jueves 28 marzo 2024

Recomendamos: Tiempo de héroes, por Fernando Escalante Gonzalbo

por etcétera

Para evitarnos un disgusto, más vale reconocer que la batalla por el derecho a la información estaba perdida desde antes de empezar (y eso, si llega a ser una batalla), porque a ningún político le gusta —no les gusta tampoco a los particulares, cuando se trata de su información. Sin duda, habrá críticas, algunas muy ásperas, quejas, denuncias, desplegados para lamentar la desaparición del INAI, todo con muy buenas razones, pero no servirá de nada, nada de eso tendrá eco fuera de las páginas de algunos periódicos, durante unos días. El Movimiento de Regeneración Nacional no va a responder. Mejor dicho, ha respondido ya, y la respuesta es una mentir llana, flagrante, sin dobleces, una mentira orgullosa, desafiante: queremos la verdadera transparencia.

El problema es que la transparencia corresponde a los valores de otro tiempo. La transparencia, como la división de poderes, el debido proceso, el respeto de los procedimientos, el orden institucional, son los valores de lo que hoy se llama despectivamente “el régimen de la transición”. Y la regeneración nacional consiste precisamente en rechazar esos valores e imponer la verdadera transparencia, como se ha impuesto el verdadero Estado de Derecho mediante la Guardia Nacional, como se impondrá en su momento la verdadera democracia. No es un sarcasmo: es así, literalmente.

La semana pasada, la Comisión Federal de Electricidad tuvo que aceptar que el documento con el que había explicado el apagón de fin de año era falso. El episodio debe reconocerse como un momento fundacional, e incorporarse al calendario cívico del nuevo régimen. La declaración se festejó como un acontecimiento, y la prensa reprodujo obedientemente el boletín: “Es bueno reconocer un error”, “AMLO reconoce a CFE por admitir error”, “Bueno reconocer que se cometió un error”, y así el resto. Y el director dijo lo suyo, en limpia prosa priista: “Vamos a buscar que ese tema del oficio se resuelva y se averigüe”. Vamos a buscar. El tema estuvo bien escogido. Nadie necesita que le expliquen que la falsificación de un documento público no es un error, sino un delito —y un delito grave. Por eso el caso sirve para poner un estándar, para anunciar el nivel en que quiere situarse el gobierno, y evitar que nadie se llame a engaño.

El criterio puede emplearse para casi cualquier cosa. Los regeneracionistas pueden cometer errores: una violación, la simulación de un concurso, recibir dinero negro, desviar recursos. En todo caso, lo que corresponde es aplaudi cuando se anuncia que se va a buscar que se averigüe. En eso consiste la verdadera transparencia. Y los votos van a sancionarla.

En lo único que está claro, la regeneración implica un ambicioso programa de desinstitucionalización (el INAI es sólo un capítulo). No es difícil de entender. Las instituciones son a fin de cuentas un sustituto de la virtud: se crean por si acaso, para cuando falte la abnegación, que al menos haya reglas. Y por eso mismo ponen límites a la iniciativa personal. Las instituciones precisamente impiden el heroísmo, y la regeneración consiste en garantizar que de aquí en adelante en el gobierno no haya burócratas, sino héroes.

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