jueves 18 abril 2024

A 30 años del CEU o No es lo mismo los tres mosqueteros⿦

por Alberto Monroy

Hace 30 años surgió en la Ciudad de México el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario (CEU ahora que me han pedido un artículo para reflexionar sobre este redondo aniversario, pensé en describir sus características y las peculiaridades que contribuyeron a construir un movimiento novedoso, propositivo y, en última instancia, exitoso (un asunto no menor dada la trágica historia de sus predecesores).


¿Pero realmente vale la pena describir en detalle esos hechos? ¿En verdad tendría algún interés para el público actual escudriñar los motivos y las pulsiones que dieron vida a ese movimiento?


Dada la descomposición política actual (partidos en bancarrota moral, políticos profesionales envilecidos), el vaciamiento ético de la actividad pública (¡ay, ese cinismo acomodaticio rampante!), la estulticia de los medios, el creciente desgaste de los personajes de aquel movimiento que aún realizan actividades políticas públicas (el escándalo financiero de Imaz, los desfiguros de Batres, etcétera pese a todo ello, ¿tiene sentido escudriñar la historia del CEU?


El irreconocible pasado


Este país ha cambiado tanto que casi es imposible reconocerlo (algunos de esos cambios, claro, fueron derivados o auspiciados por el propio movimiento el CEU surgió en un México muy viejo: el del partido mayoritario y dominante, con una oposición reducida e impotente; el de las elecciones de oropel, casi sin competencia; el de los medios masivos de comunicación adocenados y subordinados al poder público; el del Presidente de la República todopoderoso, más que nada debido a que los otros poderes abdicaban de sus facultades.


Pero cuando el CEU nació, un gradual deshielo priísta comenzaba a fraguarse por doquier: en la capital, los temblores de 1985 y la movilización espontánea para el rescate de víctimas (que fue el detonante social de lo que vino después: CEU 86, FDN 88, 1ª elección DF en 97 en el norte la cuestionadísima elección en Chihuahua en 1986; en el corazón mismo del partido en el poder, el surgimiento de la Corriente Democratizadora… Cada aspecto, prometedor e interesante en sí mismo, pero en conjunto reveladores de un cambio cuántico inminente.


Pero no todo era miel sobre hojuelas: hay que decir que el CEU surge como un movimiento defensivo, que trataba de preservar ventajas gremiales estudiantiles, sobresalieron las cuotas prácticamente gratuitas de la UNAM y el pase llamado ‘automático’ del bachillerato a la licenciatura, ante una iniciativa criticable y parcial sí, pero sin duda reformadora y de largo aliento del entonces rector Jorge Carpizo.


‘Volveremos y serenos miles’


Yo era entonces Consejero Universitario Alumno de la Facultad de Economía. Y ahí, en el Consejo Universitario, nos conocimos los promotores originales del futuro movimiento del CEU: Toño Santos (Filosofía) Imanol Ordorika (Ciencias) y yo éramos apodados socarronamente, por los Directores de escuelas que padecían nuestro activismo, como ‘Hugo, Paco y Luis’. Y es que en efecto no teníamos mucho chance: éramos una ‘minoría ruidosa’ de un puñado de consejeros, contra una mayoría automática y fiel al rector de 70 u 80 sufragios…


Así que nuestra única carta era la argumentación y el planteamiento de iniciativas que, dados sus propios méritos, fuera de plano muy quemado o políticamente inconveniente rechazar. Discusiones como los exámenes departamentales o los bombardeos de Estados Unidos a Libia fueron ejemplos del uso exitoso de dicha fórmula… Claro que cuando realmente importaba, como la reforma Carpizo, nos plancharon sabroso con una paliza de época (y de poca) mediante la “obvia resolución”.


Fue ahí cuando Imanol lanzó el grito de guerra que titula esta sección (citando a Espartaco: ¡arrooooz!). Confieso que fue más que nada una descarga emocional tras un pesado debate de 17 horas en el que nos tundieron bien y bonito… Nadie de ellos o nosotros creíamos realmente que un poderoso movimiento estudiantil surgiría en dos meses para desafiar el Plan Carpizo. Pero así fue. ¡Cosas veredes!


El Ágora realmente existente


Mientras el Plan Carpizo avanzaba sin problemas, la prensa atendía de un modo regular, pero sin estridencias los progresos que el Rector tenía en sus visitas y ceremonias, en sus presentaciones mediáticas, etcétera. Esa pequeña oposición estudiantil apenas tenía espacios para expresarse en las escuelas. Con la excepción de La Jornada, unomasuno, Proceso y, en alguna ligera medida, “Sábados” de Jorge Saldaña, los estudiantes que criticábamos a Carpizo prácticamente no existíamos.


¿Y la discusión pública? Bueno, destacaban algunas plumas que yo reconocía y seguía, como Carlos “El Tuti” Pereyra (colega, además, Consejero Profesor por Filosofía en ese entonces) y José Woldenberg, que si bien criticaban algunos aspectos de la Reforma Carpizo en general valoraban su importancia en algunos de los grandes temas y, sobre todo, el hecho mismo de que acabara con una insalubre parálisis universitaria que ya iba para más de una década, durante la severa hibernación soberonista.


Claro que teníamos algunas entusiastas plumas de nuestro lado, pero además de ser de una indudable densidad menor, se engarzaban en ese rollito mareador de la ‘privatización de la educación pública ordenada por el FMI’ que servía espléndidamente para agitar a las masas pero que no satisfacía el más mínimo criterio de argumentación. Mucho menos para el ferviente pero escéptico activista que era yo en ese entonces.


Confesiones de un asqueroso reformista


La grilla siempre tuvo un rol importante en mi vida; soy de esos anormales que viven y leen la política; de izquierda por herencia y temperamento, pero suelo sospechar de las unanimidades: cuando empezaba en la Facultad, un maestro y los demás alumnos en una clase festinaron cierta lectura de Lenin en la que hacía pedazos al “revisionista” Kauski.

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