jueves 28 marzo 2024

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por etcétera

La democracia fragmentada (Debate, 2018), es el motivo de esta conversación realizada por correo electrónico. En ella, el antropólogo y ensayista, autor de Las redes imaginarías del poder politicoy Antropología del cerebro: conciencia, cultura y libre albedrío, habla de la izquierda en México, del conservadurismo y de las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, así como de los saldos del 68 y del futuro que imagina para México.

Dividido en cinco partes, el libro, que se publica en la antesala de las elecciones presidenciales, “ofrece una panorámica de la situación en un momento especialmente crítico de la evolución política de México”, como explica el autor en el prólogo, en el que asimismo exalta el valor de las ideas y de la teoría política.

En uno de sus textos usted se pregunta si la izquierda está en peligro de extinción. Le pregunto: ¿existe la izquierda en el actual proceso electoral mexicano? Si es así, ¿quién la representa? La izquierda se encuentra dividida y dispersa. No hay ningún candidato a la presidencia que sea de izquierda.

López Obrador ha reciclado su tradicional populismo conservador en un intento de restauración del antiguo régimen priista. Ha dado un giro a la derecha, ha afianzado su moralina reaccionaria semi-religiosa, se ha aliado a sectores sindicales corruptos, se muestra cada vez más autoritario, promete salidas económicas absurdas y quiere retornar al viejo proteccionismo. En su movimiento sobreviven con dificultad algunas corrientes de izquierda. Ricardo Anaya, el candidato más inteligente, se ha corrido hacia el centro del espectro político, se ha aliado a sectores de izquierda reformista y representa a una derecha moderna liberal. Meade es el típico tecnócrata del viejo sistema En su libro se lee que “el populismo es una forma de cultura política”.

¿Cómo explica esta idea en el caso del populismo en México?

La cultura populista mexicana tiene sus orígenes principalmente en el PRI y en el nacionalismo revolucionario. Más que una ideología es un conjunto de hábitos y costumbres que cristalizan en torno a un líder que asume la representación de todo el pueblo. El populismo evade los mecanismos representativos de carácter democrático. El dirigente asume la representación de los intereses de todos los ciudadanos mediante una especie de transustanciación que convierte las esencias populares en cueipo y sangre del líder.

En el texto “¿Puede la derecha ser moderna?”, usted manifiesta su “resistencia a aceptar la intromisión de la corporación eclesiástica en las esferas de la política”. ¿Qué piensa de la participación del Partido Encuentro Social en la alianza liderada por Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué significa en un Estado laico?

López Obrador se ha aliado al partido más derechista que hay en México, un partido de inspiración evangelista extremadamente reaccionario. Al mismo tiempo quiere instaurar una constitución moral para guiar al pueblo hacia esa cuarta gran transformación que anuncia. Me extraña que todavía haya gente de izquierda que logre digerir ese viraje reaccionario, un cambio hacia la afirmación de la familia tradicional, hacía la moral religiosa, el rechazo al aborto y a los matrimonios de personas del mismo sexo. Si realmente intenta esa gran transformación que anuncia, me temo que el resultado puede ser un gran salto fallido hacia atrás.

¿Estamos en peligro de una restauración de la tradición política del PRI, ahora impulsada desde Morena? Es evidente que los hábitos que emanan del movimiento que encabeza López Obrador buscan una regeneración del viejo autoritarismo nacionalista.

Está escrito en el nombre mismo de su partido. Pero como la restauración es imposible, el resultado de un intento de regeneración puede ser catastrófico y profundamente desorganizador. La pretendida sustitución de importaciones, que nunca fue una buena idea, sería hoy una pérdida de tiempo y la entrada en un callejón sin salida. En esta época de globalización, el proteccionismo está condenado al fracaso. Es una opción reaccionaria, típica de un Trump.

En noviembre de 2015 usted publicó en Letras Libres el artículo “¿Pactar con los narcos?”, una idea apoyada por Lorenzo Meyer y Javier Sicilia, ahora retomada por López Obrador cuando habla de amnistiar a los narcotraficantes, sin especificar quiénes serían los beneficiarios. ¿Qué opina de esta propuesta? Creo que se trata de una idea insensata y absurda. Como lo señalé, ello implicaría darles a grupos criminales un reconocimiento político que no merecen. Se trata de caminar hacia atrás en un intento peligroso de restaurar los inmorales y nefastos pactos implícitos y el estatuto de coexistencia más o menos estable que aparentemente había entre los narcos y el gobierno en el antiguo régimen priista. Ello facilitó que los grupos de narcotraficantes corrompieran a grandes sectores gubernamentales.

Usted escribe que “una gran parte de la intelectualidad opinadora” fomenta un desprecio por la política.  ¿Qué peligros encierra esta actitud, sobre todo en un país como el nuestro, polarizado, con serios problemas de corrupción y violencia?

Ese desprecio por la política revela una actitud poco democrática. Es un desprecio por los partidos políticos y una exaltación de los movimientos sociales. Es cierto que nuestra clase política deja mucho que desear, pero las actitudes antipolíticas sirven de base para procesos autoritarios que pretenden pasar por alto los mecanismos de representación y fomentan las alternativas autoritarias.

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