viernes 29 marzo 2024

La salud de López Obrador: un juego de humo y espejos

por Óscar Constantino Gutierrez

Sacar al presidente a cuadro, dos veces en menos de una semana, cuando no han pasado los 14 días ordinarios de evolución de la COVID-19, evidencia la desesperación y nerviosismo de un gobierno encabezado por un caudillo.

Como si fueran los soviéticos declarando que Lenin está fuerte y sano, el gobierno morenista pretende hacer creer que un hombre de 67 años, hipertenso, con sobrepeso y problemas cardiacos, se recuperó como un jovencito de 20 del contagio del nuevo coronavirus… en menos de dos septenarios.

Aunque sea evidente, es necesario recalcarlo: en el país de un solo hombre, su caída es peor que la falta del rey en una monarquía: la supervivencia de la Corona británica estuvo en riesgo por la abdicación de Eduardo VIII, pero esta crisis palidece frente a la suscitada por la muerte de Stalin o de otros dictadores del siglo XX. Usualmente, las demagogias no sobreviven a la desaparición de sus caudillos fundadores.

Por ello, el régimen actual estaba urgido de enviar señales sobre la fortaleza del Ejecutivo que durante dos años ha buscado cancelar contrapesos y acumular poder.

@lopezobrador_

Así como se le deseo al presidente que se recupere, también se le pide, atentamente, que no finja una fortaleza que todavía no recupera. No hay necesidad de que actúe como su admirado Mussolini y se jacte de los cansancios que el tocayo de Juárez tanto presumía.

Debemos vernos en el espejo de Estados Unidos y contar con mejores mecanismos de atención a situaciones como las que actualmente padece López Obrador. La Enmienda 25 es un buen ejemplo de las reformas que necesita la Constitución para no generar vacíos de poder ni incertidumbres políticas que afecten a la sociedad y economía.

Si consideramos que, hasta la Constitución de 1857 tenía un mejor mecanismo de sustitución presidencial, queda claro que la reforma para las ausencias presidenciales es urgente. La 4T está sufriendo las consecuencias de su inopia e imprudencia: tanto fue su afán de subvertir la división de poderes, que ahora padecen una crisis de liderazgo autoinfligida.

De nada sirve el juego de humo y espejos, si el presidente ya está recuperado, fue un ejercicio ocioso; si no lo está, fue una iniciativa inútil, dado que la situación resultaría inocultable. En todo este sainete, más absurda resulta la opacidad sobre el estado de salud del Jefe del Ejecutivo, alegada por el subsecretario López-Gatell. La Corte ya ha definido que la privacidad es menor en el caso de figuras públicas, como es el primer mandatario. Gatell ser haría un favor si dejara de opinar de temas que claramente no domina (y no tendría que dominar), como es el jurídico. Por el contrario, 160 mil muertos exigen que se concentre en remediar esta catástrofe nacional, en lugar de invocar una ética informativa a la que falta diariamente.

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