jueves 28 marzo 2024

Blanca Estela Pavón, la “Chorreada”, y la fragilidad de la vida

por Marco Levario Turcott

Hace 70 años por estos días, México y en general el mundo de la cultura se estremecían con la muerte del muralista José Clemente Orozco. También, por esos días, Blanca Estela Pavón estaba en la cima de la fama como una de las grandes actrices exponentes del llamado “cine de oro” con el filme “La mujer que yo perdí”.

Blanca Estela nació en Minatitlán, Veracruz, entonces tenía 23 años y su estrella refulgía en las marquesinas de los cines, en particular por la película “Cuando lloran los valientes”, nada menos que de Ismael Rodríguez quien la situó al lado de Pedro Infante, la pareja de cine que hizo de “Nosotros los pobres”, realizada también por el señor Rodríguez, una cinta de época.

En aquellos días de septiembre de la muerte del pintor nacido en Zaplotán el Grande, hoy Ciudad Guzmán, la actriz jarocha inició una caravana de presentaciones rumbo a Tapachula, Chiapas para luego dirigirse a Oaxaca, donde cantó en el teatro “Macedonio Alcalá”, eran muy conocidas “Que Dios me perdone” y “Volverás” aunque el cariño de su público se volcó en el “Son huasteco”, “La burrita” y, claro, ante todo, “Amorcito corazón” (también trabajó en el doblaje y así hizo la voz de Ingrid Bergman en “Luz que agoniza”).

“La Chorreada” debía viajar a la ciudad de México para una presentación pero el avión que la trasladaría tenía fallas y se canceló el vuelo. Entonces la actriz convenció a Marco Antonio Campos (Viruta, el inseparable amigo de Capulina) para que le cedieran el asiento y fue así como ella abordó el Douglas DC-3 matrícula XA-DUH de Mexicana de Aviación y emprendió el viaje con otros 21 pasajeros entre quienes estaba el senador Gabriel Ramos Millán y el historiador Salvador Toscano Escobedo. Era lunes 26 de septiembre y había mal tiempo por una tempestad en el Golfo de México.

El Douglas estaba a unos minutos de llegar a la ciudad, a más de 4 mil metros de altura, pero una turbulencia lo sacudió a tal grado de que el piloto se dirige a la torre de control con frases desesperadas y se estrelló en la parte sur del Popocatépetl. La población estaba impactada y decenas de personas, entre ellas Pedro Infante, participaron en el rescate (apenas diez días antes actuó junto con ella en el Coliseo de Monterrey). Miles de fanáticos la despidieron en el panteón jardín, y entre ellos su pareja cinematográfica.

La vida de Blanca Estela Pavón fue tan fugaz como su carrera artística, tan rápida como su ascenso a la fama y tan efímero como un vuelo de avión entre una ciudad cercana y otra. Y fue tan frágil como una muerte ocurrida como si lanzáramos los dados o jugáramos Lotería, la maldita casualidad que despedazó la vida de una mujer de 23 años.

(Ocho años después también moría Pedro Infante en un avionazo)

Así, cómo no evocar estas palabras de José Clemente Orozco:

“Lo que vale es el valor de pensar en voz alta, de decir las cosas tal como se sienten en el momento en que se dicen. Ser lo suficientemente temerario para proclamar lo que uno cree que es la verdad sin importar las consecuencias y caiga quien cayere. Si fuera uno a esperar a tener la verdad absoluta en la mano o sería uno un necio o se volvería uno mudo para siempre. El mundo se detendría en su marcha”.

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