sábado 20 abril 2024

Asfixia por sofocación

por Luis de la Barreda Solórzano

La segunda necropsia oficial practicada al cadáver de Debanhi Escobar concluye que la causa de la muerte de la joven desaparecida la madrugada del 9 de abril y encontrada muerta casi dos semanas después en la cisterna del motel Nueva Castilla, a las afueras de Monterrey, fue asfixia por sofocación debida a obstrucción de los orificios respiratorios.

Es decir, como intuían o sospechaban sus padres, Debanhi fue asesinada. Pero no la madrugada que desapareció tras de que, al salir de una fiesta, un taxista la dejó en la carretera, sino varios días después. La nueva necropsia indica que la muerte ocurrió entre tres y cinco días antes de que el cuerpo fuera encontrado, hallazgo que tuvo lugar 13 días después de la desaparición.

O sea, Debanhi estuvo viva entre siete y diez días desde que había desaparecido, periodo en que las autoridades y sus padres la buscaban y las calles estaban llenas de carteles con su fotografía y su nombre en los que se ofrecía recompensa a quien informara sobre su paradero.

La segunda necropsia oficial desestima la conclusión de la precedente, que atribuía el deceso a un traumatismo craneal profundo. En la conferencia de prensa en que se dio a conocer no hubo siquiera alusión a las contusiones en la cabeza, una especialmente profunda, que mencionaba la primera autopsia como causa de la muerte. Asimismo, el nuevo dictamen descarta la posibilidad de que Debanhi hubiera sido víctima de abuso sexual.

Pero no se ofreció explicación alguna sobre los porqués de las contradicciones entre los dos dictámenes oficiales. Ante conclusiones tan dispares, resultaba imprescindible que se explicaran detalladamente las razones de las disparidades.

En la conferencia de prensa, el fiscal de justicia de Nuevo León presumió que lo que se estaba haciendo público había sido producto de un “enorme trabajo de investigación”, pero el dictamen —coordinado por el gobierno federal y elaborado por el Instituto de Ciencias Forenses de la Ciudad de México y un experto guatemalteco— únicamente señala la causa de la muerte. Nada más.

Nada sobre la mecánica de los hechos —¿cómo se obstruyeron los orificios respiratorios de Debanhi hasta provocarle la asfixia?—, los móviles del asesinato o alguna pista que pueda conducir al probable o los probables responsables. Es significativo que no se haya permitido a los reporteros hacer preguntas.

El misterio está lejos de resolverse y el caso está tan lejos de aclararse como al principio. ¿Dónde estuvo Debanhi antes de caer o ser arrojada en la cisterna? ¿En algún momento salió del motel en el que se encontró su cuerpo o todo el tiempo estuvo allí? El motel fue cateado en cuatro ocasiones. El cadáver flotó en la cisterna entre tres y cinco días. Agentes estatales resguardaban el inmueble.

¿Debanhi estuvo con alguien desde el momento de su desaparición hasta el instante de ser asesinada? Si así fue, ¿permaneció con esa persona o esas personas por propia voluntad o se le retenía forzadamente porque era víctima de privación de la libertad?

¿Cuál fue el motivo de que estuviera desaparecida durante tantos días? Si estaba privada de la libertad y, como señala la nueva necropsia, no se encontraron signos de abuso sexual, el propósito de quien la hubiera tenido en su poder no parece que fuese el de someterla a un abuso de esa índole.

Tampoco estamos ante un secuestro típico en el que los secuestradores exigen un rescate a los familiares de la persona secuestrada. Los padres de Debanhi no recibieron llamada alguna en la que se les exigiera una cantidad de dinero a cambio de la libertad de su hija. ¿Entonces qué pasó con la joven tras su desaparición?

Todo apunta a que, a pesar del impacto mediático del suceso y de la intervención de las autoridades federales luego de la promesa del Presidente de que el caso se aclararía, el asesinato de Debanhi permanecerá impune, como impune queda la inmensa mayoría de homicidios dolosos y feminicidios en México.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 21 de julio de 2022. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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