viernes 19 abril 2024

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por etcétera

La elección del martes pasado en Estados Unidos es una fuente inagotable de conocimiento, con tal de que estemos dispuestos, como decíamos hace unos días, a desaprender.

Primero, hay dos grandes partidos políticos, lo que implica que la competencia es por un pequeño margen. Salvo casos muy raros (la Guerra Mundial, un tercer candidato significativo), el perdedor no baja del 40% del voto.

Segundo, esto significa que esos dos partidos políticos contienen multitudes. En ambos hay personas moderadas y hay radicales. Y se vota a favor y en contra de esos grupos. Por ejemplo, en esta ocasión, Biden perdió Florida en el condado de Miami-Dade, esencialmente por el voto cubano, que con justa razón teme a los elementos radicales entre los demócratas, como Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders, o Elizabeth Warren. Después de haber abandonado Cuba debido a la dictadura castrista, y haber creado Florida, no quieren experimentar con políticos que se asumen socialistas. Tienen razón.

Tercero, el líder importa mucho. Si bien ambos partidos tienen extremistas, la diferencia entre Biden y Trump en esto es muy clara. Votar por los Demócratas sin duda implica un riesgo debido a los radicales, pero votar por los Republicanos es votar por el radical en jefe. Ahí es en donde muchos votantes, me parece, se han equivocado.

Cuarto, no existe voto por raza. De hecho, el que en Estados Unidos se siga manteniendo esa clasificación es un absurdo. Trump logró un incremento en su votación gracias a afroamericanos y latinos, que a su interior no son homogéneos. En esos grupos también existe el miedo a la inmigración, hay racismo, y hay todo lo que usted guste. Los humanos no nos definimos de esa manera, y por eso deberían borrar esa clasificación.

Quinto, el triunfo de Trump en 2016, y su derrota en 2020, han dependido de dos estados: Michigan y Wisconsin. El margen se amplía o reduce cuando se incluyen Arizona, Pennsylvania, Ohio, pero en esencia ha sido en esas dos entidades, con movimientos muy pequeños, en donde se ha definido quién debe ser el presidente de Estados Unidos.

Sexto, sin importar el ganador de la carrera presidencial, el Congreso mantiene mucha estabilidad: los Demócratas con mayor fuerza en Representantes, los Republicanos en el Senado. Esto es reflejo de las reglas de votación: hay más personas en estados con influencia de los primeros, pero hay una mayor extensión geográfica en el espacio Republicano.

Séptimo, a reserva de poder analizar con más detalle los demográficos de la elección: el tema más importante fue la economía, no la pandemia. El racismo quedó relegado. Creció el voto de Trump entre afroamericanos, latinos y mujeres. La frontera con México se hizo más Trumpista. Reitero que debemos aprender a pensar diferente acerca de las motivaciones de los electores.

Confirmaciones 1: Trump no puede cambiar. No aceptará jamás una derrota, mucho menos si ésta implica la cárcel, como es el caso. Intentará todo lo que esté a su alcance, sea legal o no, sea aceptable o no. Por eso preferíamos un triunfo más contundente de Biden, pero no ocurrió.

Confirmaciones 2: todos pensamos distinto, y eso no nos hace mejores o peores. Hay muchas razones para desconfiar de los Demócratas y de los Republicanos. Creo que hay muchas más para dudar de Trump que de Biden. Sin embargo, entender que quienes votan distinto tienen derecho a hacerlo, y muy probablemente razones de peso, es fundamental en la construcción del discurso común, de la democracia.

Finalmente, me parece que la elección de los Estados Unidos, la democracia más antigua, el origen del presidencialismo y el federalismo modernos, nos confirma el inmenso valor del Instituto Nacional Electoral con que contamos. El INE es más valioso que cualquier presidente o cualquier partido político. No hay que olvidarlo.

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