viernes 29 marzo 2024

La amenaza de eso que llaman regulación

por Leo García

Las redes sociales son la plaza pública, el espacio abierto y común donde se comentan los temas de relevancia e interés; el sitio al que cada vez más gente recurre como primer lugar para consumir información e intercambiar opiniones para entender la situación actual y su entorno próximo.

Estrictamente hablando, las empresas dueñas de las redes sociales lo único que hacen es proveer de la tecnología con la que la gente, los usuarios, pueden concurrir e interactuar con otras personas con quienes comparten intereses, gustos y aficiones, pero también opiniones, inquietudes y, cada vez más, inconformidades, miedos, exigencias y reclamos.

En internet las redes sociales son la plaza pública. El espacio abierto en donde todos tienen un lugar, se hacen una voz, se suman a otros que las comparten y opinan similar o debaten con quienes no. Siempre tras aceptar, de mutuo acuerdo, los términos de su uso.

Las redes sociales son la plaza pública donde la horizontalidad de la comunicación permite tener exactamente en el mismo nivel de proximidad a cualquier vecino, amigo de barrio o compañero de trabajo, que a un político, hasta el más connotado, como son los presidentes y líderes mundiales.

Parte del problema es justamente ese: para un líder populista la demagogia es esencial. Ese tipo de personaje busca construir una forma de liderazgo basado en el discurso, que incide en la parte emotiva de su público objetivo, sin mayor sustento que las palabras, así tenga que mentir, invocar miedos, prejuicios, inquietudes y anhelos, y prometer lo que jamás le podrá cumplir. Es un tipo de liderazgo que sólo se basa en el discurso popular. Para alguien así, las redes sociales son, han sido y seguirán siendo parte elemental de su estrategia.

Los demagogos populistas necesitan hablar, hablar y hablar, inundar el espacio público (que incluye el virtual) con sus palabras, que es básicamente lo único que les da razón de ser y existir. Pero para estos líderes, hechos de aire caliente y bytes, las redes sociales pueden ser un problema serio.

La tecnología, internet y, en especial las redes sociales, tienen la capacidad de transformar el entorno real más allá de la pantalla. Así es como actualmente hay (no sólo en México) regímenes que se hicieron a partir de explotar la capacidad de incidir en la percepción de su segmento objetivo de potenciales votantes, y los condujeron a tomar acción al ejercer efectivamente el voto que les favoreciera, en una forma que algunos autores llaman “‘hackeo’ a la democracia”.

Pero hoy es el mismo medio que los desnuda en todas sus carencias y sus falencias, en toda su justa dimensión, tal como antes fue con aquellos a quienes el voto no les favoreció. Ese es su gran temor, su principal amenaza emergida del mismo medio que antes supieron explotar.

En las redes sociales la piedra angular es el grupo formado por los usuarios y los motivos afines que los convocan. La gente, los usuarios que no necesariamente se conocen personalmente pero que tienen el espacio donde coincidir y formar grupo, se vuelven un problema para un régimen cuando los vínculos y relaciones que se generan entre esos grupos se sustentan en el malestar y la inconformidad con el gobierno.

Los vínculos no son distintos en forma y fondo a los que se dan fuera de la pantalla, sólo ha cambiado la velocidad y alcance de cómo se generan. El potencial de convocatoria vía internet en redes sociales no tiene límites geográficos ni económicos, ni tampoco de edad o género.

No es diferente de lo que pasaba en los espacios donde por excelencia se construyen las relaciones humanas, pero a la vez ahí es donde está precisamente una de las debilidades del modelo.

Antes del alcance de la capacidad de hiperconexión actual sólo se tenían los lugares de reunión o de concurrencia, como las escuelas, lugares de trabajo y esparcimiento, templos de culto, etcétera, y se dependía principalmente de modelos centralizados de comunicación que, a la vez, tenían la facultad de ejercer como filtros y censores de los mensajes que permitían circular. Cualquiera de los medios masivos tradicionales, ya fueran la radio, la televisión, la prensa escrita e incluso el teléfono, eran más próximos a los aparatos de gobierno y poder que de la persona de a pie, el ciudadano común y corriente.

Entender esta diferencia también permite asomarse a la razón por la que los gobiernos, no sólo en México, tienen prisa de dominar la conversación en línea o en su caso inhibirla. Le llaman regulación.

Las redes funcionan como tal, como un modelo descentralizado con múltiples vías y rutas por donde la comunicación fluye y genera ecos y amplificación, por lo que es el instrumento ideal para las convocatorias de movilización social y de acciones colectivas.

La comunicación que se da en las redes sociales es sumamente efectiva. Se cree, equivocadamente, que los mensajes emitidos y difundidos por estas plataformas sólo llegan a quienes interactúan de primera mano en el ecosistema digital, pero no es así. No se limita a eso.

Los mensajes que fluyen por medios digitales se producen en un modelo donde se alternan incesantemente el rol de receptor y emisor, lo que llega también fuera de la pantalla al replicarse, por iniciativa propia, de boca en boca. Esto a la vez permite integrar a la conversación en línea la retroalimentación enriquecida generada fuera de la pantalla.

Así como un régimen en funciones pudo haberse favorecido de esos vínculos generados por la inconformidad, el hartazgo, el miedo e incentivado las exigencias, las protestas, los reclamos y, claro, también las groserías y los ataques, hoy ese régimen puede ver, con razón, el riesgo que esas mismas dinámicas que le favorecieron sean las que se ejerzan hoy en su contra.

Hoy un régimen hecho tras catalizar el malestar de la sociedad al convocarla a tomar acción en una comunicación uno a uno, horizontal, rápida, vertiginosa y estruendosa, observa en ese mismo medio la vía por donde la sociedad ya no le favorezca.

Entonces el régimen lo disfraza de eufemismos: llama “discurso de odio” a las groserías y los ataques, aunque antes los haya explotado e incentivado. Le llama fake news, bulos, a los infundios, las intrigas, los trascendidos, aunque hoy tengan una amplia máquina de seudoperiodistas y seudomedios que sirven de barrera informativa a modo.

Sirva entonces lo anterior para poner luz en un tema que recorre el mundo: la urgencia de los gobiernos de regular, es cierto, el considerable poder de influencia que tienen las plataformas globales concentrado en muy pocas manos. Pero también con la ventana de oportunidad que les da el pretexto, la “justificación” de la necesidad de regular como la posibilidad de controlar el flujo de información y su capacidad de convocatoria social. De ahí, entonces, también se debe entender la importancia de cuidar este poderoso medio que hoy, aún hoy, tenemos al alcance, y que tiene el potencial de acciones transformadoras reales.

Hagamos red, sigamos conectados.

También te puede interesar