jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: Vamos a la playa, por Salvador Camarena

por etcétera

Con la pandemia ocurre lo que con el tráfico vehicular: uno se queja, pero uno es el tráfico.

Hace un mes estuve en la Riviera Nayarit. Uno de mis hermanos transportó vía terrestre hacia ese destino a mis padres, quienes se hospedaron en una habitación de la que prácticamente no salieron en cuatro noches. Yo les gestioné los alimentos, así que el contacto con extraños fue prácticamente nulo. Llevaban meses sin dejar su departamento en Guadalajara y –pensé yo– les urgía un poco de aire fresco. Claro que eso implicaba riesgo de contagiarse. Decidimos jugarlo.

El viaje fue de lunes a viernes. El hotel estaba semivacío los dos primeros días, pero el miércoles se comenzó a llenar. Para el jueves en la noche el hotel era un hervidero. Hasta yo que ya pasé por un contagio de Covid me sentía incómodo –es decir, amenazado– con tanta gente. Igual y otras personas se sintieron incómodas, y amenazadas, porque yo estaba ahí. A veces somos lo que criticamos, insisto.

Para animar la ‘noche mexicana’ de ese día jueves, en el hotel contrataron a un mariachi. Pasó lo obvio: después de un par de canciones para medio animarnos, el grupo musical puso a la gente a bailar, a hacer una rueda y, sí, a ‘echar un gritito’. Todos se veían felices.

No juzgo a quienes bailaron. Sólo narro lo que vi. Tampoco hago juicios sobre la gran cantidad de gente que en Nuevo Vallarta y en Vallarta no usaba cubrebocas. Consigno que a mi juicio eran muchos, o simplemente demasiados. Algunos dirán que era por el calor, otros dirán que en el mar no hace falta. El caso es que pocos, nacionales o extranjeros, ricos o pobres, portaban mascarilla.

Luego vino el puente por Juárez y ahora la vacación de Semana Santa. Fechas que nos han traído fotografías de playas atestadas. Y de memes donde ‘la gente’ dice que a su familiar se la mató el IMSS… pero ‘el IMSS’ que se ve en la imagen es o un pasillo atiborrado del aeropuerto o el mar donde no cabe un flotis más.

En contrapartida, los restaurantes de la colonia Roma o la Condesa, en la Ciudad de México, no tienen una mesa desocupada en estos días. Me da gusto por meseras y meseros, y otros empleados de la restauración, que tanto han sufrido esta pandemia. Y, obvio, si los veo es porque ando en la calle y en más de una ocasión he consumido en esos mismos establecimientos.

La vacunación va muy lenta en México y, como a otras naciones, una tercera ola nos acecha.

No voy a juzgar si Gatell salió (otra vez) a comer o no. Creo que debimos verlo más en hospitales, pero, sinceramente, ¿a estas alturas de la pandemia qué diferencia podría representar que tan básico funcionario se quedara en casa? Su actuar pudo ser distinto, pero ese juicio llegará en su momento.

Luego de 13 meses de lidiar con el Covid-19 cada familia mexicana cree que tiene su propia estrategia. Una estrategia que considera que el gobierno no le va a ayudar gran cosa. Y en eso tienen razón. No sé si en lo demás –en jugarse el riesgo de sacar a los padres a la playa, por ejemplo– tengamos razón, pero en no contar con el gobierno sí. Y que quede claro: cuando digo gobierno excluyo al personal de salud. Ese que lleva un año sin reventar en la Roma o en la playa. Y que a pesar del gobierno y de nosotros mismos, tratará de salvarnos en la tercera ola.

Ver más en El Financiero

También te puede interesar