viernes 29 marzo 2024

Antes del ‘evento’

por Juan Villoro

En 2017, Douglas Rushkoff fue invitado a dar una conferencia sobre “El futuro de la tecnología”, tema lógico, pues comenzó escribiendo ciencia ficción, fue el primer columnista de asuntos digitales en el New York Times y es autor de Media Virus y Throwing Rocks at the Google Bus. Lo peculiar era el pago que le ofrecían, la mitad de su salario anual en la Universidad de CUNY (unos 60 mil dólares, podemos suponer).

Rushkoff no habló ante un auditorio sino en una sala donde cinco CEOs de corporaciones de Estados Unidos esperaban que respondiera preguntas sobre el fin del mundo. Los cinco estaban seguros de que eso ocurriría. El desastre ambiental, los fanatismos políticos, la brecha entre ricos y pobres y las tumultuosas migraciones contribuían a su pesimismo, pero la alarma decisiva venía de la tecnología que ellos fabrican. Pedían consejos para sobrevivir a un mundo posthumano donde la inteligencia artificial superará en destreza y neurosis al cerebro, los billetes y las criptomonedas no podrán comprar nada y los privilegiados vivirán en búnkers hasta que se construyan fraccionamientos que orbiten la Tierra.

A principios de los noventa, Internet surgió como un medio de comunicación gratuito y democratizador. Rushkoff abrazó la alternativa con entusiasmo y en 1993 escribió un libro que fue rechazado con el argumento de que Internet no duraría un año. Sabemos lo ocurrido: el capitalismo postindustrial transformó un invento no lucrativo en el principal negocio del siglo XXI.

Antes de que eso sucediera, Neil Postman había creado el concepto de “tecnopolio” para referirse a la dominación que proviene de la tecnología incontrolada. En 2017, su discípulo Rushkoff enfrentó a cinco CEOs preocupados por las consecuencias reales de las plataformas virtuales. Uno de ellos preguntó: “¿Cómo podré mantener la autoridad sobre mis guardaespaldas después del evento?”. El “evento” ocurriría y sólo había una solución: la huida.

Raúl Romero menciona esto en el texto que acaba de publicar en Revista de la Universidad. En forma significativa, compara dos extremos: la voluntad de escape de los poderosos y las propuestas de los pueblos originarios.

El tecnopolio digital es el aspecto más vertiginoso de un sistema económico que se ha desentendido del bien común. Víctimas del despojo, los más pobres de México luchan por volver a sus tierras comunales. Esta reivindicación no es un atavismo, una “vuelta al pasado”; entronca con los desafíos del futuro. El campo mexicano se ha convertido, por un lado, en la “zona vacía” de las pistas clandestinas de aterrizaje, las fosas comunes, los escondites del crimen organizado, y por otro, en bastión del extractivismo que destruye la biósfera.

La inmoderada expansión del capitalismo y la recuperación y revitalización de la tierra son polos de una misma dinámica. Paul Crutzen, Premio Nobel de Química, ha propuesto que nuestra era geológica sea definida como “Antropoceno” para resaltar el impacto del ser humano. La biósfera está en emergencia. Mientras ciertos privilegiados planean refugios para un desastre “futuro”, los menos favorecidos padecen la amenaza a flor de piel. Así lo entienden el Congreso Nacional Indígena y los zapatistas, que el 21 y 22 de diciembre celebraron el Foro en Defensa del Territorio y de la Madre Tierra. Al respecto, escribe Raúl Romero: “Para los pueblos originarios se trata de algo más que un diagnóstico o de tomar conciencia sobre esta emergencia global. Para ellos se trata de una cuestión de vida o muerte, pues son ellos y sus territorios los que viven las principales consecuencias negativas ante el despliegue de los proyectos y megaproyectos del sistema capitalista”.

Si unos buscan escapar a la situación que han creado (el planeta como fosa común de teléfonos celulares), los pueblos del origen proponen volver a las tierras que cuidaron durante milenios. No lo hacen por interés regionalista o voluntad separatista; responden a un desafío para la vida en común. La voz de Greta Thunberg tiene eco en Chiapas. No es un asunto “de ellos”, sino de todos. La soberanía depende de poblar el territorio de manera responsable; la salud pública, de no consumir productos con fertilizantes ni pesticidas; la naturaleza, de limitar las emisiones de carbono y el extractivismo.

El planeta enfrenta una disyuntiva radical: la huida o el regreso.

 

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