viernes 29 marzo 2024

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por etcétera

El presidente Andrés Manuel López Obrador viajó rumbo a Washington en Delta, con escala en Atlanta, vigilado o resguardado por U.S. Marshalls –como lo hacen desde los atentados terroristas en Estados Unidos en 2001–, previsto para llegar anoche, descansar y prepararse para un largo y difícil día. Su visita se cumple con casi 16 meses de retraso cuando, al reunirse con Jared Kushner, el yerno y asesor del presidente Donald Trump, le dijo que le gustaría verlo en la Casa Blanca. Desde entonces muchas cosas pasaron, la mayoría lastimosas para los mexicanos por la sumisión de López Obrador, que sin embargo, ahora tiene una gran ocasión para reivindicarse.

López Obrador dijo que iría en representación de los mexicanos y de México con decoro y mucha dignidad, aunque la verdad es que tiene un déficit a ese respecto con esta nación, justificando siempre que no es conveniente pelearse con Estados Unidos. Tiene toda la razón. Pelearse con un país del cual se depende comercialmente en más de 75 por ciento sería una locura, pero correrse al extremo para estar a su servicio y hacerle el trabajo sucio a Trump, es otra cosa. La falta de experiencia en el manejo de la relación con Estados Unidos achicó sus márgenes de negociación, y lo llevó a ceder soberanía, que dice tanto defender.

Aceptó que la política migratoria mexicana la decidieran en Washington –con el envío de miles de guardias nacionales para frenar inmigrantes–, y modificó la política de asilo para apaciguar al iracundo de la Casa Blanca. Permitió que el nuevo acuerdo comercial autorizara a representantes estadounidenses inmiscuirse en las leyes laborales mexicanas. En patentes y derechos de autor, también se doblegó. Trump le cerró la frontera, cuando quiso, por temas sanitarios y canceló las visas para los trabajadores agrícolas. López Obrador le perdonó todo, al no ponerle un alto a sus bravuconadas, sobre todo las del muro fronterizo y sus políticas antiinmigrantes.

López Obrador ha dicho en los últimos días que, a diferencia de antes, Trump tiene hoy más respeto por los mexicanos. Hablar para la gradería no oculta la falsedad de su afirmación. La verdad es que ninguno de sus antecesores en décadas, había sido tan pusilánime como él. A todos los insultos ha respondido con silencio, pese a lo extraordinariamente agresivo de sus lances. El libro Guerras fronterizas: el asalto de Trump sobre la migración, de Michael Shear y Julie Hirschfeld Davis, reporteros del The New York Times, revela que además de querer un muro electrificado con alambre de púas en lo alto, Trump quería poner agua con cocodrilos y serpientes, y que le dispararan a los migrantes en las piernas. El presidente mexicano ni las cejas levantó en desaprobación.

El presidente mexicano es el único, o de los pocos más allá de sus incondicionales y paleros de su corte, que dice que Trump ha cambiado. Sigue siendo soberbio, déspota y arrogante, insistiendo en el excepcionalismo del America’s First a costa de sus piñatas. Enrique Peña Nieto abrió las puertas a Trump de la presidencia en plena campaña electoral, con la idea que era mejor platicar con él para que redujera el nivel de insulto a México. El propósito duró tres horas, las que tardó en llegar a Phoenix y decir que el muro sería pagado por México.

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