miércoles 24 abril 2024

La Alianza es contra el autoritarismo

por Audelino Macario

Tres partidos políticos han decidido aliarse rumbo a las elecciones del 2021 con el fin de arrebatarle la mayoría legislativa al partido en el gobierno, pero tendrán que transitar un largo y complicado camino para superar las descalificaciones y ataques que se lanzan en su contra desde Palacio Nacional, la inacción del INE frente al intervencionismo presidencial y sus propios errores.

En la circunstancia actual, no se ve nada fácil la llegada a la meta. La primera aduana que pasaron con éxito el PAN, el PRD y el PRI fue el propio acuerdo. Dejar a un lado los desencuentros del pasado y las diferencias ideológicas es un logro en sí mismo, aunque sigue sorprendiendo a algunos por lo que parece un exceso de pragmatismo; como si las elecciones no se trataran de eso, de la competencia por el poder.

En todo caso, lo que estaría faltando a quienes han decidido aliarse, es la aceptación sin dobleces de que el objetivo planteado, si bien pragmático, es igual de legítimo que el derecho que tiene el presidente y su partido de retener la mayoría, siempre y cuando lo hagan desde las vías democráticas y legales, que es como la oposición unida está planteando hacerlos a un lado.

Es en este punto donde la coalición no ha sabido sacar ventaja del acuerdo que alcanzaron. En vez de argumentar lo evidente, que se trata de evitar un mal mayor y conseguir un equilibrio de poderes frente a la concentración de poder, el autoritarismo y el populismo de la llamada 4T, callan como si les diera vergüenza ser señalados sistemáticamente como “conservadores” por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El ejecutivo por su parte, conoce su inmensa capacidad para crear percepciones y no duda en usarla. No es algo que haya adquirido en los dos años que lleva en el cargo, si bien ahora lo ha consolidado, sino que resulta de dos situaciones que los partidos de oposición pierden de vista con frecuencia:

Por un lado, que el tabasqueño ha construido un discurso accesible y de fácil comprensión, que culpa al neoliberalismo y a la corrupción de todos los males del pasado y del presente, y por el otro, que tiene 32 años haciéndolo, porque es el único político mexicano que de 1988 a la fecha, ha tenido los reflectores de la opinión pública apuntando hacia él de forma ininterrumpida.

CAMINO AL REFERÉNDUM

De modo que el presidente lleva mano en el debate mediático y ha comenzado a mover sus piezas para tratar de sacar de la pista a sus adversarios, a los que desde ahora parece tener acorralados. Primero diciendo que si se unen es porque quieren la vuelta de los privilegios que él ha desmontado en perjuicio de la élite política, periodística y empresarial, y segundo, planteando en una evocación al más viejo PRI, que el regreso al poder de aquellos pondría en riesgo, no su presidencia, sino la ayuda que su gobierno otorga a los que menos tienen.

Conforme a su estrategia y conveniencia, López Obrador ha orientado la contienda hacia el referéndum. Y no duda en presentarle a sus electores y a los beneficiarios de sus programas sociales, que constituyen un porcentaje suficiente para ganar con comodidad la elección, que la disyuntiva es votar por Morena o aceptar que regresen la corrupción, el influyentismo y la impunidad, como si éstas no existieran en su gobierno.

En caso extremo, el presidente es capaz de plantear, incluso, que con una mayoría legislativa, “los conservadores” podrían llegar a derrocarlo. No es algo improbable que se victimice a ese grado, sobre todo si ha repetido, para que la gente lo crea aunque sea una falsedad, que es el presidente más atacado de la historia y ha dicho también que a Madero lo asesinaron porque no tenía las redes sociales ni una conferencia mañanera, como tiene él, para defenderse.

Sin embargo, el error de la oposición frente a los planes y al activismo electoral del mandatario no es sólo asumir con silencio cuando se les acusa de que quieren reinstalar privilegios de las élites y desaparecer los programas sociales.

El peor error es no admitir a estas alturas que están jugando en la cancha que montó el presidente y que lo único que tienen para salir victoriosos es defender al árbitro electoral, para que marque las faltas y regule la contienda, plantar cara frente al populismo autoritario (es decir, aceptar que la batalla es contra el autoritarismo) y cometer la menor cantidad de errores posibles ante el electorado.

SÍ, PERO CONTRA EL AUTORITARISMO

Tocará al PAN, al PRI y al PRD, si la cercanía con la organización “Sí por México” no es algo inconfesable, deslindarse de los señalamientos presidenciales y dejar en claro que la oposición no está negada a aprender de los errores del pasado.

La tarea es inaplazable y cuanto antes, mejor. Un acuerdo de unidad partidista como el que se está integrando, no debe ser para volver a beneficiar a grupos que perdieron influencia y poder, ni para reinstalar el viejo modelo que era insostenible porque despreciaba a las mayorías en aras de la inversión privada o el crecimiento sin desarrollo, sino para restaurar lo único puede permitir la construcción de uno nuevo y mejor: el respeto a la ley, la institucionalidad democrática y la separación de poderes, que están en riesgo con López Obrador.

Desde luego, las elecciones se definen en campaña y la situación no significa que la alianza vaya a ser un fracaso. Pero lo será en buena medida, si el presidente logra consolidar la idea entre el electorado, de que los tres partidos que se unen en realidad representan a sus odiados rivales, “los empresarios que ya no pueden hacer negocios con el dinero público”, los políticos “que ya no pueden pedir moches” y en términos generales, a los neoliberales, que a fuerza del discurso desde Palacio Nacional, para buena parte del imaginario público representan una especie de encarnación del mal que en el pasado abusó, y amenaza de nuevo con dañar a la patria.

¿Qué hacer? Tendrían que empezar por evitar que la alianza lleve por nombre “Si por México” como algunos pretenden y como de hecho se propone en algunos estados que renovarán gubernaturas. Parece algo menor pero no lo es. A vista de muchos, los partidos se volvieron rehenes de un grupo que ha logrado asumirse como la única representación de la llamada “sociedad civil”, cuando en realidad representan a intereses económicos confrontados con las políticas del gobierno federal.

“Alianza Sí por México” no sólo se presta a la descalificación inmediata y, otra vez, remite al discurso presidencial contra la oposición (Sí por la corrupción; Sí por los moches, Sí por la impunidad), sino que además, no le dice nada al electorado, porque no dimensiona el daño que podría ocasionar al país otros tres años de mayoría morenista, que es la causa política y pragmática que moviliza voluntades partidistas en este acuerdo electoral.

La alianza debería tener un nombre que sea un mensaje directo a los electores, que se puede ejemplificar fácilmente a nivel nacional, en los distritos y regiones, como el compromiso de todos los partidos que la integran en contra de un gobierno que desde el populismo autoritario y la concentración del poder en torno a una sola persona, está generando mayor pobreza, falta de inversión, desempleo e inseguridad. La alianza es pues, contra el autoritarismo.

Es ciertamente, una cuestión de pragmatismo. O los demócratas de México se ponen de acuerdo para restaurar la división y el equilibrio de poderes, o dejamos que se expanda un proyecto de gobierno que tiene raíces profundas en lo peor de nuestro pasado, donde lo único que importa es la imagen y la voluntad del presidente de la república. Aliarse ante la realidad del país no es motivo de vergüenza, ni es inmoral el pragmatismo que anima a los partidos. Si se enfoca bien el mensaje, puede ser capaz de generar un sentido de orgullo y de pertenencia a una causa. Dos sentimientos que movilizan votos en las elecciones.

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