miércoles 24 abril 2024

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por etcétera

En las dos décadas en las que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha sido un personaje central de la política nacional, hemos atestiguado cómo su círculo más íntimo ha sido descubierto con portafolios, ligas, bolsas y sobres llenos de dinero en efectivo.

 En 2004 quien fuera su secretario particular, René Bejarano, fue exhibido en un video recibiendo fajos de billetes de un empresario. Días antes, Gustavo Ponce, secretario de Finanzas del Distrito Federal —que gobernaba AMLO en ese momento—, también apareció en un video apostando dinero de procedencia dudosa en un casino de Las Vegas. Lo mismo sucedió con Carlos Imaz, entonces delegado de Tlalpan, y Ramón Sosamontes, expresidente del Partido de la Revolución Democrática, al cual pertenecía AMLO.
En las cintas se ve cómo reciben y piden dinero clandestinamente: arreglos bajo la mesa que no se reportan a ninguna autoridad financiera o electoral.

Ante tanta evidencia, AMLO no ha tenido empacho en seguirse promocionando como un adalid anticorrupción: “Hay aves que pasan el pantano y no se manchan; mi plumaje es de esos”, dijo la semana pasada. Su plumaje está manchado. Y cada vez más.

Es muy fácil castigar a los enemigos corruptos. Lo difícil, lo que muestra a un estadista, es castigar a los amigos corruptos. En estos días, AMLO demostró que escogió la ruta fácil. Desperdició la oportunidad de legitimar su lucha anticorrupción y optó por dejarla al nivel de una revancha político-electoral.

 Más información: https://wapo.st/3jb2t7S

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