. Podía escribir que “el compositor francés o español que […] urde correctamente un ‘tango’, descubre, no sin estupor, que […] sin atardeceres y noches de Buenos Aires no puede hacerse un tango y que en el cielo nos espera a los argentinos la idea platónica del tango, su forma universal” (Evaristo Carriego, 1930). Pero, Borges también mostraba una orientación ajena al chovinismo. En las mismas fechas, describió el “criollismo” de una novela escrita por un inglés diciendo que era un: “libro más nuestro que una pena, sólo alejado de nosotros por el idioma inglés, de donde habrá que restituirlo algún día al purísimo criollo en que fue pensado” (El tamaña de mi esperanza). La cultura nacional no como fatalidad sino como vivencia elegida: nacionalismo cívico, no étnico.

Pocos años después las ideas de Borges sobre la relación entre literatura y cultura nacional derivarían en el ensayo “El escritor argentino y la tradición” (1932). Para entonces insistía en que lo nacional no estaba en “abundar en rasgos diferenciales argentinos”, como la arquitectura del país, sino en expresar “el pudor argentino, la reticencia argentina”. Declaraba, con acierto, que la exigencia de tratar temas nacionales no era una constante en la historia literaria, sino una novedad histórica: “Creo que Shakespeare se habría asombrado si hubieran pretendido limitarlo a temas ingleses, y si le hubiesen dicho que, como inglés, no tenía derecho a escribir Hamlet, de tema escandinavo, o Macbeth, de tema escocés”. En ese ensayo, Borges también se deslindó de los nacionalistas, ironizando sobre sus contradicciones: “El culto argentino del color local es un reciente culto europeo que los nacionalistas deberían rechazar por foráneo”. Y relataba que en el Corán no había camellos porque…

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