miércoles 24 abril 2024

Anacleto Morones

por Jesús Ortega Martínez

En el propósito de recordar al gran escritor jalisciense, la fundación Juan Rulfo editó, en un texto conmemorativo, sus obras conocidas y publicadas. Hago, desde luego, referencia a Pedro PáramoEl llano en llamas y El gallo de oro. Las tres obras de carácter excepcional, de las más admiradas y reconocidas por otros grandes autores de todo el mundo, como obras que transformaron la literatura universal, y que no sólo trascienden —como ya lo vemos— los siglos, sino, más aún, convierten a los personajes de sus novelas y cuentos —como es el caso de Rulfo— en perennes actores de la vida de nuestro país.

Hay críticos literarios que han señalado al realismo mágico como surgido desde la creatividad y el genio de varios autores, como Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Elena Garro, Günter Grass, Carlos Fuentes y Alejo Carpentier, y en parte tendrán razón sobre la destacada participación de éstos y otros más escritores y escritoras en la conformación de este movimiento. Pero releyendo El llano en llamas, uno, como simple lector, como muchos millones más en todo el mundo, puede llegar a la conclusión —eso es lo que a mí me sucede— que Juan Rulfo llevó este género literario a la excelsitud.

Algunos de los cuentos de El llano en llamas tienen actualidad en varios sentidos: uno de ellos podría ser el de que algunos de sus personajes fueron, desde el empleo magistral del lenguaje rulfiano, tan mágicamente retratados en sus usos y costumbres; en sus virtudes y en sus miserias; en sus extravagancias y vilezas, que hoy, en el nuevo siglo, podemos verlos repetidos de manera frecuente.

Véase si no a Anacleto Morones en voz de Lucas Lucatero:

-Un día encontramos a unos peregrinos. Anacleto estaba arrodillado encima de un hormiguero, enseñándome cómo mordiéndose la lengua no pican las hormigas. Entonces pasaron los peregrinos. Lo vieron. Se pararon a ver la curiosidad aquella. Preguntaron: ¿cómo puedes estar encima del hormiguero sin que te piquen las hormigas?

-Entonces él puso las manos en cruz y comenzó a decir que acababa de llegar de Roma, de donde traía un mensaje y era portador de una astilla de la Santa Cruz en donde Cristo fue crucificado.

-Ellos lo levantaron de allí en sus brazos. Lo llevaron en andas hasta Amula. Y allí fue el acabose; la gente se postraba frente a él y le pedía milagros.

-Ése fue el comienzo, y yo nomás me vivía con la boca abierta, mirándolo engatusar al montón de peregrinos que iban a verlo.

-[…]

-Eres un maldito ateo, Lucas Lucatero. Uno de los peores.

Ahora estaba hablando la Huérfana, la del eterno llorido […] Tenía lágrimas en los ojos y le temblaban las manos.

-Yo soy huérfana y él me alivió de mi orfandad; volví a encontrar a mi padre y a mi madre en él.

Y pues, sí, Anacleto Morones continúa tan presente en la segunda década del siglo XXI como en los años 30 del siglo pasado. Puede uno mirarlo —reproducido en un candidato presidencial— “engatusando al montón de gentes” con promesas de sanación de todos los males que padecen; celebrando liturgias desde donde ofrece —de alcanzar el gobierno— salvar a todas las personas de todos los trastornos habidos y por haber. El nuevo Anacleto Morones, para engañar a los ciudadanos, también alza los brazos en cruz invocando a Jehová y ofreciendo —con el solo hecho de ser Presidente— terminar con la inmoralidad de Sodoma y la corrupción de Gomorra. Ése es su lenguaje, el de Anacleto Morones; el de la moral hipócrita que tan impecablemente retrató en El llano en llamas JuanRulfo.

¡Tú ya sabes quién es el nuevo Anacleto Morones!

¡Tú ya sabes quién es el que se dice el enviado!

¡Tú ya sabes quién es el que se dice salvador de la patria!

Y no es necesario decir su nombre, pues ¡Tú ya sabes quién es!


Este artículo fue publicado en El Excélsior el 26 de diciembre de 2017, agradecemos a Jesús Ortega Martínez su autorización para publicarlo en nuestra página

También te puede interesar